Todo ser vivo (animales y capa vegetal), está compuesto de moléculas biológicas. En química, el término (orgánico), describe las moléculas que tienen una estructura de carbono y que además contienen algunos átomos de hidrógeno. La palabra orgánico proviene de la capacidad de los organismos vivos para sintetizar y utilizar este tipo general de moléculas. Entre las moléculas (inorgánicas), se encuentran el dióxido de carbono y todas las moléculas que no poseen carbono, como el agua y la sal.
La versatilidad del átomo de carbono es la clave para tener la gran variabilidad de las diferentes moléculas orgánicas, lo cual, a la vez, permite la diversidad de estructuras en los organismos simples e incluso en las células individuales. Un átomo de carbono posee cuatro electrones en su capa más externa, en donde pueden caber hasta ocho. A raíz de ello, un átomo de carbono puede volverse estable al enlazarse con hasta con otros cuatro átomos y así formar enlaces dobles o triples. Las moléculas que tienen muchos átomos de carbono pueden adoptar formas complejas como cadenas, ramificaciones y anillos (la base de una asombrosa diversidad de moléculas).
Sin embargo, las moléculas orgánicas son algo más que estructuras complicadas de átomos de carbono. Al soporte de carbono se unen grupos de átomos denominados (grupos funcionales), Los cuales determinan las características y la reactividad química de las moléculas. Dichos grupos funcionales son mucho menos estables que el esqueleto el soporte de carbono y es más probable que participen en las reacciones químicas.
El parecido entre las moléculas orgánicas de todas las formas de vida es consecuencia de dos características principales: el uso del mismo conjunto básico de grupos funcionales en habitualmente todas las moléculas orgánicas grandes.