Falacias argumentativas: Inconsistencia del proponente

Esta falacia aparece como una variedad de ataque personal, que rechaza un razonamiento dado aludiendo a que aquel que lo propone predica pero no aplica, es decir, se descartan los argumentos de quien no aparece como una persona consecuente con sus enunciados, acusándole de que aconseja aquello que no practica o, por el contrario, que condena aquello que él mismo realiza. Constituye una forma de réplica que en general aparece siempre como una respuesta muy pertinente, expresada en tópicos que resultan bastante usuales y de sobra conocidos por el común de las personas: “Fijarse en la paja del ojo ajeno sin reparar en la viga en su propio ojo”; “Quien se vea libre de pecado que tire la primera piedra”; “Das consejos que para ti mismo no aplicas”. Recibe en lógica el nombre de apelación al tu quoque (tú también) y dado que puede prestarse fácilmente a confusiones, puesto que puede resultar efectivamente válida en muchas ocasiones, conviene hacer una diferenciación clara de sus usos.

La apelación al tu quoque constituye una falacia de argumentación cuando se hace uso de ella para rechazar las razones válidas que sostienen una afirmación o cuando se usa para justificar una conducta determinada. Es la posición del diabético que no deja al azúcar porque el especialista que lo trata hace uso de ella, el hipertenso que consume grasas y sal porque su médico aún no las ha dejado o el alcohólico que encuentra una justificación en su renuncia a dejar de beber porque vio a su consejero tomando una copa. El error no se puede apoyar en los errores de los demás.

Algunas veces se llega a recurrir a este tipo de sofismas con total mala fe, para eludir las responsabilidades personales: ¿Cuántos maestros no se enfrentan comúnmente con estudiantes díscolos que pretenden que, si se ha de tomar alguna medida por sus transgresiones, se debe entonces hacer lo mismo con todos los que en algún momento se han comportado de una manera similar? Sin embargo, suele suceder también que se llegue a estos razonamientos erróneos por confusión inconsciente de cuestiones distintas. En estos casos, lo mejor es tomarse las cosas con pausa para hacer consideraciones diferenciadas. Si la acusación tiene un fundamento sólido, los actos de quien la realiza resultan en ese momento irrelevantes y se ha de atender primariamente a las razones.

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Las posibles respuestas ante estas situaciones implican cerrar toda posibilidad de elusión de la responsabilidad. Pudiera ser que quien afirma un determinado razonamiento llegue a ser calificado de hipócrita por no seguir lo que sostiene, pero en todo caso la hipocresía en sí pertenece al campo de la moral y no de la lógica, cuando lo que cuenta es el peso de las razones y no las características morales o éticas de quien las expone. ¿Qué sucedería si la misma sugerencia fuera hecha por otra persona? Quien comete un error no queda necesariamente impedido para advertir sobre los peligros del mismo, sino que quizá su experiencia puede ser útil a la hora de entender por qué no debe hacerse. El comportamiento errado persiste incluso si es otro quien lo comete.

El episodio bíblico de la mujer adúltera salvada por Jesús cuando estaba a punto de ser lapidada no constituye de ningún modo una justificación del adulterio. Cuando los que pretendían lapidarla se retiraron confundidos, el mismo Jesús advirtió a la mujer que se abstuviera de seguir pecando. Lo que señalaba el Mesías era la falta de autoridad moral de quienes pretendían erigirse como jueces cuando sus propias acciones los pudieran condenar a ellos mismos a penas similares.

Cuando nos movemos en el campo de la autoridad moral aparece entonces como válido el recurso al tu quoque. Resulta inadmisible que alguien exija explicaciones en relación a posturas o acciones sobre las que esa misma persona no está en posición de ofrecerlas. No cuenta con ninguna credibilidad en el ejercicio de sus funciones un servidor público probadamente corrupto, ni creemos a aquel que critica en otros los defectos de los que él mismo hace ostentación. ¿Quién podría confiar en la rectitud de un prelado pederasta, la probidad de un juez que se deja comprar o la autoridad de un médico fumador que pretenda aplicar un tratamiento para dejar el tabaco? Y sin embargo, esto no debiera servir como justificación para rechazar los razonamientos válidos de ninguna persona. Se puede reprochar con toda razón la falta de coherencia o la incapacidad moral de la persona para emitir ciertos juicios, pero si se pretende rebatir sus razones exclusivamente mediante censuras morales, sin aportar ninguna otra argumentación, se está recurriendo de lleno al recurso falaz del tu quoque

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