El panteón de dioses griegos encabezado por Zeus y sus compañeros en el Olimpo representaba para los griegos una tercera generación de dioses que se habían seguido unas a otras casi como sucesiones dinásticas dentro de un régimen monárquico, lo cual constituía también una muestra de la manera como se concebía en aquellos días la organización ideal de la sociedad.
En su Teogonía, un extenso y antiguo poema que narra el origen y linaje de las diversas divinidades griegas, el poeta Hesíodo relata que los primeros dioses que gobernaron y dieron orden al mundo fueron Urano y Gea, es decir, el Cielo y la Tierra, que habían surgido luego del predominio del Caos primordial y las fuerzas oscuras que derivaban primariamente de este. Urano había sido generado por la Tierra misma, como una diferenciación de lo celestial y lo mundanal a partir de una misma sustancia original, y luego se había unido a ella como consorte, por lo que venía cada noche a cubrirla y a cohabitar con ella. A partir de estas uniones vendría a la luz la segunda generación divina, conformada por los doce Titanes (seis masculinos, Océano, Ceo, Crío, Hiperión, Jápeto y Cronos, y seis femeninos, Tea, Rea, Temis, Mnemósine, Febe y Tetis, quienes serían sucedidos luego por los doce dioses del Olimpo), los tres Cíclopes (Brontes, Estéropes y Arges, quienes fabricaban los rayos de Zeus) y los tres Hecatónquiros (Coto, Briareo y Giges, seres monstruosos de fuerza descomunal, cada uno de ellos con cien brazos y cincuenta cabezas), a quienes Urano encerró en el Tártaro, el abismo más hondo del inframundo, en las profundidades de la Tierra, debido a que odiaba a sus propios hijos y temía que estos lo destronaran.
Pero Gea, dolida por verse obligada a retener a sus hijos dentro de sí misma, entregó una hoz a Cronos, el menor de los Titanes, para que cobrara venganza de tanto ultraje. Aquel atacó entonces a su padre y le cortó los genitales, luego de lo cual se proclamó rey y liberó a sus demás hermanos, haciendo a Rea su esposa y reina. De la sangre de Urano mutilado nacieron después las Erinias o Furias, diosas de la venganza que persiguen sin piedad a los transgresores y asesinos, así como los poderosos Gigantes y las Ninfas llamadas Melias.
Sin embargo, una vez derrocado Urano profetizó que, al igual que había sucedido con él, los propios hijos de Cronos se rebelarían luego y lo destronarían, por lo que este, temeroso del poder de cualquiera que pudiera amenazar su trono, encerró nuevamente a los Cíclopes
Zeus creció entonces escondido en una cueva, cuidado por las ninfas y amamantado por una cabra llamada Amaltea, y cuando se sintió lo suficientemente fuerte regresó y engañó a Cronos para que tomara un brebaje que le hiciera regurgitar a los demás hermanos. Con ellos lideró luego la rebelión contra su padre y los demás Titanes, y para ello liberó una vez más a los hijos de Gea que se encontraban prisioneros en el Tártaro, quienes le ayudaron a derrocar al viejo y cruel rey, en una guerra de diez años que pasó a ser conocida como la Titanomaquia. Fue entonces cuando los Cíclopes fabricaron el rayo y el trueno para Zeus, el tridente de Poseidón y el casco mágico de Hades, mientras que los Hecatónquiros lanzaban piedras enormes a los Titanes con sus muchas manos. Finalmente, Cronos y los demás Titanes fueron vencidos y Zeus pudo proclamarse nuevo rey, procediendo a partir de allí a organizar el mundo y a repartir los distintos reinos entre sus hermanos y ayudantes, correspondiendo a Zeus el cielo, el mar a Poseidón y el inframundo a Hades.
Los Titanes que se opusieron a Zeus fueron encerrados por él en el Tártaro, a cuyas puertas colocó como guardianes a los Hecatónquiros. Aquellos que permanecieron neutrales o se pasaron al bando de los Olímpicos fueron admitidos luego dentro de su reino. Los Cíclopes, por su parte, se aposentaron en el corazón de los grandes volcanes, como el Etna, donde siguieron dedicados a su labor de la forja y el fuego. Por último, una tradición posterior añade que con el tiempo Zeus liberó a su padre y le permitió reinar en las Islas Afortunadas, un lugar de paz y abundancia adonde iban a parar luego de su muerte aquellos que habían vivido una vida virtuosa o heroica.