Al interpelar a una persona durante un debate, se puede dar lugar a la aparición de diversas falacias si las cuestiones que se tratan no se discriminan de manera clara, se intenta conducir las respuestas de la otra parte mediante un uso tendencioso de los argumentos o se parte de presunciones no probadas. Uno ejemplo de esto consiste en el recurso a la pregunta múltiple, conocida en el campo de la lógica formal como plurium interrogationum, que surge cuando se interroga a alguien desde presupuestos que no han sido plenamente aceptados, mezclándolos en una pregunta compleja con la intención de confundir a la persona interrogada y que esta termine por aceptar tácitamente los presupuestos no probados. Por ejemplo, un periodista que pregunta: “Señor ex ministro, tenemos conocimiento por parte de una de nuestras fuentes más fiables que durante su periodo ministerial se presentaron graves actos de corrupción. ¿Solo usted hizo parte de esto o también alguien más dentro de su gabinete?”.
Ante una pregunta como esta, una respuesta descuidada puede arruinar la carrera política hasta del más inocente de los funcionarios, en la medida en que da por sentados múltiples presupuestos cuya validez aún está por establecerse: que efectivamente se dieron los actos de corrupción, que estos tuvieron lugar en el dicho gabinete y no en otro, que la persona aludida tuvo conocimiento de los mismos o que fue partícipe de ellos. Incluso si la respuesta fuera un rotundo NO, aun así parecería que se estuvieran aceptando varias de las ideas previas, por lo que lo mejor en estos casos sería subdividir las respuestas o pedir a quien interroga que plantee su pregunta de manera más conveniente o discriminada, para poder ofrecer respuestas de forma más precisa y diferenciada.
En las discusiones judiciales se pueden presentar a veces este tipo de preguntas capciosas que buscan inducir en el aludido una aceptación implícita de una presunta culpabilidad que aún debe ser probada: “¿Puede usted asegurar al jurado que fue directamente a su casa después de que se cometió el robo?”. Independientemente de si la persona contesta afirmativa o negativamente, queda en el aire la sugerencia de que esta efectivamente fue partícipe del delito que se le quiere endilgar, lo que no es más que un recurso de mala fe para inducir una presunción de culpabilidad no del todo establecida.
Una segunda falacia que se relaciona con estos casos se refiere al intento de abrumar a la persona con una larga argumentación cargada de términos técnicos y afirmaciones embrolladas, de manera que esta se vea en dificultades para entender plenamente lo que se está diciendo y termine aceptando lo que se expone, más por evitar la vergüenza de reconocer su falta de entendimiento que por la fuerza lógica de lo argumentado. Esto es lo que se conoce en el campo de las argumentaciones sofisticas como la prueba por intimidación o argumentum ad verbosium
Un último tipo de falacia que podemos incluir dentro de esta categoría es conocido como el argumento por repetición o argumentum ad nauseam. Esta es una expresión usada inicialmente para caracterizar una discusión que se extiende más allá de lo admisible, con lo que termina por extenuar al menos a una de las partes. En el campo de la lógica se refiere a la falacia que pretende validarse mediante una repetición prolongada de los argumentos, reiterando los aspectos previamente discutidos para eludir el meollo de la demostración e inducir la percepción errónea de que una afirmación que se reitera muchas veces en muchos escenarios debe necesariamente resultar verdadera. Se encuentra en la base de numerosos mitos urbanos no probados, a pesar de que gozan de amplia difusión, y resulta usado abundantemente en los círculos políticos, tanto actuales como pasados, como bien lo atestiguaba en su momento el ministro de propaganda de la Alemania nazi, Joseph Goebbels, cuando afirmaba con pleno descaro que “una mentira repetida mil veces termina finalmente por convertirse en verdad”.
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