La formación de la República de China luego de la caída de la dinastía de los Qing fue un periodo convulsivo marcado por intentos de restauración monárquica, tensiones entre las diversas facciones partidistas y la fragmentación del país bajo la influencia de numerosos jefes militares que buscaban ejercer su poder de manera independiente de la capital. Luego del fallido intento de Yuan Shikai por proclamarse nuevamente emperador en 1915 (su dinastía no duró más de tres meses) y el consecuente periodo de fragmentación y anarquía que le sucedió, denominado como la era de los caudillos militares entre 1916 y 1928, se empezó a perfilar una posible reunificación del país con el ascenso de Chiang Kai-shek a la jefatura del partido nacionalista del Kuomintang, fundado por Sun Yat-sen, el principal ideólogo de la República. Sun, luego de retornar en 1916 del exilio provocado por la dictadura de Yuan Shikai, había fundado en Cantón la Academia Militar de Whampoa con la esperanza de reorganizar el país bajo la dirección del Kuomintang y había conseguido gestionar la ayuda militar y económica de la Rusia soviética, que a pesar de mantener una plataforma política diferente veía en el movimiento nacionalista la posibilidad de extender su revolución comunista más allá de sus fronteras, por lo que había solicitado a su filial en China que colaborara con los nacionalistas.
Pero Sun Yat-sen murió inesperadamente en 1925 y le sucedió luego Chiang Kai-shek, quien empezó a distanciarse de los comunistas para establecer un régimen de carácter cada vez más militarizado y nacionalista. En 1926 se lanzó desde Cantón una gran ofensiva hacia el norte, que a pesar de lograr el control de buena parte del sur de China falló en su intento de apoderarse de las regiones más septentrionales. A pesar de todo, Chiang Kai-shek fue ratificado en la jefatura del partido una vez se logró la toma de las ciudades de Shanghai y Nankín, donde se estableció el gobierno provisional del Kuomintang. A partir de allí, Chiang rompió su alianza con los comunistas y empezaron entonces las primeras persecuciones y asesinatos.
Mientras tanto, en el norte, el imperio japonés se valió de un incidente terrorista dentro de sus zonas de ocupación para invadir partes de Manchuria y Mongolia y establecer en 1931 un estado subsidiario, llamado el Manchukuo, entronizando nuevamente a Puyi como emperador, aunque sin ningún poder efectivo. Los nacionalistas del Kuomintang continuaron dominando el centro sur y el este de China en los años subsiguientes y su campaña de eliminación de los comunistas alcanzó un punto álgido en 1934, cuando el avance de los ejércitos republicanos obligó a las tropas del Ejército Rojo a replegarse hacia el interior del país, en un movimiento que fue conocido luego como la Gran Marcha. Pero la situación cambió drásticamente cuando la expansión imperialista del Japón en el norte y el este de China dio origen a la Segunda Guerra Chino Japonesa en 1937.
Para hacer frente a esta nueva amenaza, los nacionalistas se aliaron de nuevo con los comunistas, que se habían hecho fuertes en el noroccidente del país, en tanto que el Kuomintang mantenía aún algún control sobre algunas zonas del sur. Los japoneses, en su avance, llegaron a apoderarse de los más importantes centros urbanos del este y la costa, entre ellos Pekín y Nankín. En esta última ciudad protagonizaron, a fines de 1937, actos atroces de genocidio contra la población civil que aún pesan hasta el día de hoy en la memoria de los chinos. Las luchas no terminaron hasta 1945, cuando el Japón debió aceptar su derrota en la Segunda Guerra Mundial, luego del horror de las dos bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, viéndose forzado a abandonar el Asia continental y a devolver los territorios ocupados de Manchuria, Mongolia y Taiwán a la soberanía china.
Chiang Kai-shek restauró entonces el gobierno de Nankín y reanudó sus hostilidades contra los comunistas bajo el mando de Mao Zedong
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