Cuando D-os renovó y selló su alianza con Abram (quien de ahora en adelante se llamaría Abraham), este contaba con noventa y nueve años, y su esposa, Sarai (que ahora sería llamada Sara), tenía noventa años y era estéril. Esa fue la razón por la cual Abraham sonrió ante las palabras de D-os, y pensó en Ismael, su hijo, engendrado de Agar, la servidora, en nombre de Sara, su señora. Pero las palabras de la Divinidad fueron rotundas: “A Sara daré un hijo, que habrás de llamar Isaac (Yitzhak, onomatopeya de risa), y al que dará a luz por este tiempo, en el plazo de un año”. Esta promesa fue ratificada posteriormente, cuando la casa de Abraham recibió la visita de tres “hombres” (tres “ángeles” o potencias de D-os) que iban en camino de la destrucción de Sodoma y Gomorra, y que repitieron lo ya predicho a Abraham. Fue Sara quien se rió con descreimiento esta vez. Pero la promesa tuvo su cabal cumplimiento: en el momento indicado nació Isaac (contaba Abraham con cien años), y fue circuncidado a los ocho días. Y Sara rió nuevamente, y los suyos rieron con ella, a causa de la alegría de su maternidad, a pesar de sus noventa y un años de edad, y de que había sido estéril toda la vida.
Luego sucedió que Ismael (que tendría quizá ocho o nueve años) e Isaac riñeron, por lo que Sara pidió a Abraham que despidiera a la criada Agar y a su hijo. Abraham lo hizo, no sin disgusto (amaba a su hijo), y condujo a Agar y a Ismael hacia un lugar del desierto de Arabia, donde los abandonó a la Mano de D-os. Y cuando parecía que iban a experimentar una cruel muerte debido a la sequedad del lugar, y Agar lloraba de la desesperación de ver morir de sed a su pequeño hijo, un ángel de D-os apareció e indicó a Agar la forma de obtener agua de un pozo que surgió allí. Alrededor de este pozo, se fue construyendo una ciudad (La Meca), e Ismael llegó a ser con el tiempo un caudillo grande y poderoso, y también sobre él se cumplieron las promesas antedichas, como que llegó a ser el padre a su vez de doce príncipes de los árabes, quienes reclaman su ascendencia, y una segunda tradición y alianza que desciende a través de él. Pero eso es materia del artículo sobre Islam.
Por lo pronto, y en uno de los pasajes más extraños y complejos del Antiguo Testamento, cuando ya Isaac estaba algo crecido, D-os se aparece nuevamente a Abraham, para probarlo pidiéndole que Le ofrezca a su pequeño hijo en holocausto, a la manera de los cruentos ritos de sacrificio practicados por los cananeos para sus sangrientas divinidades, como lo era el arrojar bebés al fuego de Moloch, o degollarlos para Baal al fundar los cimientos de un nuevo templo o una nueva ciudad. Aun así, Abraham no dudó y tomó a su hijo para llevar a cabo el rito, aprestando la leña, el fuego y el puñal. Pero, cuando estaba a punto de consumarlo, un ángel se le apareció para detener su mano, indicándole luego una víctima diferente, un carnero propiciatorio que había allí como sustituto, con el cual pudo finalizarse la inmolación. Esta imagen, de prueba y sacrificio, resultaría luego muy poderosa para todo el ideario ritual y dogmático que iba a surgir desde allí, y que reaparece posteriormente transformado en el Cristianismo
Posteriormente, tras esta prueba, Abraham envejeció en medio de riqueza y dicha, y tuvo más hijos, aunque Isaac fue el hijo único que tuvo de Sara, y como tal su principal heredero. Tras la muerte de ella, en Hebrón de Canaán, a la edad de ciento veintisiete años, Abraham adquirió, por cuatrocientas piezas de plata, la única posesión verdadera que tomó de su “tierra prometida”: un campo con una cueva en él, que le sirviera como tumba para su difunta esposa. Y, luego de asegurarse para su hijo Isaac una esposa de entre sus propios parientes, en el país de Aram, y no de entre los cananeos e hititas entre los que habitaba, y hacerle su único heredero, envejeció Abraham de buena vejez, y murió entre los suyos a la edad de ciento setenta y cinco años, y fue sepultado por sus dos hijos mayores (Ismael e Isaac) en la misma cueva donde había sido sepultada Sara, en Hebrón de Canaán. Siempre fue recto en la presencia de D-os, mantuvo su fe inquebrantable, y cultivó de tal modo la cercanía a la Divinidad que es llamado por eso, “amigo de D-os”, modelo fundamental del hombre verdaderamente devoto y humilde, profundamente humano, e igualmente, profundamente conectado con D-os.
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