El cuento se define por ser una narración de extensión generalmente breve acerca de un hecho predominantemente ficticio, si bien puede contar con elementos entresacados de un contexto real, pero por el carácter de su contenido se encuentra en clara oposición a otros géneros como la crónica, la noticia o el relato histórico, los cuales se construyen siempre con la pretensión de narrar los hechos tal y como suceden o han sucedido, sin añadir ningún elemento subjetivo o fantasioso. Los cuentos pueden darse en distintas variantes, pero generalmente se clasifican en dos grandes ramas desde sus orígenes: las narraciones orales, mantenidas por generaciones como parte del patrimonio cultural de los pueblos y casi siempre de autores desconocidos, y los cuentos escritos y literarios, asociados, por supuesto, a la aparición de la escritura y al deseo de cada pueblo y de sus autores de dejar una constancia para la posteridad acerca de su folclor, sus ideas o sus inquietudes.

También, por oposición al cuento como narración corta se encuentra la novela, que es un relato extenso y detallado que posibilita la profundización en los caracteres de los personajes, sus perfiles sicológicos y sus historias privadas, dentro del marco de un relato que puede abarcar, algunas veces, incluso la historia de varias generaciones y que, por definición, no está hecha para ser leída en una sola sesión, por lo cual se subdivide en capítulos. A diferencia de la novela, algunos cuentos llegan a ser tan concretos y con unos límites tan precisos, que interrumpir la lectura para reiniciarla después puede romper con el efecto dramático y literario que pretende mantener el hilo de la narración. Así, una de las características más esenciales del cuento es su brevedad, que permite leerlo de una sola vez. Por supuesto, entre ambos extremos se ubican, con fronteras difusas y poco claras, las categorías de las novelas cortas y los cuentos largos, que rompen muchas veces con las definiciones establecidas previamente.

En cuanto a estructura, los cuentos clásicos se caracterizan por exhibir una única temática, alrededor de la cual gira toda la narración, y que permiten identificar en el cuento tres partes claras: la introducción, que como su nombre lo indica, es una especie de preludio que permite presentar a los personajes (o al personaje, ya que muchas veces el cuento trata acerca de los sucesos que le acaecen a una sola persona) y plantear las condiciones que llevan a la situación específica que se va a narrar; el nudo o clímax, que es la parte central del cuento donde se desarrollan los elementos conflictivos de la historia y que son los que ganan particularmente la atención del lector, generando una expectativa acerca de su posterior desarrollo; y finalmente el desenlace, la parte final del cuento que aparece explícitamente ligada a los elementos y situaciones expuestos en las partes anteriores y en donde se resuelven, de manera satisfactoria o no, los conflictos que habían quedado planteados en el nudo, muchas veces mediante un final inesperado y sorprendente que deja en el lector una impresión duradera y que es lo que constituye en la mayoría de los casos una de las características más cautivantes del cuento, lo que le da su mayor efecto y relevancia.

En cuanto al narrador de la historia, puede ser uno de los personajes de la misma, generalmente el mismo protagonista que narra en primera persona, o también puede aparecer lo que se denomina un narrador omnisciente, es decir, un narrador que está al tanto de todos los elementos dentro de la historia, detalles que normalmente pasarían ocultos o desapercibidos, estados anímicos o pensamientos de los personajes, etc., y en estos casos la narración se realiza generalmente en tercera persona, como si el narrador contemplara todo desde arriba. Excepcionalmente, algunos cuentos exhiben un tipo de narración en segunda persona, cuando el narrador pareciera dialogar con otro personaje que hace parte de la historia, bien sea como protagonista o como lector, pero este tipo de narración es difícil y más bien poco usada.

También cabe decir que, desde sus inicios, el cuento se ha constituido en un campo para la exploración fantástica y la superación muchas veces de los moldes y los esquemas previamente establecidos. Así, para nombrar solo un par de ejemplos, los cuentos del escritor italiano Gianni Rodari presentan en su mayoría, no un final único donde se resuelve todo el relato, sino una serie de finales alternativos que ofrecen al lector la posibilidad de escoger entre todos el que se amolde más a su gusto, en tanto que, por otra parte, algunos cuentos del escritor argentino Jorge Luis Borges, tales como El Aleph, El jardín de los senderos que se bifurcan o La biblioteca de Babilonia, entre muchos otros, juegan de manera tan magistral y perfecta en unas cuantas páginas con la idea del infinito y de lo inabarcable que dejan en el lector la impresión, después de concluir su lectura, de haberse enfrentado con todo lo que la literatura pudiera contener y haber tenido un atisbo, en un solo texto, de las inconmensurables posibilidades que el reino de la fantasía es capaz de ofrecer.