Durante su etapa final, el gobierno mongol de la dinastía Yuan se caracterizó por un alejamiento cada vez mayor de las necesidades de su pueblo, en la medida en que ellos mismos eran ajenos (Yuan significa extranjero), manifestado en la permanencia de leyes discriminatorias contra la misma población china (de etnia han) y en la incompetencia de sus gobernantes para resolver los acuciantes problemas de pobreza y los desastres naturales que aquejaron a su reino durante aquella época.
Como consecuencia de todo esto se dieron una serie movimientos rebeldes de corte nacionalista que abogaban por la expulsión de los invasores mongoles y la reinstauración de una dinastía plenamente china en el trono imperial. De particular relevancia resultó el levantamiento conocido como la Revuelta de los Turbantes Rojos (la prenda que distinguía a aquellos que se adhirieron al movimiento), una revolución campesina iniciada en el sur de China en 1351 y que tras casi veinte años de conflicto terminó por ser determinante en el derrocamiento de los gobernantes Yuan.
En este conflicto jugó un papel importante Zhu Yuanzhang, un campesino de humildes orígenes que fue escalando posiciones en la revuelta hasta convertirse en un poderoso caudillo militar que se apoderó de Nankín en 1356, estableciendo un gobierno independiente abanderado de la expulsión de los invasores mongoles. Aunque debió enfrentarse con otros señores de la guerra que le disputaban el poder, Zhu empezó a imponerse durante la década siguiente y para 1368 había logrado consolidar su absoluta hegemonía, lo que lo llevó a proclamarse emperador bajo el mandato del Cielo con el nombre de Hongwu, instaurando así la dinastía Ming, con capital en Nankín, y dando impulso de este modo a su campaña para derrocar a la dinastía Yuan. Ese mismo año, el nuevo emperador Hongwu llevó sus ejércitos al norte y tomó Pekín, la capital del norte, expulsando al último de los gobernantes mongoles, que se retiró con su corte a sus dominios en Mongolia, donde murió dos años después.
Zhu Yuanzhang completó la unificación de China en 1382, ejerciendo un gobierno autocrático y redactando un nuevo código legal de inspiración confuciana para asegurar el control de su imperio que se mantuvo vigente durante todo el periodo de la dinastía. También organizó un sistema de clases cerradas y autosuficientes que sentó las bases de un gobierno estable y disciplinado para las siguientes generaciones de emperadores. El lado oscuro de su mandato estuvo en las purgas que realizó a fin de afirmar su autoridad ante las amenazas de movimientos conspirativos en su contra, por lo que estableció una policía secreta que terminó siendo responsable de la encarcelación, el destierro o el asesinato de decenas de miles de personas a lo largo de los treinta años que duró su gobierno.
Hacia el final de su mandato, el emperador Hongwu dejó designado como sucesor a su nieto, quien ascendió con al trono con el nombre de Jianwen tras la muerte del viejo emperador en 1398. Sin embargo, esta elección no fue plenamente aceptada por todos los miembros de su familia, por lo que se desató una guerra civil al año siguiente encabezada por su tío Zhu Di, quien alegaba que quería rescatar a su sobrino de la influencia nociva de los corruptos ministros de la corte. Luego de tres años de combates, las tropas de Zhu Di atravesaron el río Yang Tze y atacaron Nankín, la capital meridional del imperio, que fue rendida gracias a la traición de uno de los jefes leales al emperador Jianwen. El palacio imperial fue incendiado y en la conflagración pereció gran parte de la corte, incluido el mismo emperador y su familia.
Zhu Di ascendió luego al trono en 1402 con el nombre de emperador Yongle (felicidad eterna), trasladando la capital a Pekín (la corte norte) y dando con esto inicio a una especie de segunda fundación de la dinastía. Este fue el principio del periodo de mayor esplendor de los Ming, donde se realizaron las más grandes empresas de construcción y expansión y se llevaron a cabo los más grandes logros en materia de cultura, arte y avances tecnológicos y militares, extendiendo la influencia de la cultura china por buena parte del Asia y llegando incluso hasta los lejanos reinos del África oriental y la Europa del Renacimiento. Sin embargo, también a finales de su reinado se empezaron a evidenciar signos de decadencia y agotamiento en el sistema de gobierno de la dinastía que se agudizaron con los emperadores posteriores, por más de que los Ming continuarían rigiendo sobre China por casi dos siglos más.
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