También conocida como la falacia de la pendiente resbaladiza, consiste en encadenar una serie de argumentos para establecer una conexión entre unas premisas en principio sencillas o insignificantes que derivan hacia un final totalmente indeseable, apelando a hipotéticas inferencias para extraer una consecuencia lejana de un futuro sombrío.
La falacia se produce en la medida en que se dan por sentadas unas vinculaciones lógicas que no resultan del todo seguras, cuando no son manifiestamente improbables, en la pretensión de generar inquietud de tomar siquiera la iniciativa o de dar un primer paso, puesto que una vez se haya hecho se producirá inflexiblemente un efecto dominó que conducirá de manera irremisible hacia el desastre.
Es usada ampliamente como medio de refutación de cualquier intento de innovación y de ampliación de las libertades personales que amenacen el estado de cosas establecido. Discusiones sobre la despenalización de narcóticos, legalidad de la interrupción del embarazo, laicización de la educación, alternativas de asistencia social frente a la obligatoriedad del servicio militar o sistemas de justicia no exclusivamente punitivos que enfaticen más en los aspectos de rehabilitación de los delincuentes que en su mera separación de la comunidad, chocan casi siempre con una cadena de razonamientos que apuntan al desastre que se produciría a partir de la aceptación de dichos presupuestos: “Si no se educa a la juventud en el respeto a Dios dentro de un contexto cristiano tendremos a futuro sociedades indolentes y completamente materializadas que se dejarán llevar por sus más irrefrenables deseos, degradándose de este modo la dignidad humana y condenando al Estado de derecho a su total desaparición en medio de la anarquía y el caos”.
También resulta muy común verlo usado en los medios políticos, donde una facción o partido determinado insiste en recordarnos, no precisamente motivados por inquietudes filantrópicas, sobre las consecuencias desastrosas y terribles que acarrea siquiera el expresar algún tipo de simpatía, o de conceder algún tipo de razón, a las ideas de la parte contraria.
Por supuesto, constituye parte central de las argumentaciones que pretenden convencernos acerca de lo nocivo que puede resultar el siquiera acercarse a determinadas sustancias: “Una sola copa de alcohol constituye el primer paso a toda una vida de dependencia y degeneración”; “La marihuana constituye la vía de entrada a todo un mundo de drogas más duras, que inducen a los jóvenes a la degradación moral, la prostitución y, eventualmente, al suicidio: es el cáncer que corroe las bases más fundamentales de nuestra civilización y nuestra moral”. Exageraciones, sin duda, pero se constituyen en argumentos tan manoseados e insidiosos que gozan muchas veces de aceptación casi universal. Por supuesto, no se trata aquí de tratar de justificar el consumo de drogas o el suicidio, pero tratar de endilgar todos los males de la sociedad a decisiones que aparecen como inocuas en una primera aproximación constituye un exabrupto que niega toda discusión razonada y apela solamente al miedo para sostener tesis que de otro modo resultan difícilmente coherentes.
La falacia de la pendiente resbaladiza se ha asociado muchas veces con los argumentos populistas y los sofismas emocionales para justificar el sostenimiento de los regímenes totalitarios fanatizados, como sucedió en su momento en la Unión Soviética y en la China comunista, donde cualquier tímido intento de divergencia alimentaba inmediatamente los discursos más catastrofistas que conducían de manera inevitable al fracaso de la Revolución y al retorno a las formas retardatarias y opresivas de las antiguas clases dominantes, lo que justificaba así que cualquier crítico al sistema apareciera como traidor a la patria de simpatías contrarrevolucionarias.
Otra forma en que aparecen estos argumentos falaces es cuando se enfatizan los efectos colaterales indeseables que pueden llegar a producirse si se da la aceptación de una determinada postura o regla: “Si se permite que se aborde la redacción de nuevas leyes desde una perspectiva inclusiva de diversidad de género lo que haremos es confundir a nuestros niños y promover de manera creciente la homosexualidad”.
Si se pretende un análisis más profundo y razonado de estas argumentaciones erróneas, lo primero que se debe hacer es desprenderse de la atención centrada en las supuestas consecuencias nocivas que se encuentran al fin de la cadena de razonamientos para poder realizar un examen de los pasos intermedios y señalar de qué manera están mal articulados o requieren de una sustentación más sólida, poniendo de manifiesto cómo se están extrayendo conclusiones que no tienen mayor justificación y aportando ejemplos de otras situaciones similares para verificar si se cumplió en otras circunstancias las aciagas profecías vaticinadas.
Ahora bien, es necesario aclarar que no todas las cadenas de consecuencias resultan falaces y pueden encontrarse algunas que aparecen muy bien construidas y cimentadas, cuando se establecen sobre relaciones causales sólidas que pueden ser confirmadas paso a paso. Tampoco son falaces todos los razonamientos encadenados que desembocan en consecuencias indeseables: “No acepte ser parte de un chantaje, una vez que acepta ser parte de ello puede resultar difícil deshacerse de consecuencias peores”. En casos como estos, puede entenderse que los consejos que recomiendan actitudes prudentes y mesuradas pueden muchas veces ser ofrecidos desde un aceptable nivel de seguridad y confiabilidad.