Judaísmo: Cuarenta años en el desierto

Cuatrocientos treinta años vivieron los israelitas en Egipto, y luego Yahvé les sacó con gran poder de la casa de la servidumbre, y les condujo al desierto, a la libertad. Tan crucial resultó este paso, que desde allí los hebreos acordaron celebrarlo perpetuamente, en el primer mes del año, el mes primaveral de Aviv, también llamado Nisán, mediante un rito de sacrificio y culto a la Divinidad, la Pascua judía en honor de Yahvé, el recuerdo del paso del Señor.

Pero el desierto, aterrador y desconocido, fue una dura prueba para los israelitas, que murmuraban constantemente contra Moisés por haberlos conducido fuera de Egipto, donde fueron esclavos, pero comían gratuitamente el pescado, los puerros, cebollas y ajos con que los egipcios les alimentaban, y que ahora anhelaban. D-os pactó entonces una alianza con ellos, un decálogo de leyes a observar, si querían contar con Su Favor, y les ordenó construir un tabernáculo, un “Arca de la Alianza”, para que pudiera morar entre ellos, y fuera así recuerdo y guía perpetuo. Todo Israel aceptó de palabra. Sin embargo, cuando Moisés subió por cuarenta días al monte sagrado para hablar con D-os y recibir Su Alianza, el pueblo que estaba abajo desconfió, y se dijeron: “Fabriquémonos un dios que nos lleve adelante, porque de este Moisés que nos sacó de Egipto, nada sabemos”. E hicieron un ternero de oro, y lo adoraron como a su liberador. Cuando Moisés bajó del monte, los encontró entregados a su orgía, por lo que, presa de la furia, rompió las tablas de la ley.

D-os advirtió a Moisés: “Este pueblo es rebelde e infiel. Déjame exterminarlo, y te haré cabeza de una mejor nación, y me adorarán como es debido”. Moisés, en una muestra enternecedora de humildad y devoción, respondió: “Líbrate de las murmuraciones de los pueblos, que dirán que sacaste a Israel de Egipto con mala intención, para hacerlo morir en el desierto. Acuérdate de tus servidores Abraham, Isaac y Jacob, y de las promesas que les hiciste. Yo sé que este es un pueblo pecador; con todo, dígnate perdonarlo, o hazme morir con ellos, y bórrame de libro en que me tienes inscrito”. ¡Cuánta sabiduría y humildad la de este hombre de D-os!

Así, tras intensos actos de penitencia y purificación, y la institución nueva de leyes y fiestas, el pueblo pudo reconciliarse con su Divinidad, de manera que pudieron dedicarse a construir el Tabernáculo y su Morada, consagrándolos a Yahvé. Luego se pusieron de nuevo en marcha, continuando su caminar por el desierto, guiados por el Arca. Para cuando llegó el momento de subir a la tierra prometida, enviaron primero doce espías, hombres decididos, uno por cada tribu, que recorrieron el país durante cuarenta días, retornando luego con noticias: “En verdad es una tierra que mana leche y miel, como se nos había prometido, pero está habitada por ciudades grandes y poderosas, y hemos visto numerosos pueblos aguerridos, incluso gigantes de la raza de Enac”. Y allí clamó de nuevo el pueblo contra Moisés: “¿Por qué no nos dejaste morir en Egipto o en el desierto? ¿Por qué nos trajiste a esta tierra, donde nos matarán y esclavizarán a nuestros niños?”. Y se decían: “Elijámonos un nuevo jefe y regresemos a Egipto”.

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Nuevamente, Yahvé ofreció destruir aquel pueblo infiel, y nuevamente rogó Moisés por su perdón. Y respondió Yahvé: “Puesto que lo pides, los perdonaré. Pero, puesto que vieron Mi Gloria en el desierto y Mis prodigios, y no creyeron, tan cierto como que Yo vivo que esta generación no verá la tierra que di en promesa a sus padres. Quienes entren en ella serán sus hijos pequeños y sus nietos, de quienes decían que serían esclavizados; ellos conocerán la tierra que ustedes menospreciaron. ¡Vuélvanse pues al desierto! Cuarenta días tardaron para recorrer el país, cuarenta años vagarán en el desierto, y cargarán con su pecado”.

Así pues, los israelitas volvieron sobre sus pasos, y deambularon cuarenta años por el desierto del Sinaí, tiempo sobrenatural en el cual ni sus vestidos ni su calzado se gastaron, y donde, a pesar de la escasez, nunca les faltó ni el alimento ni el agua, para un “pueblo de seiscientos mil hombres aptos para la guerra”, cifra sin duda exagerada. Durante ese tiempo conocieron nuevas pruebas, y se enfrentaron con diversos pueblos enemigos, comenzaron a asentarse. Yahvé y Moisés les recordaron la alianza pactada, y la necesidad de ser fiel a ella, prohibiendo todo contacto con las creencias y los dioses de las naciones enemigas que enfrentaban.

Finalizados los cuarenta años, con la muerte de Moisés en el desierto (pues también a él alcanzó la condenación de no entrar en la tierra prometida) finaliza el llamado Pentateuco, es decir, la colección de los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, y que, en su versión original hebrea, constituye la Torah, el libro sagrado y fundamental de la fe judaica. Aunque la tradición atribuye su autoría (o al menos su dirección fundamental) al mismo Moisés, es evidente que no pueden negarse interpretaciones y re elaboraciones por parte de otras fuentes posteriores, dado que el texto escrito cobró forma definitiva muchos siglos después del tiempo de los relatos que abarca.

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