Intentaremos hacer aquí una pequeña claridad acerca de lo que separa a sunitas, chiitas y jariyíes, las tres principales ramas teológicas del Islam. Todos son musulmanes, y comparten las mismas creencias esenciales ya expuestas, pero sus mayores divergencias se encuentran en la manera como cada grupo concibe la organización política más óptima.

Para los sunitas, la representación temporal de la Divinidad en el mundo, su vicario, lo constituye la persona del Califa, Comendador de los Creyentes, el cual debía en los inicios estar vinculado por lazos de sangre con la tribu árabe a la cual pertenecía el Profeta (la tribu de Quraish) y debía ser reconocido por una Shura (asamblea) de notables de la comunidad. Sin embargo, dado que todo el Señorío pertenece a Allah, el Califa solo representa un poder temporal, en la medida de su humanidad, y por lo tanto no se lo considera infalible ni dentro de la categoría de lo sagrado. Es solo un gobernante, guía de su nación, pero en últimas las cuestiones legales de la comunidad deben ser remitidas a los ulemas, los doctores laicos y estudiosos de la Ley, la cual emana desde el Corán y la Sunnah.

Los chiitas, por otra parte, conceden mucho mayor peso a los lazos de sangre de la descendencia del Profeta, al punto que los integrantes de su círculo familiar más íntimo, esto es, su hija Fátima y Áli (yerno de Muhammad (s.a.s.) y esposo de Fátima) junto con los hijos de ambos, los Husaynin, nietos del Profeta, gozan de una categoría especial dentro de su doctrina (Ahlul Bayt, la Casa Purificada del Profeta). En ese sentido, ‘Ali ibn Abu Talib se constituye en el verdadero primer Califa, representante y sucesor de Muhammad, guardián de la fe, por lo que también recibe los títulos de Imam (guía religioso de la comunidad), Walí y Amir al-mu’minin, Albacea y Comendador de los creyentes, a quien la comunidad le queda encargada. Esta sucesión continúa a lo largo de una línea hereditaria de Imames, la cual, para algunas de las escuelas del chiismo, alcanza las doce generaciones hasta el advenimiento de un último Imam oculto (Al-Mahdi), quien habrá de retornar, como un signo del final de los tiempos, para restablecer, en compañía de Jesús el Cristo, un reino teocrático de paz y justicia. Por esta razón, cuando la revolución iraní del Ayatolah Jomeini llevó el chiismo al poder en 1982, se proclamó entonces la República Teocrática del Irán, lo que implicaba que la soberanía suprema no era ejercida por ninguno de los tres poderes tradicionales (ejecutivo, legislativo y judicial, legitimados por la soberanía del pueblo), sino por Allah, representado por un colegio de sabios ulemas y clérigos musulmanes chiitas, devotos de Dios.

Por último, los jariyíes se plantearon desde un principio, durante el tiempo del gran cisma (Fitna al-Kubra, hacia el siglo VII d.C.), como un movimiento en oposición tanto a los sunitas (pues negaban los privilegios de clase de los árabes) como a los chiitas (al no reconocer la preeminencia doctrinal de ‘Ali, ni la jerarquía de sangre asociada a la Casa del Profeta). Frente al problema de elección califal (que fue en últimas el principal desencadenante de la escisión de estos tres grupos), los jariyíes sostuvieron en sus principios que era en la comunidad como un todo en quien recaía la cuestión de elegir al más idóneo entre ellos para guiarlos, al musulmán más devoto, al margen de su condición social y sus antecedentes de linaje: el verdadero musulmán se distingue por la rectitud de sus obras y de su fe; si no obra de acuerdo a la Ley coránica, no puede reputarse como musulmán.

Las persecuciones de los Abásidas en su tiempo empujaron a muchos jariyíes a refugiarse en el Sahara y el Magreb africano, lo que explica que algunas de estas comunidades sobrevivan en estas regiones hasta hoy, así como en zonas de Omán y de Zanzíbar.

A pesar de que constituyen los tres grupos mayoritarios (principalmente sunitas y chiitas; los jariyíes son una minoría relativa) y de mayor relevancia histórica, el Islam es siempre múltiple y diverso, tanto dentro de cada grupo como fuera de ellos se han desarrollado variantes y divergencias, que abarcan desde las posturas más pacíficas y abiertas hasta las más intolerantes y fanáticas. Entre las variantes internas podemos nombrar a los sufíes y los wahabíes, mientras que entre las externas, religiones diferentes que reconocen o se basan de alguna manera en la Revelación coránica, podemos nombrar a la fe baha’i, surgida en el seno del mundo persa a mediados del siglo XIX, de la mano de su propio Enviado (Baha’ullah) su propia Escritura (Kitab al-Aqdas), tanto como a la fe sikh, mucho más antigua, pues nació en la frontera entre India y Pakistán, como un intento de conciliar las diferencias formales entre hindúes y musulmanes, a principios del siglo XVI, y que tiene también sus propios diez gurús (Gurú Nanak es el primero de ellos, su fundador) y su propio texto sagrado, al Adi Granth, que recibe tratamiento de undécimo gurú, como si de una persona viva se tratara.