Los estudiosos del Medioevo reconocen una gran cantidad de tipos humanos medievales, encontrando una diversidad similar a la nuestra, los cuales, cuando son analizados en el marco de las sociedades de las que formaban parte, aparecen involucrados a una época bien desarrollada de la Historia, dotados de múltiples oficios y profesiones, con diversos estatus y modos de vida, tan llenos de preocupaciones y actitudes diversas y tan vivos como nosotros mismos.
Con todo, se puede argumentar que, en las heterogéneas sociedades medievales, existía también una particular concepción del ser humano, definida enteramente por las ideas religiosas de la época, que excluía de su radio de concepción, por ejemplo, las ideas de hombres descreídos o negadores de la idea de Dios, los cuales no tenían cabida dentro del panorama del hombre medieval, por más de que existieran de vez en cuando manifestaciones esporádicas y excepcionales de ateísmo, que convivían también con otros tipos marginados, como los grupos de judíos, los infieles, los paganos y quienes practicaban brujería y hechicería.
Una primera aproximación a los tipos medievales surge de la caracterización de las sociedades de la época en tres estamentos, fundamentales para su adecuado funcionamiento, definidos a mediados de la Alta Edad Media: los monjes, oratores, depositarios de la soberanía divina y de los principios rectores desde los cuales emanaba y encontraba su legitimación la ley, representantes del poder espiritual en la tierra; los guerreros, bellatores, particularmente la clase de los caballeros, los que ejercían el poder físico y temporal, custodios de la defensa del orden; y finalmente, los campesinos o la masa popular, laboratores, el mayor y más amplio de los tres estamentos, los humildes (de humus) atados a la tierra, encargados de cultivarla y fecundarla para proveer el alimento de toda la sociedad. Sin embargo, ninguno de estos tres estamentos era completamente cerrado, sino que presentaban sus matices, ni tampoco los tres llenaban completamente el espectro que definió la heterogeneidad de las figuras medievales. Por ejemplo, solo los monjes encarnaban una categoría altamente compleja que abarcaba, entre otras, las figuras de los eremitas y los anacoretas, herederos de los llamados Padres del desierto de los primeros siglos del cristianismo; los monjes de los grandes monasterios y abadías, verdaderas ciudadelas religiosas, hombres cultos y dedicados al cultivo de las letras; los consejeros de reyes y potentados y los encargados de diversas funciones burocráticas dentro del gobierno de reinos y cortes; las diferentes estructuras que diferenciaban entre alto y bajo clero, así como entre monjes regulares y seglares; los monjes guerreros que aparecieron a partir del siglo XI y que tuvieron su máxima expresión en las Cruzadas y en la llamada Reconquista española contra los moros, y con ellos, por último, los frailes menores y los peregrinos de los caminos, los llamados hombres en la vía.
De los caballeros, héroes de poemas y gestas como la Canción de Rolando o el Poema del Mío Cid, habría que decir también que sus instituciones, su cultura y sus ceremonias, derivadas de la cristianización de antiguos ritos bárbaros germánicos, contribuyeron grandemente al proceso de civilización europea de los siglos posteriores.
Pero existieron también otros tipos, que se desarrollaron sobre todo en las ciudades, donde tuvieron lugar otras dinámicas y otras relaciones: los artesanos y los obreros, canteros y albañiles, que jugaron importantes roles y constituyeron cofradías particulares; también estaban los médicos y cirujanos, desde los barberos y carniceros de los pueblos, o los herbolarios y curanderos, hasta los grandes especialistas que trataban a los reyes, los nobles y los grandes potentados; en las ciudades, que se dinamizaron a partir de la Plena Edad Media, donde el mercado y el dinero estaban en el centro del mundo material, se podían encontrar tipos como los intelectuales, formados en las universidades, con títulos de magister, doctor, filósofo o literato, hombres de libros, conocedores del latín y profesores de aquellos que podían pagar sus honorarios; otros son los artistas, que aunque no recibían aún ese nombre, y la gran mayoría se movían en el anonimato, aun así ennoblecieron con sus obras edificios públicos, iglesias o casas privadas de aquellos que los admiraban y se constituían en sus clientes particulares. Un tipo marginal de personajes medievales lo constituyeron los adherentes a los diversos tipos de herejías, que existieron de manera casi endémica en múltiples regiones de Europa, por más de que fueran perseguidos y rechazados por la Iglesia Católica y las instituciones ideológicas y sociales de la religión dominante.
Pero quizá uno de los tipos ciudadanos más notables lo constituyó el de los mercaderes, dominados por la mentalidad del beneficio y el dinero, los cuales empezaron a surgir durante el siglo XI con un estatus discutible de usureros, acumuladores de monedas y vendedores del tiempo, aquellos a quienes Jesús había expulsado del Templo. A pesar de que su condición social y económica iba mejorando progresivamente, sus oficios eran generalmente rechazados por los estamentos medievales por vergonzosos o pecaminosos, pero a partir del siglo XIV empezó a desarrollarse una nueva ética en torno al buen uso del tiempo, al dinero ganado honestamente con esfuerzo y trabajo, y a las virtudes burguesas de la ciudad, que evolucionó con el tiempo hacia las formas modernas del capitalismo.
Por último, no pueden dejar de considerarse los papeles que las mujeres llegaron a jugar dentro de las sociedades medievales, pero es un tema demasiado amplio y complejo, que involucra además muchas veces sus propias relaciones con los niños y los ancianos, por lo que nos limitaremos a señalar aquí que las mujeres en general eran categorizadas dentro de la mentalidad popular como vírgenes, esposas o viudas, dado que no existían para ellas posibilidades de profesionalización, pese a que sí podían figurar como opciones de vinculación social en las relaciones feudales, por lo que muchas veces cumplían papeles de administración dentro de las casas conyugales, sometidas a sus deberes de esposas y subordinadas a la reproducción. Por supuesto, este esquema deja por fuera otros tipos femeninos, como las prostitutas o las mesoneras, y también a las monjas, pero, como ya se aclaró, el mundo femenino medieval constituye un terreno amplio, complejo y desconocido en el que apenas muy recientemente empiezan a surgir estudios especializados.