Cristianismo, la religión cristiana en el siglo XX y el siglo XXI

Las polémicas entre ciencia y religión (más específicamente, religión cristiana) generadas por los avances científicos realizados desde finales del siglo XVIII y a todo lo largo del siglo XIX parecieron poner seriamente en jaque las ideas de la religión y establecieron una línea de pensamiento, que persiste hasta hoy en día, según la cual la concepción religiosa del mundo es algo que pertenece a un pasado de ignorancia y superstición, y que es deber de la ciencia desmitificar la realidad y mostrarla únicamente bajo la luz esclarecedora del pensamiento científico, como quien dice, es casi un deber moral para la ciencia derrotar a la religión.

Un análisis más en detalle de este discurso nos muestra sin embargo que adolece de varias fallas: en primer lugar, revive la misma situación en la que se encontró el pensamiento cristiano frente al paganismo durante los primeros siglos de empoderamiento de la iglesia en Europa, cuando se dedicó a perseguir toda forma de pensamiento disidente o heterodoxo, por espurio y superfluo, alegando que solo la religión cristiana era la única forma de pensamiento veraz y válida. El tiempo demostró no solo que mucho del pensamiento pagano fue absorbido e incorporado dentro del Cristianismo posterior, sino que, a pesar de la ensañada persecución a la que fue sometido, el paganismo ha sobrevivido aún hasta hoy y de hecho ha experimentado cada tanto algunas formas de renacimiento que demuestran su ímpetu y la validez de su persistencia. Por otra parte, la pretensión de hegemonía científica pareciera apuntar más bien a una ambición absoluta de poder (como sucedió también con la iglesia en su momento), desconociendo el hecho de que tanto ciencia como religión presentan esferas de acción propias y particulares, que no tienen necesariamente que presentarse como antagónicas entre sí, sino quizá más bien como complementarias. La mentada búsqueda de las pruebas científicas de la existencia de Dios, o su refutación por los mismos métodos, pareciera estar mezclando elementos de dos campos distintos (físico y metafísico) y apuntar con ello en una dirección equivocada. Además, justo es reconocer que el mencionado conflicto se mantiene actualmente entre grupos de acción muy particulares, sobre todo en Estados Unidos entre algunas comunidades académicas universitarias y poderosos grupos religiosos de presión de vocación protestante, y que adoptarlo implica ponerse del lado de uno u otro bando sin mucho conocimiento de causa, pese a que muchas personas hoy en día, tanto ateos como religiosos, parecieran querer hacer de él una especie de bandera absoluta para el mantenimiento de posiciones hostiles.

Al margen de esto, cabe aceptar que la religión cristiana ha experimentado una serie de adaptaciones en los últimos años, como respuesta a los cambios vertiginosos de un mundo moderno que evoluciona cultural y tecnológicamente cada vez con mayor rapidez. Durante el siglo pasado la iglesia católica experimentó un deslinde progresivo de las altas esferas de poder donde siempre se había movido (esto motivado incluso por el distanciamiento del poder civil respecto al poder eclesiástico que había sido promovido por los gobiernos republicanos y las democracias liberales incluso desde el siglo XIX) para experimentar una cercanía cada vez mayor a la masa de sus creyentes así como a las clases pobres invisibilizadas por los discursos hegemónicos institucionales, gracias en buena medida a la obra de varias papas reformistas, sobre todo a partir de la institución del Concilio Vaticano II por parte de Juan XXIII y Pablo VI. Desde entonces, la iglesia católica se ha decantado por una labor pastoral más internacionalista, desprendiéndose de su marcado carácter eurocéntrico y abogando por un diálogo ecuménico de entendimiento entre las iglesias y religiones, no solo de confesión cristiana, sino también con otros prominentes líderes de fes diferentes, como el Judaísmo, el Islam y el Budismo tibetano. A partir del papado de Juan Pablo II la labor de las juventudes católicas, de las comunidades eclesiásticas de base y de las pastorales sociales ha ido en aumento, ganando una preponderancia cada vez mayor.

Por otra parte, dentro del mundo cristiano ortodoxo se ha experimentado también un reavivamiento, sobre todo desde la caída de la Unión Soviética, que pasó de ser un estado oficialmente ateo y materialista a reconocer el carácter profundamente religioso de la sociedad rusa, con lo que las multitudes volvieron a acudir masivamente a los oficios religiosos de las iglesias ortodoxas y empezó entonces un nuevo acercamiento entre las figuras del gobierno y las principales autoridades del cristianismo ortodoxo, como queda comprobado en la histórica visita del presidente Vladimir Putin al metropolitano de Moscú y cabeza de la iglesia ortodoxa rusa, el patriarca Kiril. Este fenómeno se ha dado también con ciertos paralelismos en los demás estados de Europa del este que quedaban anteriormente cobijados bajo el telón de acero.

Por último, las denominaciones protestantes evangélicas han ido ganando una preeminencia cada vez mayor, como ya fue dicho, y han ido conformando poderosos grupos de presión con una influencia creciente en diversas dinámicas políticas conservadoras, tanto en algunos países europeos como en Estados Unidos, además de ejercer una injerencia indirecta en la captación de nuevos conversos en países africanos y americanos del Tercer Mundo mediante el envío de misiones evangelizadoras con agendas políticas propias. Esto genera alguna incertidumbre en relación al peso que dichas colectividades pueden llegar a tener en la evolución política de estos países, lo que pone de manifiesto que el fenómeno religioso no es, ni mucho menos, algo superado ni que pueda desligarse su poderosa influencia en el devenir de los futuros acontecimientos políticos y sociales en todo el mundo.