Todo el capítulo de los regresos de los griegos en el ciclo de cantos y poemas en torno a la Guerra de Troya constituyó un elemento de validación de las distintas casas reales y de la aristocracia militar para el mundo griego antiguo. Esta guerra marcó un hito fundacional, a partir del cual las disgregadas ciudades griegas, sin perder del todo su autonomía, habían llevado a cabo un plan conjunto, como un solo estado militar, y habían triunfado, consolidándose de ese modo como una potencia dominante en la zona del Mediterráneo suroriental. Grecia entró en un nuevo periodo de notable evolución que la llevaría, en el transcurso de los siguientes siete u ocho siglos, hasta el esplendor de Pericles y la filosofía de Sócrates, Platón y Aristóteles, pero también a la legitimación de una dominante clase aristocrática nobiliaria, la cual sustentaba sus derechos de sangre en la elaboración de complejas genealogías que remontaban hasta aquellos primeros héroes y semi dioses de los cuales se hablaba en los relatos y las tradiciones.
Esto pone en evidencia que los mismos griegos se consideraban en general como descendientes de los dioses y desde esa perspectiva miraban y se relacionaban con el resto del mundo bárbaro que habitaba más allá de su esquina en el Mediterráneo sudoriental. Por eso sus dioses constituían símbolos de orgullo nacional y regional, y estaban al frente de la conducción y el orden de todo el mundo griego.
Esto resultó igualmente así para el posterior imperio Romano, quien encontró en su ascendencia hacia algunos héroes troyanos y griegos una fuente de validación y de conexión con sus propios dioses. Cuando el emperador Augusto pidió Virgilio que escribiese La Eneida como una historia de los orígenes de Roma, lo que hizo el poeta fue elaborar un mito fundacional sobre elementos genealógicos que ya estaban presentes en el imaginario de los romanos y que ascendían desde Rómulo, descendiente del dios Marte, hasta Eneas, el príncipe troyano descendiente de Afrodita.
Con todo muchos de los regresos resultaron trágicos, pues las naves se disgregaron y vivieron destinos distintos y extraños. Agamenón, tras volver a su reino, fue asesinado por su esposa Clitemnestra (y por Egisto, amante de esta), quien había quedado dolida por la cuestión del sacrificio de Ifigenia. Este hecho dio origen a los ciclos de Orestes y de Electra, los hijos del rey Agamenón: Orestes vengó la muerte de su padre dando también muerte a su madre y a Egisto, con lo que atrajo sobre sí y sobre su hermana las maldiciones del destino. Posteriormente, Orestes mató también al hijo de Aquiles, Neoptólemo, porque este último había usurpado su lugar como esposo al lado de Hermíone, hija de Menelao y Helena, los reyes de Esparta. Relatos como estos resultan claves para entender los conceptos de la moralidad y el trato griego de aquellos tiempos, así como sus ideas sobre el inframundo y la predestinación.
Pero quizá el texto más notorio de todos los regresos lo constituye La Odisea, el relato de los viajes del héroe Ulises, el cual constituye un texto aparte y propio, si bien se atribuye a Homero, el mismo autor de La Ilíada
Para los griegos, la figura de Ulises, contrapunto de Aquiles, representaba la imagen del guerrero sagaz y paciente, quien a base de sus tretas e ingenios, con la ayuda de los dioses venció allí donde no consiguieron vencer la fuerza ni el valor guerrero, logrando lo que no pudieron ni Aquiles, el cuasi inmortal héroe de los pies ligeros, ni Agamenón, el más poderoso de todos los reyes: sobrevivir a la guerra y a los peligros del retorno para retomar su vida y su reino junto a su esposa, su familia y su propio pueblo. Estos guerreros, y sus relaciones con los dioses, representaban verdaderos modelos de vida para los antiguos griegos, así como fuente de valores y de inspiración para todas las manifestaciones del arte y el culto religioso. Sin embargo, también estos relatos fueron luego cuestionados desde las perspectivas racionalistas de los mismos griegos del Siglo de Oro, que cuestionaron las atribuciones que en ellos se les adjudicaban a los dioses y la idea de una intervención tan directa y drástica en el destino de los hombres. Esto ilustra la importancia capital que llegaron a tener dentro de la visión religiosa y sagrada del mundo griego antiguo y su persistencia a lo largo de los siglos.
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