El periodo de los Reinos Combatientes anterior al establecimiento de la dinastía Qin se caracterizó en sus fases finales por la emergencia de siete grandes estados militaristas, independientes de hecho de la autoridad central de los reyes Zhou. A partir del siglo IV a.C., y gracias a las reformas y el gobierno de diversos ambiciosos señores de la guerra, el estado de Qin empezó a convertirse en el estado más poderoso de todos estos siete reinos e inició una agresiva y despiadada política expansionista que lo llevó eventualmente a imponer su dominio sobre los otros seis estados. En el curso de diez años, hasta 221 a.C., todos los demás estados debieron someterse a su poder, hasta la caída final de la corte Zhou de Luoyang, cuando Qin finalmente consolidó su dominio efectivo sobre toda China.
Luego de hacerse con el control de China tras conquistar al último estado independiente de Qi, el rey de Qin, llamado Zheng, se proclamó entonces Primer Emperador. Para mostrar que no era un rey más (Wang) como los monarcas anteriores del periodo de los Reinos Combatientes, Zheng creo un nuevo título imperial combinando los títulos reales de los primeros monarcas de China (Huang Di) y se llamó a sí mismo el primero de todos (Shi Huang Di), pues contaba con que sus sucesores tomarían los títulos de Segundo, Tercer Emperador, etc., por las siguientes diez mil generaciones.
Una vez en el trono, el emperador Qin Shi Huang Di se dedicó en compañía de sus ministros a la tarea de asentar su imperio unificado, para lo cual debió abolir muchas de las antiguas costumbres e introducir drásticas reformas. Se reemplazó el antiguo sistema de estratificación social basado en jerarquías hereditarias por un nuevo sistema burocrático y centralizado con una gran vocación de estandarización. Los miembros de las casas reales de los estados sometidos fueron forzados a trasladarse a la capital, a fin de ejercer sobre ellos un control más cercano y evitar de este modo el surgimiento de posibles rebeliones.
También se adelantaron gestiones para lograr una militarización general de todo el reino, avanzando en la superación de las diferencias que anteriormente separaban a los estados combatientes, e instaurando un sistema de servicio militar obligatorio para todos los hombres entre diecisiete y sesenta años. Qin Shi Huang hizo uso de su nuevo ejército para expandir sus dominios, logrando extender su influencia por el sur incluso hasta Hanoi, en Vietnam, mientras que por el norte debió enfrentarse con los Xiongnu, los hunos o barbaros de las estepas, que ya empezaban a figurar en el horizonte de la historia como una fuerza temible a ser tenida en cuenta. Para repeler sus intrusiones y mantenerlos a raya en las fronteras del imperio se inició un extenso programa de fortificación y de empalme de las antiguas murallas de los Reinos Combatientes que custodiaban la frontera norte, lo cual sirvió como precedente para lo que vendría a ser después la Gran Muralla China, construida luego por los Ming.
La unificación de China tuvo lugar igualmente mediante la estandarización de pesos y medidas, de la moneda y del sistema burocrático, así como con la construcción de extensas redes de carreteras y canales para facilitar las comunicaciones y el comercio, pero también para posibilitar el desplazamiento de los ejércitos en caso que se presentaran problemas en alguna provincia rebelde. Uno de los aportes más significativos de este proceso lo constituyó la estandarización de la escritura, que había derivado en multitud de variantes regionales en el periodo anterior de los Reinos Combatientes. Se desarrolló un sistema obligatorio de caracteres, basado en la escritura que se usaba en el estado de Qin, y se suprimieron así todos los otros sistemas de escritura locales.
Sin embargo, como suele suceder con este tipo de gobernantes autocráticos, la figura de Shi Huang Di es bastante polémica. Su voluntad de tener un control sobre la sociedad lo llevó hasta querer ejercer una censura del pensamiento: para acallar las críticas que se levantaron contra su gobierno el emperador inició una persecución de disidentes y pensadores heterodoxos, y muchos de ellos fueron condenados a muerte o desterrados, en tanto que se ordenó una quema de todos los libros considerados subversivos, entre ellos los clásicos chinos que afirmaban la tradición imperial de Zhou, como una manera de afirmar la voluntad de Qin de dar inicio a una nueva era, la de la unificación de toda la tierra (como los antiguos romanos, los chinos pensaban que su imperio abarcaba la totalidad del mundo) bajo un nuevo emperador.
Sus medidas se hicieron así cada vez más impopulares. Luego de sobrevivir a varios intentos de asesinato, Shi Huang Di derivó cada vez más hacia la paranoia y la superstición, y empezó a obsesionarse con la idea de lograr la inmortalidad. Mandó construir un enorme mausoleo como una réplica a escala de todo su imperio, que simbolizaba a su vez la totalidad del cosmos. Como guardianes de esta tumba se fabricaron los famosos guerreros de terracota, los cuales representaban hasta en los rasgos más particulares a los soldados de élite de su temible ejército.
Lamentablemente, la dinastía de Qin no sobrevivió mucho más allá de la muerte de su fundador, acaecida en 210 a.C. Sus ministros y allegados intrigaron luego para hacerse con el poder y poco después el reino entraba nuevamente en una guerra civil, de la cual emergería victoriosa, en 202 a.C., la nueva dinastía Han, que se sirvió del legado centralizado y burocrático instaurado por Qin para establecerse en el gobierno de China por los siguientes cuatro siglos.
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