Un conocido dicho afirma que los mexicanos son, en promedio, 80% católicos, 20% ateos y 100% guadalupanos, es decir, devotos de la Virgen de Guadalupe, lo cual da buena cuenta del papel que las convicciones religiosas juegan dentro la vida cotidiana, no solo en México, sino en buena parte del continente americano y en el mundo en general. También da una idea de cómo las creencias más dogmáticas y elaboradas de la institución religiosa se mezclan con los imaginarios más fundamentales del común de las personas, independientemente de las relaciones formales establecidas.

En la Hispanoamérica colonial, la convivencia con los españoles significó una imposición de la religión cristiana sobre las creencias previas, muchas veces de manera violenta y destructiva, pero también otras veces, justo es reconocerlo, la adopción del cristianismo por parte de los nativos americanos se dio de manera sincera, favorecida en buena medida por un tipo de diálogo intercultural que se conoce con el nombre de sincretismo, es decir, la incorporación de ideas e imágenes previas, transformadas dentro del discurso de la nueva religión.

Este fenómeno explica en buena medida la proliferación de santos de la Iglesia que reciben veneración y a quienes pueblos y ciudades se han encomendado por toda la América católica, al igual que las innumerables advocaciones de la Virgen e imágenes de distintos momentos significativos de la vida de Jesús que se encuentran en sus iglesias.

Pero este fenómeno no es único en su tipo, ni tampoco es privativo solo de América o del catolicismo. Cultos como la macumba, la umbanda y el candomblé en Brasil y otras partes de Suramérica, al igual que la santería de Cuba y las demás Antillas, tienen todos fuertes connotaciones cristianas surgidas de la mezcla de las creencias animistas de los africanos esclavizados traídos al continente con la religión de sus amos blancos, y de hecho puede decirse que cada uno de los Orishas mayores (nombre genérico para designar las manifestaciones de las divinidades africanas del panteón Yoruba) tiene un equivalente en el santoral cristiano: así Changó es llamado Santa Bárbara, Ogum está relacionado con San Pedro, Babalú Ayé con San Lázaro, Eleguá con el Santo Niño de Atocha, Ochum es la Virgen de la Caridad del Cobre, etc. También de Brasil es el culto al Santo Daime, un movimiento de raíces católicas que incorpora elementos de otras religiosidades en un ceremonial que incluye dentro de sus ritos la ingesta de ayahuasca o yagé, una bebida visionaria de los indígenas amazónicos.

Para muchos de los nativos americanos, como ya se nombró arriba, su religiosidad contiene elementos que se identifican fácilmente con los imaginarios del Cristianismo, de ahí que su conversión sea real y sus convicciones tengan un fuerte arraigo, por más de que desde fuera se quiera interpretar este fenómeno muchas veces como producto de una fuerte aculturación, es decir, una imposición externa y en general violenta de ideas extrañas, ajenas a las cosmovisiones propias de los pueblos sometidos. Basta con observar la religiosidad de algunas tribus indígenas mexicanas, guaraníes o amazónicas para darse cuenta de que allí no ha habido aceptación resignada de ideas ajenas, sino reconocimiento de la fuerza espiritual del evangelio y de su carácter piadoso. Como puede entenderse, una cosa son las personas y sus maneras de vivir su experiencia particular de la Divinidad y otra muy diferente son las instituciones que en un momento se arrogan la representación hegemónica y homogeneizante de toda una comunidad.

Pero también la misma cristiandad europea contiene diversos elementos sincréticos que pueden rastrear su origen hasta las primeras conversiones de gentiles helenizados del mundo greco romano y paganos germanos, durante los primeros siglos del Cristianismo. Se sabe que el día domingo (Dominus dies, el día del Señor) era en principio un día de culto solar (dies solis), asociado al mitraísmo y a otras religiones orientales, al igual que sucede también con algunas de las fechas canónicas del calendario cristiano, como la natividad del veinticinco de diciembre (asociada al solsticio de invierno, la noche más larga del año) o el día de la Fiesta de San Juan (del solsticio de verano, el día más largo, cuando se encendían los fuegos en el mundo pagano antiguo). Incluso tradiciones como la del árbol de Navidad, las hojas de muérdago o la costumbre de dar regalos a los niños el veinticinco de diciembre tienen orígenes paganos que fueron luego incorporadas dentro de la ritualidad y la imaginería del Cristianismo, para no hablar de los anillos matrimoniales y varias cosas más.

Incluso en otras religiones se encuentra también este fenómeno, que antes que desdibujar la naturaleza esencial del mensaje religioso lo que hace es dar cuenta de la diversidad de formas e interpretaciones que pueden caber dentro del mismo. Así, en la profundidad del África negra subsahariana conviven muchas veces elementos sincréticos del animismo originario de las comunidades indígenas con las formas más ortodoxas del Islam sunita, o del chiita, así como con aportes y ritologías propias del Cristianismo y hasta del Judaísmo.

Por último, con la diversidad de interpretaciones y denominaciones cristianas que surgieron luego de la Reforma protestante se dio la posibilidad de nuevas formas de culto y de devoción, como lo son hoy en día los muchos movimientos avivacionistas, restauracionistas, congregacionalistas, carismáticos, etc., que realizan sus propios sincretismos al combinar elementos de la liturgia cristiana con lecturas o sermones propios de sus fundadores, nuevos textos o revelaciones de diversa índole o síntesis judeocristianas de los dos testamentos, con mayor o menor acierto a la hora de lograr la conversión de nuevos fieles.