Durante la Edad Media, y en buena medida gracias al fortalecimiento de la Iglesia en su alianza con los poderes reales, el clero, los oratores, se constituyó en uno de los pilares, quizá el de un privilegio más trascendental para la existencia de la sociedad, el que velaba por las almas y la salvación de toda la comunidad, además de ser los encargados de la custodia de la cultura y del desarrollo de la misma. Esto posibilitó a su vez la ordenación del cuerpo de la Iglesia en una organización cuatriestamentaria consistente en dos ramas, clero secular y clero regular, cada una a su vez con dos estratos, alto y bajo clero. A la cabeza de todos se encuentra el Papa, como Vicario de Cristo y representante de Dios en la tierra, asesorado y elegido a su vez por un colegio cardenalicio y rodeado de todo su cuerpo burocrático estatal, el cual conforma lo que se conoce como la curia romana.
Luego, en cabeza del alto clero secular se encontraban los arzobispos y los obispos, que en general eran nombrados o aprobados por el mismo Papa, y que tenían a su cargo diócesis divididas a su vez en parroquias, donde se asignaba a un sacerdote párroco, un experto en la cura de las almas, un cura. Estos eran, como aún hoy en día, los encargados de administrar los diversos sacramentos, presidir la eucaristía, asistir a los moribundos, en fin, velar incluso por la seguridad y el bienestar de su comunidad. Se les llama clero secular porque viven en el siglo, es decir, entre el mundo de los hombres y sus instituciones. Una de sus particularidades es que constituyen, en el catolicismo, una cofradía constituida exclusivamente por hombres que han pronunciado voto de castidad, lo cual no deja de resultar polémico a la luz de muchas tendencias actuales, que ponen en tela de juicio tanto la regla de castidad que les impide casarse como su renuencia a ordenar mujeres o sus posiciones frente a la homosexualidad y la diversidad de género.
Por otra parte, existe paralelamente el clero regular, que sigue una regla, o un conjunto de reglas (pobreza, castidad, obediencia, u otros votos), en general entendidas como órdenes monásticas de hombres y mujeres que viven alejados del resto de los hombres, recluidos del mundo. También entre estos existe gran diversidad, y mientras que en el alto clero regular aparecen los grandes abades y priores o superiores de los conventos y los monasterios, en el otro extremo aparecen una diversidad de formas, desde los primeros padres eremitas, como Lino de Ancira y Paulino de Nola, solitarios en el desierto, los que se refugiaban en cavernas o incluso sobre columnas altas (estilitas), a los que vivían en primitivas comunidades alejadas de las ciudades (cenobitas), añadiendo a esto que a partir del siglo XIII aparecen las primeras órdenes mendicantes, como la de san Francisco de Asís
La categoría monacal resulta diferente a la del sacerdote, quien ha tomado ordenes sagradas luego de una larga preparación, y por ello son simplemente denominados religiosos y religiosas, de vida consagrada. Esto también permitió que, a principios de la Baja Edad Media, se instituyeran las primeras ordenes de monjes guerreros que acompañaron a las Cruzadas, tanto dentro como fuera de Europa, y que llegaron a ser con el tiempo órdenes tan poderosas y ricas como la de los Templarios, o caballeros del Temple, entre otras, la cual terminó siendo disuelta por el rey de Francia Felipe IV el Hermoso en 1314, dando así origen a una tragedia y a una leyenda.
También en la Baja Edad Media, durante el siglo XIII, se fue consolidando la institución de la Inquisición, brazo secular de la Iglesia, encargado de la supresión de herejías y prácticas demoniacas, a la cual se le atribuyen innumerables historias denigrantes y macabras, aunque no todas reales, algunas sí muy drásticas, y las imágenes de las hogueras y del potro de tortura saltan inmediatamente a nuestra memoria. Esta institución tuvo su origen en la Francia de fines del siglo XII, para combatir la herejía de los cátaros y los valdenses mediante un movimiento armando que pasó a conocerse como la Cruzada contra los albigenses, pasó en el siglo siguiente a ser adoptada como institución estatal de varios reinos, principalmente España y Portugal, y juego luego un papel decisivo en el sojuzgamiento y evangelización de América.
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