Considerada desde una perspectiva de proceso, toda la Edad Media aparece como un periodo de transformación y mutación de las formas de la Antigüedad clásica del mundo pagano y romano hacia las ideas de la Modernidad, originadas a partir de sucesos como el descubrimiento de América, que configuró la idea de la redondez de la Tierra, o la invención y difusión de la imprenta de Gutenberg, que posibilitó una mayor y más libre difusión de las ideas. El Medioevo constituye un periodo completo en sí mismo porque aparece en buena medida caracterizado por sus formas propias, como la primacía espiritual y la guía cristiana del papado romano aunada a la predominancia del poder temporal fragmentado entre las monarquías y los grandes ducados europeos, frente a la idea del imperio absoluto representado por la Antigua Roma; o los modos de producción y relación social característicos del feudalismo, basados en la tierra y en una actividad agraria de baja intensidad y extensión, con la prevalencia de la guerra y el ideal caballeresco posibilitado por el orden de los estamentos, y un tiempo religioso marcado por las horas canónicas y las festividades de los santos cristianos.
También, una corriente de pensamiento derivada de la historiografía francesa y alemana de los siglos anteriores tiende a considerar el Medioevo como un periodo oscuro, supersticioso y de atraso mental, de poca producción intelectual y lentísimo desarrollo tecnológico, pero estas ideas no dejan de estar sesgadas por una visión particular de la Modernidad como lo opuesto a todo ello, por lo que la aceptación de las mismas implica dejar de lado una serie de importantes eventos, innovaciones y dinámicas que tuvieron lugar durante el Medioevo y que en últimas contribuyeron a dar fundamento y base a las concepciones del mundo moderno.
Históricamente, todo el largo periodo de mil años del Medioevo ha sido divido en dos semi periodos iguales, separados alrededor del simbólico año mil, que, como se ha dicho en otras partes, más que la fecha concreta representaba la concepción apocalíptica del final de los tiempos. Así, los cinco siglos que transcurren entre la caída del último emperador romano de Occidente hasta el ascenso del poder del Sacro Imperio Romano Germánico, a finales del siglo X, constituyen la llamada Alta Edad Media, que alcanzó su mayor apogeo durante el periodo de los Carolingios. Tras la caída de esta dinastía y el nuevo periodo de invasiones bárbaras y fragmentación que tuvo lugar simultáneamente, siguió luego el tiempo de la Baja Edad Media, el cual, como ya se dijo, persistió hasta el momento del desarrollo de los viajes transoceánicos y la llegada a América por parte de los europeos, así como hasta la nueva difusión de las ideas y el conocimiento permitida por la imprenta, que posibilitó luego procesos como la Reforma Protestante y la perdida de la hegemonía espiritual de la Santa Sede Apostólica y Católica Romana sobre toda la cristiandad europea.
La denominación de Baja Edad Media puede resultar así confusa y contribuir también a la perpetuación de prejuicios innecesarios, dado que aquí la palabra baja puede tomarse en el sentido de reciente, por oposición a alta en el sentido de antigua o anterior. Sin embargo, se ha querido asociar la idea de Baja Edad Media a la idea de oscurantismo y retrogradación con la cual se ha asociado a todo el Medioevo, y se la ha visto entonces como una era de degradación, superchería e ignorancia, dominada por un clero lascivo y altamente corrupto, lo cual resulta en muchos sentidos en una idea inexacta del periodo. Primeramente, la Baja Edad Media tuvo su auge durante tres siglos, el llamado óptimo medieval, antes de entrar en el periodo de decadencia que experimentó en sus últimos dos siglos. Durante este periodo óptimo, el clima se hizo más benevolente, los niveles de cosechas aumentaron y se desarrollaron nuevas tecnologías agrarias, todo lo cual permitió una mejor tasa demográfica: Europa se empezó a repoblar, y sus excesos de hombres y brazos terminaron en últimas alimentando los ejércitos de las Cruzadas y las otras guerras que se emprendieron en y desde su territorio. Pero también, durante este periodo se fundaron las universidades medievales, se dieron otros avances tecnológicos y la economía conoció las primeras dinámicas que desembocarían finalmente en el nuevo sistema capitalista basado en la predominancia del dinero por sobre los títulos nobiliarios.
Con todo, el último periodo de dos siglos del Bajo Medioevo constituye efectivamente la decadencia de algunas de las instituciones fundamentales del periodo, pero esto a su vez tuvo lugar mientras se desarrollaban otras paralelas que dieron paso a la Modernidad y a las ideas imperantes de hoy en día. Uno de los primeros signos de esta decadencia fue la aparición del primer brote de peste que asoló a Europa desde mediados del siglo XIV y continuó resurgiendo periódicamente luego, lo que avivó los temores apocalípticos y milenaristas que habían acompañado al mundo cristiano desde finales del siglo X. Otra situación fue determinada por la progresiva separación en clases sociales determinadas más por el nivel de ingreso monetario que por la nobleza de origen. El sistema de producción cambiaba desde las formas feudales de los castillos y los caballeros medievales hacia el incipiente capitalismo de los burgos, las ciudades donde se asentaban las nuevas clases enriquecidas por el comercio y los negocios, o los nuevos profesionales, egresados de las universidades, que entraban de ese modo a formar parte de la alta burguesía.
También, la institución eclesial católica, desde la Santa Sede de Roma, empezó a vivir un proceso similar: la Iglesia empezó a acumular grandes riquezas y a detentar un poder secular enorme, concentrado en algunos sectores privilegiados del llamado alto clero, lo cual empezó a generar las primeras discordias, rebeliones y divisiones, y preparó el terreno para los posteriores movimientos de la Reforma y la Contrarreforma. La llamada Inquisición, el brazo secular de la Iglesia, jugó durante estos siglos un triste papel en la remoción de herejías y en las cazas de brujas.
Las dinámicas de las ciudades pusieron en crisis el estatus del mundo medieval europeo y los nuevos desarrollos en los campos intelectuales, científicos y culturales dieron paso al mundo de la Modernidad. En 1453, los avances en el campo militar y del uso de la pólvora, que ya iban haciendo obsoletos a las compañías de caballeros medievales, permitieron que los turcos Otomanos tomaran Constantinopla, poniendo así fin a más de mil años de predominio de los Bizantinos en el imperio griego Oriental. Por aquellos mismos años, Gutenberg imprimió su primera Biblia católica, dando así comienzo a los tiempos de la imprenta, que relegó al pasado la tradición de los monjes transcriptores de los monasterios.
A finales del siglo XV empezó la empresa de colonización transoceánica llevada a cabo por los reinos de Castilla y Aragón en España (ya el reino de Portugal les había precedido y llegado al África y hasta la India), que terminó por arribar a América y establecer a su debido tiempo la certeza de la esfericidad de la tierra, lo que a su vez contribuyó igualmente a que se adoptara finalmente de manera casi universal el modelo heliocéntrico frente al antiguo modelo geocéntrico mantenido desde los tiempos de Tolomeo, en el siglo II d.C. Fue a partir de entonces que Europa dejó atrás su pasado medieval para adentrarse en los nuevos tiempos y las nuevas dinámicas de la Modernidad.