Tras el tránsito por los tiempos difíciles de la Edad Oscura, pobres y aislados, Grecia fue pasando de la tecnología del bronce al hierro, y factores asociados a un fuerte crecimiento demográfico, aunado al desarrollo de nuevos avances, como la aparición de las fuerzas hoplíticas (soldados de infantería pesada, armados de casco o yelmo, pechera o peto, canilleras o grebas, lanza arrojadiza o jabalina, espada de bronce y un escudo grande y pesado, el hoplón) y la construcción de barcos mejores y más maniobrables, tanto para el comercio como para la guerra (trirremes y pentecontores), permitieron la expansión por nuevas zonas y el establecimiento de nuevas colonias, ciudades y rutas de comercio, lo que posibilitó un florecimiento tanto a nivel económico como cultural. Así, poco a poco, el mundo griego fue consolidándose y ganando nuevos espacios, primero en Grecia continental y las islas del mar Egeo, para llegar luego a expandirse por toda la Hélade, desde el sur de Italia (la llamada Magna Grecia) hasta las costas del Mar Negro y el Asia Menor o Anatolia (la actual Turquía).

En el año 776 a.C. tuvo lugar la primera olimpiada, en la ciudad de Olimpia, en Élide del Peloponeso, que reunió a todo el mundo griego en torno a los juegos sagrados en honor al dios Zeus, hecho tan decisivo para todos ellos que se considera como el año cero de una de las formas griegas para llevar el cálculo del tiempo. A pesar de que estaban aislados geográficamente, y debido a sus propios nacionalismos particulares, y su defensa acérrima de su autonomía y su sentido de libertad, vivían en constantes conflictos con sus vecinos, estos pueblos participaban de un profundo sentido de unidad y de pertenencia cultural, en la medida en que los animaba el recuerdo de un mítico pasado común, y por ello se reunían en las mismas celebraciones, compartían los mismos cultos y tradiciones y hablaban variantes de una misma lengua. Durante toda esta época, las consultas al oráculo de Delfos, consagrado al dios Apolo, jugaron un papel decisivo a la hora de proyectar nuevas expediciones, fundar nuevas ciudades o dirimir los resultados de los conflictos y las guerras, por lo que incluso extranjeros no griegos acudían hasta allí a consultar al dios.

A tal punto se sentían los griegos diferentes a todas las otras naciones, asiáticas, europeas y africanas, de las que tenían noticia que, más allá de sus propias denominaciones particulares, dorios, eolios, jonios, aqueos, se llamaban a sí mismos helenos, esto es, descendientes de Helen, uno de sus antiguos héroes, y denominaban bárbaros a todos los demás pueblos, es decir, aquellos que no hablan como nosotros.

Durante la Edad Arcaica las viejas monarquías fueron perdiendo sus privilegios en favor de una aristocrática nobleza, y empezaron a destacarse las primeras ciudades-estado importantes por su influencia, su poder o su riqueza (Argos, Tebas, Corinto, Atenas, Esparta), que iban extendiendo dicha influencia sobre áreas de control cada vez mayores. Los pueblos griegos empezaron a acuñar sus propias monedas y a acumular cada vez mayores riquezas, por lo que comenzarían a surgir las primeras tensiones entre los tradicionales grupos de poder, las familias aristocráticas que gobernaban por gracia de antiguas tradiciones y las nuevas clases comerciantes y populistas, que empezaban a enriquecerse y a ganar cada vez más preponderancia.

Las dos ciudades más relevantes hacia el final de esta época, Atenas y Esparta, experimentaron unos importantes cambios que definirían poderosamente el carácter de los acontecimientos posteriores. En Esparta, tras finalizar un periodo turbulento conocido como las Guerras Mesenias, en el siglo VIII a.C., surgió una clase aristocrática que gobernó con dos reyes sobre un estado de carácter permanentemente militar, sustentado en la esclavitud de los mesenios e hilotas, y donde hasta las mujeres ciudadanas espartiatas debían saber luchar al igual que los hombres, lo que les otorgaba a su vez ciertos derechos, como la libertad de elegir o rechazar a sus esposos.

Atenas, por su parte, había llegado a convertirse en una incipiente potencia marítima y mercantil, pero en la segunda mitad del siglo VI a.C. había caído bajo el gobierno de una tiranía. En el año 510 a.C., y a instancias de algunos dignatarios atenienses, en especial del aristócrata Clístenes, el pueblo de Esparta acudió a Atenas y ayudó a derrocar dicha tiranía, dejando en su lugar un gobierno oligárquico y pro espartano. Para evitar a su vez este gobierno títere, Clístenes introdujo algunas importantes reformas, e indujo a sus conciudadanos a participar de una revolucionaria institución política, según la cual todos los atenienses de pleno derecho (lo que excluía a mujeres, niños y extranjeros esclavizados), sin importar sus condiciones de estatus social o riqueza, podían participar para elegir y ser elegidos a las magistraturas públicas, con lo cual el poder pasaba a la totalidad del pueblo, y no quedaba solo en manos de algunas clases privilegiadas. Tanto entusiasmo provocó esta idea en la ciudad de Atenas, que logró unirlos para repeler hasta tres expediciones que fueron enviadas desde Esparta para reponer al gobierno oligárquico. Había nacido con esto la democracia, el gobierno de todos, o el gobierno en el que todos reconocen sus intereses comunes y están dispuestos incluso a luchar para defenderlos, lo que posibilitó la entrada de Atenas en su periodo de mayor esplendor, su “siglo de oro”.