El gobierno del emperador Teófilo, segundo de la dinastía Amoriana, entre los años 829 y 842, marcó el último periodo de auge de la política iconoclasta restablecida por el emperador León V en 815 y continuada por Miguel II, el padre de Teófilo y fundador de la dinastía. Miguel se había visto forzado sin embargo a mantener una postura de conciliación con los poderes eclesiásticos y los líderes iconódulos dentro de la capital, agobiado por los problemas religiosos y étnicos derivados de la revuelta de Tomás el Eslavo que tuvo lugar al principio de su mandato, así como los causados por su segundo matrimonio con la monja Eufrosine, hija del antiguo emperador Constantino VI de los Isaurios, mientras que esta política se vio revocada una vez que Teófilo estuvo en el poder, dando así inicio a un nuevo periodo de prohibiciones y a crueles persecuciones.

Teófilo fue entronizado en 829, a la edad de dieciséis años tras la muerte de su padre, y al año siguiente su madrastra convino los arreglos necesarios para que se realizara la unión matrimonial con Teodora, una candidata proveniente de una familia aristocrática de orígenes armenios. De esta unión nacieron varios hijos, entre ellos Constantino, asociado rápidamente al trono pero que murió a edad temprana hacia 835, y Miguel, quien sería coronado luego como el emperador Miguel III tras la muerte de Teófilo. A pesar de que el gobierno fuerte de Teófilo logró estabilizar el imperio y proyectarlo nuevamente como una potencia de primer orden luego de los turbulentos años previos, este murió por desgracia muy joven en 842, a la edad de veintinueve años tras una rápida enfermedad. La sucesión de su hijo Miguel se dio sin mayores inconvenientes, pese a que este tenía apenas tres años de edad y debió quedar entonces bajo la tutela de un consejo de regencia encabezado por su madre Teodora y algunos miembros cercanos de su círculo familiar.

Así parecieron repetirse las condiciones que se habían dado casi medio siglo atrás, cuando el emperador niño Constantino VI había quedado bajo la regencia de su madre Irene, quien restauró la veneración de las imágenes religiosas luego del primer periodo iconoclasta que caracterizó a la dinastía Isauria durante casi todo el siglo VIII. Efectivamente, quizá más debido a las conveniencias políticas del imperio que a los afanes de ortodoxia doctrinaria, Teodora hizo los arreglos necesarios para rechazar la postura iconoclasta del gobierno y convocó un sínodo obispal en 843, presidido por el patriarca metropolitano Metodio, convenientemente nombrado ese mismo año, que ratificó nuevamente la veneración de imágenes como parte integrante del dogma cristiano, aunque estableciendo una diferencia clara y tajante entre las prácticas de veneración y aquellas de adoración que resultaban más propias de la idolatría, condenadas por la ortodoxia.

Con la restauración de las imágenes se zanjó también la cuestión en torno al sometimiento de la iglesia al poder imperial, implícita en la política iconoclasta defendida por los anteriores emperadores, y partir de entonces se estableció entre ambos poderes una relación más bien de apoyo mutuo, que en últimas instancias terminó por resultar más beneficiosa para el estamento eclesiástico que para el estado.  Sin embargo, este arreglo significó igualmente el surgimiento de nuevas posturas radicales iconódulas dentro de la iglesia y el recrudecimiento de las persecuciones contra algunas sectas heterodoxas y heréticas, como los paulicianos, que habían empezado a crecer en las partes orientales del imperio y que se mostraban más dispuestos a colaborar con los árabes musulmanes del califato Abásida que a mostrar la fidelidad debida a los soberanos de Bizancio.

El conflicto con los paulicianos llevó a su práctica desaparición en el Asia Menor en los años siguientes y su movilización hacia las zonas europeas del imperio, donde se asentaron en las regiones balcánicas de Tracia, Bulgaria, Serbia y Bosnia, sirviendo luego como fuente de inspiración a la posterior secta hereje de los bogomilos búlgaros y ejerciendo una influencia decisiva en el surgimiento de otras más en el centro y occidente de Europa, como los patarinos y los cátaros.

Sin embargo, debido quizá a su mayor preocupación por retener el poder en torno a su persona y a los diversos conflictos, tanto internos como externos, que debió afrontar durante los años de regencia, se asume generalmente que Teodora descuidó la educación del pequeño emperador heredero, quien quedó bajo la influencia de su tío Bardas, hermano de Teodora, el cual indujo poco a poco a Miguel a ir desplazando a su madre de la regencia a partir de 855. Al año siguiente Miguel asumió el mando como emperador en solitario, solo para delegar en su tío las decisiones importantes del gobierno, quien se convirtió así en el verdadero ejecutor del poder dentro del imperio. Teodora, por su parte, fue internada en un monasterio en 857, donde vivió para ver el fin de la dinastía Amoriana ocurrida al cabo de diez años. Murió poco después, y fue luego canonizada por la Iglesia Ortodoxa de Oriente en reconocimiento a su apoyo para lograr la restauración de las imágenes como objetos de veneración dentro de la cristiandad. Aun hoy en día, muchas iglesias la tienen a ella como santa patrona.