Las Guerras Médicas unieron a todos los griegos frente a la amenaza del gran imperio persa. Tras vencer en ellas, los griegos se vieron libres de las ambiciones hegemónicas de imperios extranjeros, y pudieron decidir autónomamente sus propias formas de gobierno. Esto significó una época de altos desarrollos para el mundo griego, que se fortaleció a través del comercio y la cultura. Atenas, bajo el gobierno de Pericles, experimentó un crecimiento inusitado, y llegó a albergar a las mentes más brillantes y lúcidas de su tiempo (Sócrates, Platón, Aristóteles, …), en medio de gran esplendor y riqueza. Las grandes obras arquitectónicas, como el Partenón de Atenas, las más exquisitas esculturas (de Fidias, Praxíteles, Mirón, …), las obras filosóficas e históricas más profundas y la literatura de mayor riqueza (Heródoto, Sófocles, Esquilo, …) provienen todas de este periodo, llamado con razón el “siglo de oro” o “siglo de Pericles”. También, a nivel político, las ciudades-estado griegas experimentaron importantes procesos de definición y consolidación. Esparta llegó a convertirse en el modelo de sociedad conservadora, aristocrática, segura de sí misma y orgullosa de sus instituciones políticas y del gran valor guerrero y cívico de sus ciudadanos. Sin embargo, eran una sociedad esclavista, que para poder mantener su nivel de vida dependía de la completa sumisión de sus hilotas mesenios, y del temor que inspiraba a las demás ciudades-estado, incorporadas a la Liga del Peloponeso, y reacias a enfrentarse a un poder tan grande.
Atenas, por su parte, se consolidó como un floreciente imperio marítimo de grandes riquezas, cosmopolita y abierto a las nuevas influencias, dinámico y expansivo. Pero, a medida que se iba consolidando y haciéndose cada vez más poderoso, limitaba de manera creciente la autonomía de sus ciudades aliadas en la Liga de Delos, al punto de llegar a enviar expediciones armadas a las ciudades que intentaban salirse de la Liga, o que reclamaban mayores libertades o denunciaban la nueva tiranía a la que estaban siendo sometidas. Muchas de estas ciudades vieron entonces a Esparta como una esperanza liberadora, y anhelaron desligarse de la influencia ateniense para ponerse al amparo de los espartanos, cosa que Atenas no estaba dispuesta a permitir de ningún modo. Atenas se sentía particularmente orgullosa de su institución democrática, donde todos, grandes y pequeños, poderosos y débiles, estaban igualmente representados y el voto de cada uno valía igual a la hora de alcanzar los acuerdos, y alegaba que, puesto que las ciudades jónicas habían ingresado voluntariamente a la Liga de Delos, aceptando plenamente sus condiciones, no estaban ahora en posición de renegar de sus responsabilidades e independizarse de manera autónoma de la misma.
Las tensiones, tanto entre ciudades distintas, como dentro de las mismas ciudades entre poderes políticos antagónicos, como lo eran aristócratas y demócratas, fueron haciéndose cada vez más fuertes y creciendo en importancia hasta que, en 431 a.C., Esparta, incapaz de soportar el empuje expansivo y dominador de Atenas sobre las demás ciudades griegas, declaró la guerra, y los que fueran anteriormente aliados contra los persas se vieron ahora abocados a una nueva guerra entre ellos, en el momento en que ambas partes, peloponesios y jonios, se encontraban en la cúspide de su poder político, económico y militar. Esta guerra, llamada la Guerra del Peloponeso, fue la más larga e importante para el mundo griego desde la antigua Guerra de Troya, casi mil años atrás. Duró veintisiete años, y al final de la misma Esparta fue la vencedora nominal sobre Atenas, a la que impuso vergonzosas condiciones de rendición; pero lo cierto es que ambas partes, no solo ya Esparta y Atenas, sino todas las ciudades-estado griegas que se habían aliado a uno u otro bando, salieron maltrechas y desgastadas de un conflicto tan largo, y el mundo griego en su totalidad empezó a experimentar un declive inexorable y una decadencia de sus instituciones políticas, morales y económicas.
Sin embargo, la Época Clásica lograría sobrevivir casi cincuenta años más, sostenida en principio por la hegemonía espartana, aunque pocos años después del fin de la guerra, los que fueran anteriormente enemigos (Tebas, Corinto, Argos y Atenas) formarían una nueva liga para enfrentarse al poder de Esparta, y el mundo griego se vería abocado a una nueva guerra (parecieran no aprender…), la Guerra Corintia (395-387 a.C.), en la cual Atenas soñó con recuperar su pasado imperio marítimo y Esparta puso a prueba su capacidad bélica hasta el límite, apoyados unos y otros en diversos momentos por el oro persa. Al final terminaron firmando un tratado de paz, la Paz del Rey, que básicamente no cambiaba casi nada frente a la anterior situación, con la excepción de que el imperio persa recuperaba de nuevo su influencia política en la zona jónica de Anatolia. Pero, aunque Esparta mantenía aún su hegemonía militar, quedó debilitada tras el esfuerzo y Atenas, por su parte, aunque recuperó parte de su imperio, no pudo sobreponerse a las desgracias de la guerra, y su decadencia prosiguió inexorable.
La hegemonía espartana se quebró finalmente cuando, al tratar de imponer sus condiciones a los tebanos, se enfrentaron en una batalla definitiva (Leuctra, 371 a.C.) donde los espartanos salieron derrotados, para no volver a recuperarse más. Los tebanos avanzaron hasta Mesenia, fuente de los esclavos hilotas, y la liberaron, con lo que Esparta quedó privada de recursos y languideció como una potencia de segundo orden. Sin embargo, la situación de las demás ciudades griegas no era mucho mejor, de manera que ninguna pudo ejercer luego ningún tipo de dominio.
Por esos mismos tiempos, surgía al nordeste un nuevo poder, Macedonia, en la persona de Filipo II, un ambicioso rey que, mediante audaces innovaciones militares, terminó por invadir el territorio griego (338 a.C.) e imponer a las ciudades-estado una alianza para prevenir que lucharan más entre sí. Luego volvió sus ojos hacia el también decadente imperio persa, soñando con conquistarlo y vengar así la afrenta causada a los griegos tiempo atrás, pero murió asesinado por uno de sus guardaespaldas al principio de esta nueva campaña, en 336 a.C.
Fue su hijo y heredero, Alejando III de Macedonia, quien continuaría la guerra a una escala jamás vista hasta entonces, llegando a derrotar y desmantelar completamente al imperio persa aqueménida, formar él mismo un gigantesco imperio de orden mundial, y cambiar el curso de la historia al punto de ser reconocido para la posteridad como Alejandro el Grande (o Alejandro Magno). Grecia entraba así en la última etapa de su historia antigua: el llamado Periodo Helenístico.
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