Confucio ha sido quizás el pensador más influyente de toda la historia China, pues sus enseñanzas fueron conservadas, desarrolladas y aplicadas durante los siglos posteriores, no solo en el ejercicio del gobierno, sino también como una forma de moral particular dentro del sentimiento chino, al punto de que el corpus de su doctrina constituye en sí mismo una ética de vida (una especie de religión) que hasta el día de hoy copa las búsquedas espirituales de sus más devotos practicantes.

Confucio nació a mediados del siglo VI a.C., en la fase final de fragmentación de la dinastía Zhou conocido como el periodo de los Reinos Combatientes, con el nombre inicial de Chiu Chung Ni. Provenía de una familia de terratenientes nobles del pequeño estado de Lu y quedó huérfano de padre desde muy pequeño, a pesar de lo cual recibió una educación esmerada.

Cuando joven, desempeñó cargos administrativos en la corte de Lu y llegó a ser reconocido como un funcionario competente y decidido. Aproximadamente a los cincuenta años renunció a su cargo, posiblemente por diferencias con su regente, y se dedicó entonces a la enseñanza itinerante, reuniendo estudiantes a los cuales exponía sus doctrinas, consiguiendo poco a poco consolidar una escuela de seguidores que guardaron y desarrollaron posteriormente sus enseñanzas.

Para Confucio, la fuente primera de moralidad y orden es denominada la voluntad del Cielo, a la cual en últimas están sujetos todos los órdenes de la creación. El emperador, en tanto Hijo del Cielo, aparece como el mediador ente el Cielo y los hombres, tiene el mandato y la autoridad de celebrar los ritos para garantizar la armonía que regula las estaciones, la vida y el cosmos. La sociedad solo puede estar en armonía si es gobernada por un príncipe virtuoso que sirva como ejemplo a sus súbditos guiándose por principios morales, estimulándolos de este modo para alcanzar ellos mismos la prosperidad y la felicidad.

El hombre que conoce y respeta los mandatos del Cielo es el Junzi, el hombre superior moralmente en justicia y en sabiduría, y por ello el más capacitado para gobernar y dirigir el reino. Los hombres realizados son los que saben aceptar el papel y las funciones que le corresponden dentro de la sociedad, con lo que se configura una jerarquización no solo social sino también moral. Así, la familia como célula base de toda sociedad aparece entonces como una imagen en miniatura del Estado, en donde todos tienen un lugar y unos deberes que cumplir, y en donde es imprescindible que se cultiven los valores fundamentales, la benevolencia, el respeto, la lealtad y la reciprocidad, para poder preservar la armonía y la paz. Los deberes y el respeto deben observarse principalmente en las cinco relaciones humanas: entre el rey y sus súbditos, entre el padre y sus hijos, entre el esposo y su esposa, entre los hermanos mayores y los menores, y finalmente entre amigos virtuosos.

Confucio vivió en una época (los Reinos Combatientes) en la que la dinastía Zhou reinante experimentaba desde hacía siglos un proceso de declive y decadencia, y en donde las costumbres y la ética se habían relajado y degradado, por lo que lamentaba la pérdida de los valores tradicionales que permitieran recuperar la grandeza de antaño. Su conclusión era que había que recuperar la sabiduría de las antiguas dinastías para formar un adecuado buen gobierno, y por ello basó mucho de su enseñanza en el estudio y comentario de los cinco clásicos de la literatura china. El mismo Confucio reconocía que él no pretendía crear nada nuevo, sino recomponer la herencia espiritual de una larga tradición de sabios de la antigüedad. Sin embargo, al interpretarlos desde las inquietudes de su época y explicarlos según su propio sentido de la ética desarrolló una obra personal que contribuyó luego de manera decisiva a la forja del pensamiento y el carácter del pueblo chino.

Los seguidores del maestro Kong (que es en últimas la traducción de su título, Confucio, Kong-fu Tze) recogieron y siguieron ampliando las palabras de su maestro, en una escuela que continuó produciendo importantes pensadores y obras a lo largo de los siglos siguientes. Entre ellos, resulta de particular importancia la obra de Mencio (Meng Tze, maestro Meng), el principal discípulo de Confucio, quien trató ampliamente el tema de las relaciones entre el soberano y sus súbditos, desarrollando así un importante pensamiento político que sirvió de base para todas las interpretaciones ortodoxas posteriores del confucianismo.

Para los tiempos de la unificación de China bajo el imperio de Qin, hacia el siglo III a.C., el confucianismo ya se había establecido como una doctrina completamente definida, con multitud de seguidores y un cuerpo doctrinario extensamente tratado en sus escritos más relevantes. Después de Qin, la nueva dinastía Han estableció el estudio de las obras clásicas del confucianismo como exigencia para aspirar a los cargos burocráticos en el gobierno, por lo que fueron incluidas dentro de un plan educativo que se mantuvo básicamente inalterado hasta los últimos tiempos de Qing, la última dinastía china, más de dos mil años después.