La peste bubónica es una infección ocasionada por la bacteria Yersinia pestis, la cual provoca la inflamación de los ganglios en los órganos sexuales y los ojos, conocidos como bubones. De ahí su nombre. En el caso de que la infección alcance los pulmones, se le conoce como peste neumónica; mientras que, si llega a la sangre, se le conoce como peste septicémica. Esta enfermedad es ocasionada por picadura de pulgas infectadas de la especie Xenopsylla cheopis, también conocida como pulga de rata. Esta pulga usualmente busca otra víctima cuando el roedor en el que se aloja muere. Entonces las bacterias traspasan la piel y llegan a los ganglios linfáticos. Aquí resisten los ataques del sistema inmune, principalmente la fagocitosis, y se reproducen, incluso dentro de los fagocitos. La peste bubónica es originaria de Mongolia, donde frecuentemente se registran brotes de esta enfermedad por comer carne de marmota, que está prohibida por la ley. Así, la peste fue introducida en Europa por los musulmanes, lo que ocasionó la conocida “peste negra”.
El primer registro que se tiene una epidemia de peste bubónica se puede encontrar en la Biblia, Isaías 37, 36. Más tarde, en el siglo VI d. C., la peste atacó al Imperio Romano de Oriente (también conocido como Imperio Bizantino), que por aquel entonces estaba gobernado por el emperador Justiniano I, quien se infectó pero consiguió recuperarse. Es por ello que se le conoció como la “plaga de Justiniano”. En aquel entonces, tras dos siglos de recurrencias, murieron cerca de 50 millones de personas, que equivalían aproximadamente a un 25% de la población del mundo. Hacia el 542 d. C., la peste alcanzó Constantinopla y luego se extendió a través de los puertos por todo el Mar Mediterráneo, alcanzando Asia Menor y el occidente de Italia y Grecia. La peste se reprodujo entonces por el comercio de mercancías. Todo este es considerado dentro de la historia como el Primer brote.
El segundo Brote, conocido popularmente como peste negra, surgió a finales de la Edad Media, entre los años 1340 y 1400 d. C. Sólo en 1347, murió un tercio de la población del planeta. El incremento en la tasa de mortalidad producido por la peste tuvo graves consecuencias sociales, que redujeron la calidad de vida, propiciaron el crimen, las revueltas, la violencia y las guerras. La peste se originó en Mongolia y fue llevada a Europa a través de Venecia por los musulmanes comerciantes o por la invasión que llevaron a cabo los mongoles en la ciudad de Caffa, en Crimea (actual Rusia), donde los comerciantes italianos tuvieron que huir hacia a Europa con sus mercancías, llevando consigo la peste. Por el pánico de verse infectadas, las personas comenzaron a emigrar de las ciudades donde aparecía la peste, con lo cual esta se expandió por todo el continente. Varias ciudades tomaron medidas para evitar la propagación, separando a los enfermos de los sanos. Como consecuencia de la epidemia, los mongoles decidieron cortar la ruta de la seda entre China y Europa, con lo cual la propagación disminuyó paulatinamente.
Un tercer brote ocurrió a mediados del siglo XIX. Este se originó nuevamente en Asia Oriental, concretamente en la provincia de Yunnan en China, en el año 1855. La epidemia en un primer momento se concentró en el suroeste de China, donde mató a 80.000 personas. Más tarde, para 1896, la peste bubónica llegó al subcontinente indio y azotó a la población de esta región a lo largo de treinta años, provocando la muerte de 12,5 millones de personas. Para 1899, luego de extenderse por varios puertos del pacífico, la enfermedad llegó Hawái. Como consecuencia, el gobierno decidió incendiar los edificios donde se había localizado la enfermedad, pero el fuego se descontroló y varias familias quedaron sin hogar. Para el siglo siguiente, la peste llegó a Australia, donde se registraron 12 brotes. Finalmente, la Organización Mundial de la Salud, más conocida por sus siglas como OMS, dictaminó que el tercer brote había terminado en 1959.
Los principales síntomas de la peste bubónica son los siguientes:
Además de estos síntomas usuales, también pueden presentarse los siguientes síntomas en determinados casos:
Para diagnosticar la peste bubónica hacen falta pruebas de laboratorio. Estas consisten usualmente en el cultivo de Y. pestis a partir de una muestra obtenida del paciente. Además de esto, se puede detectar esta bacteria con estudios de varilla de nivel o estudiando el suero obtenido en las fases temprana y tardía de la infección. Para tratar la infección se pueden utilizar varios tipos de antibióticos, como los aminoglúcidos (por ejemplo, gentamicina y estreptomicina), tetraciclinas (principalmente doxiciclina) y fluoroquinolona ciprofloxacino. De ser trata, la mortalidad de la peste se puede reducir hasta un 1% y un 15% de riesgo, mientras que en los casos no tratados la mortalidad alcanza el 40% y el 60%. El tratamiento debe ser inmediato, dentro de las primer veinticuatro horas después de presentados los síntomas para que el paciente no muera. Dentro de las primeras doce horas de la infección, se ha demostrado con gran éxito el uso de la estreptomicina y sus derivados. Algunos tratamientos usan líquidos intravenosos, terapia con oxígeno y apoyo respiratorio.
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