La obra misionera de Pablo, pese a que no pertenecía al grupo inicial de apóstoles de Cristo, resultó crucial en la expansión del mensaje evangélico por buena parte del imperio romano debido a los contactos que él mismo tenía con la cultura helénica, lo que le permitió realizar su prédica entre los gentiles, más en respuesta a los anhelos, angustias y cuestiones propias de estas gentes que como un esfuerzo misional de llevarles el conocimiento de la Ley mosaica para lograr conversiones masivas al Judaísmo.
Sin embargo, en esta actividad también empezó a configurar un cuerpo doctrinario diferenciado de la Ley mosaica, partiendo de importantes divergencias teológicas que lo separaban de la antigua alianza de Dios con el pueblo de Israel en favor de una nueva alianza por el evangelio del Cristo resucitado.
Valga aclarar que quizá Pablo nunca pensó en renunciar al Judaísmo como religión, el Mensaje de salvación confiado por Dios a través de su siervo Moisés al pueblo de Israel, ni dar fundamento a una religión independiente, sino que su experiencia en Cristo significó abrirse a una dimensión más esencial y universal, a una visión más profunda de dicho Mensaje. Es por eso que su prédica siempre se dirigía inicialmente a las comunidades judías, que se hallaban más preparadas para recibir el evangelio, pero que también era más probable que lo rechazaran, dada la intransigencia de sus tradiciones frente a cualquier intento de novedad. Luego, ante la resistencia y el rechazo por parte de sus hermanos en fe, se dirigía entonces a los gentiles, los pueblos fuertemente helenizados del mundo romano, caracterizados por su paganismo, la visión no monoteísta de la Divinidad y su idolatría.
Así fue como Pablo desarrolló una línea teológica particular del Cristianismo, que empezó a distanciarse del Judaísmo en relación a aspectos capitales como la obligatoriedad de la circuncisión (la señal de la Alianza entre los hijos de Abraham) y de diversas observancias rituales y dietéticas, sobre el supuesto de que no eran las obras de la Ley, sino la fe y, más aún, la gracia de Dios a través de Cristo, las que ganaban la salvación para el hombre. En esta nueva concepción juega un papel central el misterio de la pasión de Cristo, esto es, los sucesos posteriores a la ultima cena hasta su muerte por crucifixión en el Calvario y la idea de que este es el Hijo de Dios, el Cordero de sacrificio cuya sangre se ofrece para la redención de los pecados de toda la humanidad. Aunado a esto, como refrendación absoluta del misterio está entonces el milagro de su propia resurrección y el poder que le ha sido dado por el Padre para ejercer su reinado y su juicio sobre toda la creación.
Toda una nueva antropología y un concepto radicalmente distinto de la historia humana es pues lo que propone Pablo con su visión particular del paso de Jesús por la tierra, el evangelio del Cristo resucitado. La teología cristológica elaborada por él es compleja y acabada, promulga el nacimiento de una nueva era para la humanidad donde la Alianza divina de salvación, guardada en custodia durante siglos y generaciones por la devoción del pueblo de Israel, se abría ahora a todos los hombres (¡y mujeres!), sin distinciones de origen ni de raza, por la gracia universal de Cristo y en Cristo, concedida gratuitamente para todo el género humano.
Aunque su posición, sus actos y su doctrina no dejaron de generar roces con la iglesia de Jerusalén, donde ejercían su ministerio los apóstoles Pedro y Jacobo, a la cabeza de la difusión del mensaje evangélico exclusivamente entre comunidades judías, la gran acogida que tuvo Pablo en el mundo greco romano de los gentiles de la época llevó a que pronto se reconociera el peso decisivo de su influencia y la necesidad de un apostolado de carácter universal. Su mensaje ganó cada vez mayor cantidad de adeptos y conversos, por lo que empezaron a surgir importantes centros e iglesias del Cristianismo primitivo en las ciudades de los paganos, como Antioquía, en Siria, donde por primera vez se denominaron a sí mismos cristianos, o la misma Roma, por cuyo conducto el mensaje llegaría a hacerse verdaderamente universal.
Pablo mantuvo vínculos con todas estas comunidades y les escribió no menos de siete cartas para tratar los temas que les causaban duda o disensión, donde expuso sus aspectos doctrinales fundamentales y las diversas constataciones que podían encontrarse en las profecías de la biblia hebrea, el Antiguo Testamento. Estas cartas, escritas en griego, fueron consideradas base doctrinal de la nueva fe, por lo que se fueron difundiendo entre las distintas iglesias y ya a finales del siglo I, poco menos de cincuenta años después de su redacción, eran reconocidas como parte integral del cuerpo de textos que llegaría a convertirse luego en el Nuevo Testamento. A estas se añaden seis cartas más, que a pesar de aparecer firmadas a su nombre parecen ser escritas por otros autores, lo que sugiere la idea de una pequeña comunidad de adeptos cercanos que continuara su labor doctrinaria.
A lo largo de los dos siglos siguientes se terminaría de establecer el canon neo testamentario de los cuatro evangelios, las cartas apostólicas y el libro del Apocalipsis, del cual estas cartas paulinas constituyen aproximadamente la mitad, lo que pone de manifiesto la importancia de la obra de Pablo en la conformación de la nueva fe.