A pesar de que en muchos círculos literarios el cuento es considerado como un género menor, si se lo compara con otros géneros de mayor calado como la novela, la epopeya, el género lírico o la poesía, lo cierto es que nunca han faltado en la historia escritores que han hecho del cuento su vehículo preferido de expresión literaria, llegando a destacarse como verdaderos maestros del género y cultivándolo en distintos subgéneros que se dirigen a públicos distintos más o menos diferenciados.
Quizá uno de los primeros géneros con los que se relaciona el cuento sea la literatura fantástica, particularmente a través de los cuentos de hadas y duendes, que han alcanzado un gran nivel de popularidad y difusión general gracias a la predilección de que gozan entre los públicos infantiles y juveniles, sin que esto impida que también cautiven a los adultos, lo que ha llevado a que sean adaptados a otros formatos audiovisuales, como el cine o los espectáculos teatrales. Entre los más grandes representantes de este tipo de cuentos están, sin duda, los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm, Charles Perrault, Carlo Collodi y Hans Christian Andersen, quienes realizaron verdaderas labores de investigación y profundización del folclor popular de sus respectivas tradiciones nacionales para llevar a cabo su labor literaria. Aunque sus obras resultan casi universalmente reconocidas (Pinocho, la Bella y la Bestia, el Patito Feo, Caperucita Roja, etc.), resulta notorio constatar que sus escritos originales difieren muchas veces de las imágenes idealizadas que tenemos de los mismos, y algunos de sus cuentos exhiben escenas de una crueldad y violencia tal que difícilmente consideraríamos adecuadas para un auditorio infantil hoy en día. También es interesante notar que últimamente este tipo de literatura, y sobre todo sus adaptaciones más recientes, empiezan a recibir fuertes críticas desde sectores más progresistas que buscan el empoderamiento de las mujeres, sobre todo por su promoción de imágenes machistas y patriarcales como las de las princesas en apuros, necesitadas de ser rescatadas por príncipes valientes, lo que ha motivado la aparición de nuevas formas donde se invierte este tipo de narrativa y se cultivan imágenes distintas de mujeres capaces que se valen por sí mismas y de hombres que también pueden ser frágiles y que no temen llorar.
Otra forma de literatura fantástica de mucha popularidad, sobre todo en los países más tecnologizados, la constituyen los cuentos de ciencia ficción, que adquirieron un gran auge a partir de los asombrosos avances realizados por los científicos durante el siglo pasado e incluso antes, pues ya desde el siglo XIX escritores como Julio Verne se esforzaban por pintar en sus relatos una imagen de los futuros posibles a los que pudieran conducirnos los más modernos logros de la ciencia. Pero fue a mediados del siglo XX que se presentó una verdadera explosión de escritores de ciencia ficción, sobre todo europeos y norteamericanos, que se vieron motivados sobre todo por los grandes hitos de la carrera espacial para imaginar escenarios fantásticos donde la humanidad ha logrado expandirse hacia nuevos planetas para crear incluso imperios de orden galáctico, con lo que se abren también las cuestiones acerca del encuentro con formas de vida alienígenas. Quizá el más reconocido de estos autores, no solo por su prolífica obra literaria, sino también por la calidad y el profesionalismo de sus escritos, sea Isaac Asimov
Por último, entre la literatura infantil y juvenil ocupa un lugar especialmente destacado el sub género de los cuentos de viajes y aventuras, que gozó de un momento de particular difusión sobre todo a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando el mundo parecía ofrecer sus lugares más escondidos, secretos y exóticos a los ojos ávidos de un público ansioso de saber y explorar cada vez más. En esta categoría figuran de manera especial escritores como Jack London, Robert Louis Stevenson y Emilio Salgari, quienes recrearon desde una visión algo eurocéntrica el encuentro con las tierras distantes de las islas del Pacífico sur y el archipiélago de Indonesia, pobladas de piratas y de indígenas incivilizados y caníbales, así como con las tierras polares y despobladas de Alaska y el Polo Sur, que constituían en su época la última frontera de las expediciones exploratorias y colonizadoras europeas y norteamericanas, y que aún hoy en día aparecen como territorios de misterio y de verdadero desafío a la curiosidad y a la capacidad de supervivencia y adaptación humanas.