Los aztecas o mexicas constituían un impresionante y vasto imperio unificado para el momento de arribo de los conquistadores españoles al territorio que en aquel entonces fue llamado Nueva España, y que llegaría a ser con el tiempo el país de México. Sin embargo, la autoridad que ejercían sobre los demás pueblos subsidiarios de su imperio era opresiva y sanguinaria, porque sacrificaban prisioneros y esclavos ante sus cruentas deidades, lo cual facilitó que varios de los pueblos sometidos se aliaran con los nuevos invasores blancos ante la perspectiva de oponer contra sus opresores un poder mayor y más avasallante. Por cierto que los sacrificios humanos no eran exclusivos de la nación azteca, sino que habían sido más bien una práctica común entre muchos de los antiguos pueblos precolombinos, siempre que de alguna manera ejercieron su hegemonía sobre otros menos fuertes o menos organizados, y esto se dio a lo largo y ancho de todo el continente americano, desde Tierra del Fuego hasta Alaska, durante muchos siglos entre onás, patagones, araucanos, mochicas, caribes, mayas, aztecas y toltecas, hasta los pueblos de las grandes praderas norteamericanas y los inuit del lejano norte, además de muchos pueblos más, antes del arribo de los españoles y demás conquistadores europeos.
Cada uno de estos pueblos exhibía una excusa o creencia distinta para mantener dichas prácticas, ya fueran derechos de guerra sobre los vencidos o sobre otros pueblos más débiles y susceptibles por ello de ser esclavizados, ya como parte de rituales que buscaban aplacar una supuesta ira de los dioses o asegurarse su buena disposición, ya como parte de agresivas políticas de propaganda expresamente pensadas para crear un clima de zozobra y miedo entre sus potenciales enemigos, tanto como para crearse una leyenda de belicosidad y crueldad, muy conveniente para la actividad expansiva de algunos de estos pueblos.
Con los aztecas en particular, las razones para mantener su práctica de sacrificios humanos combinaban elementos de cada una de las razones aducidas más arriba. Empezando por su cosmovisión particular, los aztecas sostenían, como muchos otros de los pueblos integrados dentro de la esfera cultural de las civilizaciones mesoamericanas precolombinas, que habían existido previamente otras humanidades, otras razas que habían sido destruidas por los dioses en eras pasadas, cada una de ellas caracterizada por un sol particular. Así, los primeros hombres fueron devorados por jaguares; luego hubo una segunda humanidad que fue borrada por un gran vendaval; después, la tercera humanidad cayó, víctima de sus pecados, mediante una lluvia de fuego que lo consumió todo; por último, la cuarta vez que los hombres poblaron la tierra fueron destruidos por un gran diluvio y los pocos que sobrevivieron fueron transformados en peces por los dioses.
Luego de esta última extinción, los dioses decidieron crear cuatro hombres originales, uno por cada punto cardinal, para dar nuevamente un orden al cosmos, y los constituyeron como antepasados de toda la humanidad actual. Pero aún no había luz en el mundo, porque los soles anteriores habían caído con cada una de las destrucciones. Así que los dioses pensaron en dar a los hombres un quinto sol
Entonces el quinto sol, Tonatiuh, exigió la sangre de los dioses para poder mantener su movimiento eterno, por lo que todos ellos debieron sacrificarse con un cuchillo de obsidiana. Luego de que todos los dioses fueron muertos, Tonatiuh advirtió a los hombres que debían realizarle sacrificios de sangre para poder asegurarse que él continuara alumbrándolos. Por eso los aztecas, descendientes de los primeros hombres del quinto sol, debían realizar continuos sacrificios humanos para alimentar a su deidad y permitirle así continuar con su tarea de iluminar y darle vida al mundo.
Por supuesto, cuando se hicieron fuertes y establecieron su imperio sobre los demás pueblos de las zonas alrededor, los aztecas se valieron igualmente de este mito para legitimar sus cacerías humanas y la captura de esclavos para el sacrificio, como un derecho de guerra donde prima la ley del más fuerte sobre el más débil, así como para consolidar igualmente su fama de crueles e inflexibles entre sus posibles opositores, a fin de disuadirlos de presentarles cualquier tipo de resistencia. Lo que no pudieron prever es que, así como les valió para hacerse temer de todos los pueblos que se encontraban bajo su dominio, esta misma política iba a volverse contra ellos y a contribuir con su caída, cuando los sometidos pudieron levantarse una vez más y luchar por su libertad, paradójicamente de mano de los invasores españoles.
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