Cristianismo: Carlomagno sienta las bases cristianas en Europa

La historia de Europa aparece íntimamente ligada a la del Cristianismo, desde los tiempos de Constantino, como elemento identitario y unificador clave para la construcción de los diversos imaginarios nacionales a lo largo del tiempo y del territorio, así como para la definición general de la misma Europa como un bloque cultural de carácter continental en el imperio de Carlomagno. Durante todo este tiempo, el poder espiritual en Europa occidental estuvo centrado alrededor del obispo de Roma, aunque la autoridad doctrinal sobre todo el mundo cristiano era compartida con los patriarcas episcopales de Constantinopla, Antioquía, Jerusalén y Alejandría, la llamada pentarquía.

Pero durante los siglos VII y VIII tuvieron lugar drásticos cambios que habrían de afectar toda la tierra conocida por occidente hasta el momento. El surgimiento de Islam en la península árabe a principios del siglo VII, y su vertiginosa expansión posterior, daría origen a un nuevo orden mundial que terminó por eclipsar los centros cristianos de Antioquía, Jerusalén y Alejandría y que no dejaría de afectar a su manera a la Europa del Alto Medioevo.

En el año 711 d.C. los ejércitos musulmanes de Táriq ibn Ziyad pasaron desde el norte de África hasta la península ibérica y vencieron al rey de la España visigoda, Roderico, lo que dio inicio a ocho siglos de dominación musulmana en la península. Pero su empuje en Europa solo llegó hasta allí, pues en 732 d.C., cuando intentaban adentrarse más allá de los Pirineos en la región de la actual Francia, el mayordomo de palacio del reino franco de Austrasia, Carlos Martel (el martillo), les salió al encuentro en Poitiers, donde les propinó una severa derrota que acabó con las pretensiones de los musulmanes de extenderse más allá de España. Esto consolidó a su vez el poder de Carlos Martel sobre los francos cristianos, que ya había empezado a cimentarse desde los tiempos de su bisabuelo Pipino de Landen, al margen de las figuras meramente nominales de los últimos reyes merovingios de los francos, los llamados reyes holgazanes.

El hijo y sucesor de Carlos Martel, Pipino III el Breve, destronó finalmente en 751 d.C. al último rey merovingio y se erigió él mismo como rey de los francos, apoyado por el papa Zacarías, estableciendo con esto una relación político religiosa de hecho entre la monarquía y el papado. Pipino reinó hasta 768 d.C. y antes de morir, siguiendo la costumbre germana, dividió el reino entre sus dos hijos, Carlomán y Carlos.

Aunque la relación entre los hermanos fue generalmente tensa, Carlomán murió pronto, en 771 d.C., lo que evitó la guerra entre ellos y dejó a Carlos como gobernante único de los francos a partir de entonces. Carlos fortaleció las relaciones con el papado, declarándose protector de la cristiandad y acudiendo en defensa del papa contra los lombardos, un pueblo germánico que dominaba la península itálica y que por sus creencias no católicas (algunos eran arrianos, mientras que otros aún mantenían sus creencias paganas) constituían una amenaza para la iglesia de Roma. Tras vencerlos, Carlos se proclamó rey de los lombardos, convirtiéndose de hecho en el señor más poderoso de Italia.

En los años siguientes Carlos prosiguió con sus conquistas, expandiendo el reino franco hasta consolidar un gran imperio que incluyó buena parte de Europa central y occidental y llevando la fe cristiana, algunas veces mediante sangrientas guerras, otras veces mediante conversión forzosa, entre los pueblos paganos de los sajones, ávaros y eslavos. En la navidad del año 800 d.C., ante el vacío de poder en que se encontraba el trono imperial de Constantinopla en ese momento, gobernado a la sazón por una mujer

, Carlos fue coronado en Roma por el papa León III como Imperator Avgvstvs Romanorvm, emperador y restaurador cristiano del antiguo imperio romano. Esto significaba, por una parte, la potestad que se arrogaba el papa de nombrar al emperador de los romanos, concediendo esta dignidad de acuerdo a sus intereses particulares, y por el otro, la investidura de una monarquía occidental, imperial y hereditaria, validada “por derecho divino”, para que gobernara sobre todo el imperio de la cristiandad, como representante del poder temporal y en colaboración con poder espiritual detentado por el papa. Esto resultó clave para que, con el tiempo, el papado se elevara de su mera condición de obispado en Roma, en casi igualdad de condiciones con los obispos de los otros cuatro patriarcados, hasta llegar a convertirse en la jefatura de toda la cristiandad europea durante el medioevo.

Una vez as entado el imperio, Carlos reunió en su corte a destacados intelectuales y sabios cristianos, lo que le valió el pasar a la historia con el apelativo de Carlomagno

, Carlos el grande, y que hizo de la corte franca un centro de las artes y la cultura latina en Europa, en lo que es conocido como el Renacimiento carolingio. Mediante una hábil labor de organización administrativa y un gobierno fuerte en coalición con el papado romano, Carlos sentó las bases de la identidad europea cristiana en la Europa central y occidental de la Edad Media. Antes de morir trató de dividir su reino entre sus hijos varones, pero solo le sobrevivió su hijo Luis el Piadoso, que no logró mantener la estabilidad del imperio frente a las disensiones internas y los ataques bárbaros en sus fronteras septentrionales.

A la muerte de Luis, el imperio se fragmentó una vez más entre sus hijos, lo que con el tiempo daría origen al nacimiento de las casas reales de Francia y Alemania (y a cierta rivalidad entre ellas que atravesaría los tiempos y de la cual se encuentran ecos inclusive en las dos guerras mundiales del siglo XX). Por sus importantes logros políticos, religiosos y culturales, Carlomagno se constituyó por derecho propio en una de las figuras más relevantes de la historia y hoy se le considera, no solo como el ancestro de las monarquías francesa y alemana, sino en general como el padre de toda la Europa cristiana.