Aunque una primera aproximación al género de los cuentos escritos nos lleva a considerar principalmente sus manifestaciones orientadas a los lectores infantiles y juveniles, no es menos cierto que existen también sub géneros del mismo pensados para públicos más adultos, a los que grandes autores se han dedicado asiduamente, ya sea por la libertad y flexibilidad de expresión que esto les permite, ya porque les permite explorar dimensiones complejas y profundas del mundo literario, desarrollando niveles de maestría tan grandiosos y válidos como otros escritores lo han hecho en otras formas de literatura.

Uno de los sub géneros que ha ganado una popularidad creciente dentro del público adulto durante los últimos tiempos está en la categoría de los relatos de corte histórico, que a pesar de basarse en hechos rigurosamente probados como ciertos, permiten a los autores la libertad incorporar sus propias perspectivas personales a la hora de recrear dichos sucesos y de dar una luz sobre las subjetividades que quedan generalmente excluidas en las construcciones historiográficas propiamente dichas, las cuales por definición se centran en los hechos duros y en sus causas y correlaciones, dejando de lado las motivaciones íntimas y personales de los protagonistas de la historia. Sin embargo, por su propia naturaleza, este tipo de relatos cae muchas veces más dentro del sub género de la novela corta (o del cuento extenso) para poder permitirse recrear con cierto grado de exactitud los detalles más relevantes (como las vestimentas, la arquitectura de la época, las modas sociales o las idiosincrasias particulares de los personajes de la historia) que juegan un papel clave si se quiere dar un nivel de verosimilitud a los hechos reconstruidos. Sagas como la de Los Reyes Malditos, de Maurice Druon, o novelas cortas como Las memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, encajan perfectamente dentro de este tipo de narraciones.

A mediados del siglo XIX, frente a ciertas posturas idealizadas del romanticismo europeo surgió como una reacción un movimiento denominado naturalismo, asociado principalmente a la obra del escritor Emile Zola, quien hizo de sus trabajos un vehículo de denuncia social y un manifiesto por una estética nueva, asociada a un descarnado realismo, que alcanzó una gran influencia en la producción literaria de numerosos escritores, contemporáneos y posteriores, tanto en Europa como en América. En esta corriente naturalista y realista se pueden ubicar escritores como Anton Chejov, maestro de la cuentística rusa; Guy de Maupassant y Gustave Flaubert con el ya nombrado Zola en Francia; Bernard Shaw en Inglaterra, entre muchos otros. En Latinoamérica, como manifestaciones paralelas de un enfoque similar, surgieron tendencias como el indigenismo y el costumbrismo, cultivadas en casi todo el subcontinente, con representantes tales como el colombiano José María Vergara y Vergara, el peruano Ciro Alegría o el ecuatoriano Jorge Icaza, aunque sus ecos llegarían hasta el siglo XX, pudiéndose encontrar incluso en las obras de escritores como Juan Rulfo y Gabriel García Márquez.

En un nivel puramente literario, más allá de pretensiones políticas y sociales o de movimientos estéticos de vanguardia, el género cuentístico para adultos ha sido cultivado sobre todo en la forma de cuentos policiacos (donde también se ubica la llamada novela negra) y de cuentos de terror y suspenso. Dentro de la primera categoría se ubica la obra de escritores como Agatha Christie, con su conocido personaje, el detective Hércules Poirot; Arthur Conan Doyle, creador del agente Sherlock Holmes; Maurice Leblanc, quien dio vida al anti héroe Arsenio Lupin; Dashiell Hammet, que inmortalizó al detective Sam Spade en El Halcón Maltés; y finalmente, Raymond Chandler, que inspiró al detective ficticio Philip Marlowe, quizá uno de los mejor logrados personajes dentro del género. Los cuentos de terror y suspenso, por su parte, remiten casi que exclusivamente (pese a haber muchos escritores más) como una referencia obligada a la obra de Edgar Allan Poe, extraño personaje de retorcida biografía, quien vertió mucho de su existencia atormentada en sus oscuros escritos. Por supuesto, no es el único, y casi un siglo después de él, como una ominosa coincidencia, su compatriota Howard Philips Lovecraft dio un nuevo impulso al género de cuentos de terror al crear todo un universo poblado de seres monstruosos que acechan en el borde de nuestro inconsciente, prestos a atacar. Lovecraft también es heredero de un círculo de escritores europeos que se agrupaban en torno a una sociedad místico filosófica llamada la Hermetic Order of the Golden Dawn, donde se practicaba el ocultismo y la magia, y que tiene representantes tan renombrados como William Butler Yaets, Arthur Machen, Algernon Blackwood, Herbert George Wells y Bram Stoker, además del infausto Aleister Crowley. Casi todos ellos se valieron de los conocimientos compartidos en la orden para producir cuentos y obras literarias donde el terror y el misticismo juegan un rol central.

Finalmente, algunos maestros de la literatura han cultivado el género de los cuentos a un nivel tan magistral que constituyen perfectas obras de arte, completamente originales y, por eso mismo, inclasificables más allá de la categoría de obras maestras de la literatura universal. Entre ellos podemos nombrar orgullosamente, entre muchos de ellos, a los autores latinoamericanos Augusto Monterroso y Horacio Quiroga, maestros del micro relato, y a los inimitables Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, además del checo Franz Kafka.