Para los antiguos griegos, la organización social y natural del mundo encontraba un reflejo en la organización particular de su panteón de dioses: estos se agrupaban según los esquemas y las estructuras de la sociedad civil, y como tal eran también sujetos de pasiones y anhelos típicamente humanos. La “sociedad” divina reproducía así las características y los patrones de comportamiento característicos de los hombres (amor, envidia, celos, rabia, etc.), pero con la diferencia particular y fundamental que venía dada por su sobrenatural inmortalidad, la cual se constituía entonces en la condición que permitía a los dioses elevarse sobre la naturaleza material y humana para hacer así seres “celestiales”.
Por otra parte, y desde una línea de aproximación diferente, el pensamiento griego se presentó desde sus mismos orígenes como poseído de una especie de “culpa existencial”, una angustia por el mero hecho de estar vivos y, por esta misma razón, de tener que enfrentarse con la innegable realidad de su mortalidad. A este respecto, resulta bastante ilustrativo el episodio de La Odisea en el cual Ulises debe descender al Hades (el mundo de los muertos) para averiguar los eventos de su destino futuro. Allí se entrevista con diversos personajes, amigos y enemigos caídos en la reciente Guerra de Troya, tanto como con otros conocidos que han muerto recientemente, y es allí también donde tiene lugar su memorable diálogo con Aquiles, el más glorioso de todos los guerreros griegos.
Este es uno de los pasajes dialecticos más notables de toda la obra homérica: por una parte, Ulises, rey de Ítaca, protagonista de La Odisea, imagen del ingenio y de la astucia, por cuyas tretas fue finalmente conquistada la ciudad de Troya; por la otra, Aquiles, señor de los Mirmidones, personaje central de La Ilíada, personificación las virtudes clásicas del guerrero, la fuerza y el valor, sin cuya participación no hubiera podido ganarse la guerra, pero que finalmente murió en ella. Aun en el Hades, Aquiles goza de una especie de estatus especial y las demás almas de los muertos le demuestran cierto grado de respeto y de deferencia. Sin embargo, a pesar de todo Aquiles se muestra sombrío y afligido, y ante las interpelaciones de Ulises, que le pregunta acerca de su condición, Aquiles se queja de que extraña el mundo de los hombres y sus goces, y que preferiría mil veces ser el más abyecto y sucio de los campesinos que se revuelcan en el barro a ser el gran rey del mundo de las sombras.
Valga recordar aquí que, según una profecía, Aquiles estaba destinado a vivir una vida corta pero llena de gloria, y sería recordado con honra y admiración en los siglos por venir, o bien, si no acudía a la guerra, viviría hasta muy viejo una vida sencilla y opaca, sin ninguna fama ni honor. Mientras vivía, Aquiles no dudó en asumir la primera de las opciones, convencido de que el mejor destino era inmortalizarse espléndidamente en la memoria de las generaciones futuras; sin embargo, una vez muerto, su pensamiento aparecía totalmente distinto y añoraba entonces la vida simple de un padre de familia, que envejecía rodeado del amor de su familia y sus descendientes, lo que ilustra claramente el dilema que atormentaba en el fondo al espíritu griego.
De este modo, la angustia de vivir que caracterizaba la mentalidad griega (de la cual somos en Occidente herederos en buena medida, mezclada con las cuestiones propias del judeocristianismo) se proyectaba en la trascendencia de su panteón de dioses, con los cuales había que tratar de estar permanentemente en paz, ganándose sus favores mediante los ritos apropiados, como una condición para “elevarse” por sobre la mortalidad y las culpabilidades humanas.
Es por estas razones que los dioses de los griegos se presentaban entonces como deidades humanizadas y antropomórficas, como una proyección de sus anhelos y angustias propias, pero también como poderes superiores caprichosos y turbulentos ante los cuales el hombre resultaba impotente y debía buscar permanentemente mantenerse agraciado con ellos. Así, casi toda la mitología de los primitivos griegos se expresó en la relación de las complejas biografías de los dioses y sus distintos nexos y correspondencias, manifestaciones de un orden divino al cual debía aspirar la sociedad humana que se hallaba en la búsqueda perpetua por liberarse de sus lastres de mortalidad.