Nominalmente, el periodo de mil años que duró la Edad Media es dividido en dos grandes eras de similar duración, la Alta y la Baja Edad Media, aunque las denominaciones no resultan del todo apropiadas, debido a que la Alta Edad Media se desenvuelve a lo largo de toda su duración a través de un complejo proceso social, cultural, político y económico, que alcanzó su pico propio en el reinado de los Carolingios, y que transformó las formas clásicas de la cultura del antiguo Imperio Romano hacia las nuevas instituciones medievales, consolidadas plenamente a principios del siglo XI, debido a razones de carácter primariamente económico.

Europa entró entonces en un pleno Medioevo, que ha provocado que algunos historiadores diferencien este periodo de los tres siglos posteriores al año mil de los dos últimos siglos del Bajo Medievo, cuando las instituciones fundamentales de Europa sufrieron se vieron sometidas a una serie de cambios que hicieron inexorable el advenimiento de una nueva era y un nuevo tiempo para el continente.

El tiempo medieval es un tiempo fundamentalmente religioso y a partir del siglo XI Europa entra en la plenitud de dicho tiempo, luego de las experiencias devastadoras, pestes, guerras e invasiones, que caracterizaron los siglos previos y de los cuales salieron fortalecidos, hacia un mundo más cohesionado y estable, dominado por poderosas monarquías legitimadas por derecho divino y una clase noble que reivindicaba constantemente sus privilegios de sangre sobre el vulgo. Los modos de producción feudal y agraria de los tiempos de la Plena Edad Media fueron posibles en la medida en que la sociedad de la época institucionalizó el sistema de los tres estamentos, dejando a unos hombres la tarea de cuidar las letras, la piedad y la salvación (oratores), mientras otros luchaban por los más altos ideales y vivían un ideal de vida noble y caballeresca (bellatores), para dejar en manos de muchos, el pueblo llano e inculto asociado al feudo, los humildes trabajadores, la tarea de trabajar la tierra para poder dar sustento a todo el sistema (laboratores), todo ad majorem Dei gloriam. Los hombres europeos del Medioevo, sobre todos los más rústicos, que constituían la gran mayoría, vivían bajo la angustia de los muchos males con los que Dios castigaba a los hombres pecadores, y esperaban de un momento a otro el advenimiento del día señalado que marcaría el fin a los tiempos y el retorno de Cristo con toda su gloria para juzgar a los vivos y a los muertos.

A nivel político, como contrapeso al importante poder imperial representado por los emperadores de Bizancio, los reinos francos y alemanes se alzaban en Europa central como los poderes dominantes y hegemónicos de la región, aunando a ellos los reinos de Inglaterra y España, mientras que por el otro lado se extendían los territorios pobremente cristianizados, algunos de ellos aún paganos, de Europa oriental.

Posteriormente al siglo XI, Europa conoció incluso un óptimo climático que estuvo conectado con una estabilización de las dinámicas de producción agraria y las tasas de crecimiento poblacional. Esta misma curva creciente llevó a que ya a finales del mismo siglo, también como una manera de enviar hacia fuera los excesos de población, los reinos europeos se embarcaran por los dos siglos siguientes en la empresa de las Cruzadas contra el islam y la herejía, que dejaron una honda huella en los imaginarios colectivos tanto de oriente como occidente.

Para el final de este periodo, las ciudades estado italianas, como Génova, Florencia y Venecia, enriquecidas con el comercio marítimo y con las guerras, empezaron a pesar en el horizonte político del continente como un nuevo poder basado en el dinero, un modelo que sería replicado luego por muchas otras ciudades y reinos costeros, y que estaría en la base del naciente capitalismo y en el surgimiento de los movimientos artísticos y culturales que caracterizaron las manifestaciones previas al Renacimiento.

Con todo, a pesar de la prevalencia de fuertes reinos y de la mejora de las condiciones sociales y económicas a partir del año mil, para la mentalidad moderna, incluso europea, la imagen heredada del Medioevo es la de un periodo oscuro y oscurantista, bajo la amenaza constante de guerras y destrucciones, de peste y hambre, de corrupción e ignorancia. Al margen de los logros alcanzados y de los procesos vividos, desde finales del siglo XIII y a partir del siglo XIV, Europa entró en un periodo de crisis y de declive que marcó los dos siglos finales de la Edad Media, dando efectivamente la imagen oscurantista del Bajo Medioevo, que desembocó en últimas en el fin de toda una Edad para dar paso al Renacimiento europeo y el principio de la Modernidad.