Durante gran parte de su historia, los gobernantes de Constantinopla se distinguieron sobre todo por buscar la consolidación del poderío militar del imperio, al igual que por querer hacer de Bizancio el núcleo central de la cristiandad en Europa y el cercano oriente. En contadas ocasiones, algún mandatario se preocupaba también por promover las artes y las ciencias dentro de la capital, como sucedió por ejemplo durante la llamada Edad de Oro de Justiniano I durante el siglo VI. De manera similar, el reinado de Teófilo de la dinastía Amoriana, hijo del fundador de la dinastía Miguel II, si bien no se distinguió por ser uno de los más relevantes a nivel político dentro de la historia bizantina, sí estuvo caracterizado por un afán de enaltecer y proteger a grandes artistas, literatos e intelectuales al interior de su corte, que durante esta época llegó a rivalizar culturalmente con la espléndida corte de los califas Abásidas de Bagdad.
Asociado al trono imperial por su padre poco tiempo después de la coronación de este, Teófilo recibió una esmerada educación durante sus primeros años, además de que llegó a ser con el tiempo un iconoclasta convencido, quizá debido tanto a la influencia de las ideas islámicas con las que tuvo contacto como a las enseñanzas de su preceptor, Juan Hylilas, llamado el Gramático, quien había sido consejero en estos asuntos doctrinales en el reinado de los emperadores León V y Miguel II y que llegaría a ser después patriarca de Constantinopla durante el reinado de Teófilo.
Sin embargo, a pesar de su apertura hacia la cultura islámica, Teófilo debió guerrear constantemente contra los árabes en el transcurso de todo su reinado. Por una parte, menos de un año después de haber asumido el trono en 829, Teófilo lideró en persona la defensa contra una invasión de Anatolia llevada a cabo por el califa Al-Mamún, pero sus ejércitos fueron derrotados y se perdieron varios fuertes fronterizos de importancia. En 831 los bizantinos adelantaron una campaña de represalia que llegó hasta Cilicia y conquistó Tarso, pero fueron nuevamente derrotados en 833, lo que llevó a Teófilo a solicitar un acuerdo de paz, que se firmó tras la muerte de Al-Mamún en ese mismo año.
Durante el respiro permitido por esta tregua se reiniciaron las ofensivas con los búlgaros y eslavos de la frontera norte, luego de dar por concluido el tratado de no agresión firmado entre León V y el kan Omurtag en 815. Teófilo intervino activamente en la política de los Balcanes en aquella época, que estuvo marcada por las tensiones entre el reino de Bulgaria y el ascendente poder de los serbios, quienes fueron unificados por primera vez en 836 bajo el reinado del príncipe Vlastimir. Pese a las victorias bizantinas en la zona y el rápido restablecimiento de la paz, las hostilidades entre búlgaros y serbios se extendieron hasta la muerte de Teófilo.
Hacia el año 834, Teófilo aceptó en su corte a unos catorce mil refugiados persas que huían de las persecuciones de los Abásidas y los incorporó dentro de su ejército, casando a su propia hermana con el líder de estos, quien adoptó entonces el nombre cristiano de Teófobo (temeroso de Dios
Por otra parte, la expansión del poderío árabe en el Mediterráneo occidental que se venía dando desde finales del reinado de Miguel V, y que los había llevado en últimas a la conquista de Palermo y el establecimiento del Emirato de Sicilia en 831, llevó a que Teófilo buscara establecer infructuosas relaciones diplomáticas y militares tanto con los francos como con los gobernantes Omeyas de Córdoba en España, así como fortalecer su colaboración con los venecianos, aún vasallos nominales del imperio, quienes enviaron hacia 841 una flota de sesenta barcos para apoyar a los bizantinos en su esfuerzo de expulsar a los árabes del sur de Italia, lo cual sin embargo no pudo ser conseguido.
El gobierno de Teófilo marcó el último periodo del auge iconoclasta en el imperio. Al poco de ascender rompió con la política de conciliación que había comenzado con su padre y en 832 publicó un edicto que prohibía tajantemente la veneración de íconos. Luego, con el ascenso en 837 de Juan el Gramático al Patriarcado de Constantinopla se recrudecieron nuevamente las persecuciones contra los iconódulos, aunque las historias de extrema crueldad que se le adjudican probablemente no sean más que producto de exageraciones. La lucha iconoclasta, rechazada tanto en Europa como en el Asia Menor, fue reduciéndose de manera paulatina hasta quedar únicamente reducida a la capital y desapareció tras la muerte de Teófilo en 842.
Las reformas administrativas y económicas impuestas por Téofilo posibilitaron un periodo de recuperación que se vio reflejado en nuevas obras civiles y en la industria, mientras que con el reforzamiento de la seguridad interna el comercio se vio revitalizado y la moneda volvió a circular con regularidad. Su reinado marcó así el resurgimiento del poder imperial que daría lugar, en el transcurso de los años siguientes, al periodo conocido como el Renacimiento Bizantino.
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