Durante el siglo XIII, Europa entró en un periodo dinámico más acorde con las nuevas realidades urbanas que iban emergiendo durante la consolidación del Pleno Medioevo y que desembocarían finalmente en el transcurso de los tres siglos siguientes en la decadencia del mundo medieval y en la conformación de instituciones sociales y políticas más modernas. Fue la época de las Cruzadas, de la fundación de los Estados latinos de oriente en Siria y Jerusalén y de la popularización de las universidades, de una Europa que se abría a un mundo mayor y más diverso desde la perspectiva unificadora de su propia realidad cristiana, pero que también probaba sus fuerzas con las otras potencias hegemónicas del momento y consigo misma, a fin de proyectar sus propios afanes expansivos y colonizadores.

También, como una consecuencia indirecta de las Cruzadas y el fortalecimiento de las ciudades, y frente a un clero que se iba haciendo cada vez más poderoso, rico y mundanal, surgió en muchas zonas del centro y el oeste de Europa un genuino deseo por una experiencia religiosa más verdadera y original, lo que llevó al nacimiento de diversos movimientos de corte heterodoxo, que rechazaban la opulencia y el fasto de la Iglesia y se dedicaban a vivir de acuerdo a los principios evangélicos de pobreza y castidad. Algunos de dichos movimientos fueron finalmente considerados como heréticos y perseguidos por la Iglesia institucional, en tanto que otros, particularmente dominicos y franciscanos, agrupados bajo el nombre genérico de órdenes mendicantes, fueron reconocidos por su labor evangélica y su sumisión a la jerarquía eclesiástica, y recibieron por ello la aprobación papal y la ordenación de una regla estricta de vida devocional.

Es en este contexto que podemos a ubicar a Francisco de Asís y su prédica de una vida de pobreza espiritual y material más acorde a los ideales cristianos. Hijo de un rico comerciante de la ciudad, educado inicialmente con algo de esmero, Francisco tuvo en sus primeros años de juventud una vida despreocupada y pródiga, no muy diferente al común de los jóvenes acomodados de su época, hasta que una serie de vivencias personales a principios del siglo XIII lo llevaron a una transformación radical de su existencia: a partir de entonces abandonó todas sus posesiones terrenales, excepto lo más indispensable para la supervivencia, y se dedicó a una vida de servicio y predicación en nombre de Jesucristo. Poco tiempo después, en 1209, ya con algunos discípulos, logró ser recibido en audiencia por el papa Inocencio III, quien terminó por aprobar, verbalmente, la regla de vida de los franciscanos ante la vehemencia del santo, pese a la oposición que hacían a las Cruzadas y a la guerra, y les dio su nombre definitivo: Ordo Fratrum Minorum u Orden de los Frailes Menores.

Francisco intentó viajar luego de esto hacia el oriente, en un esfuerzo por convertir a los musulmanes con los que los estados europeos se hallaban en guerra, pero sus intentos no se pudieron llevar a cabo inicialmente. La organización mientras tanto fue ganando notoriedad y prestigio durante toda aquella década, y a finales de la misma ya había crecido por toda Europa, por lo que hubo necesidad de organizar los distintos capítulos de sus miembros, luego de lo cual el santo pudo realizar su viaje a oriente, a predicar entre los infieles, logrando reunirse en su momento con los gobernantes de Egipto y Damasco, quienes le proveyeron de un salvoconducto para que pudiera moverse con libertad en tierras de musulmanes.

Francisco retornó en 1221 a los suyos, tras lo cual les dio una organización y una regla definitiva, tanto para hombres como para mujeres, y continuó con su tarea de servicio devocional desinteresado. En la navidad de 1223, celebró una misa donde montó una recreación en vivo del nacimiento de Jesús en Belén, que si bien no era la primera vez que se hacía, sí resultó decisiva en la universalización de la tradición del pesebre, común en casi todos los países del ámbito católico. Poco después de esto, recibió los estigmas (fue uno de los primeros casos documentados), señales de la Pasión de Cristo, que le acompañaron hasta el momento de su muerte, acaecida en octubre de 1226, a la edad de cuarenta y cuatro años.

San Francisco es una de las figuras más destacadas de la experiencia y la espiritualidad cristiana de todos los tiempos, y su influencia y obra repercuten aún hasta nuestros días, mostrándose todavía actuales y fructíferas, como el hecho de que se le considera patrón de la ecología y hasta el mismo actual papa Francisco, quien tomó su nombre en honor al santo, lo considera en una de sus encíclicas más reconocidas, Laudato si. A lo largo de su vida, san Francisco ayudó a establecer, no solo la orden de los franciscanos, continuadora de su labor hasta la actualidad, sino también la de las Hermanas Clarisas, en compañía de su discípula Clara de Asís, así como una tercera orden seglar, para permitir a los laicos acercarse al mensaje evangélico en la obra del santo. Sus escritos, cartas y oraciones constituyen una de las muestras más bellas y profundas de todo el ideal cristiano, y hasta hoy continúan siendo fuente de inspiración y estímulo para todos aquellos que buscan sinceramente una experiencia más profunda y reveladora del evangelio.