Al examinar el fenómeno de las falacias, se encuentra que existen de múltiples maneras y se agrupan de diversas formas, constituyéndose unas en variedades de otras, además de que es posible que surjan nuevas de manera continua debido a la evolución constante de la lengua y su variedad, lo que hace que la tarea de numerarlas todas sea siempre incierta. Desde los tiempos de Aristóteles, quien es sus estudios sobre la lógica sistematizó no menos de trece falacias (quizá entre muchas de las que podía pensar), hasta en la Edad Media y la Modernidad, el número y variedad de ellas no deja de aumentar y diversificarse.
Con todo, a continuación se exponen unas cuantas de ellas que, debido a su importancia y sencillez de exposición, resulta importante conocer:
– Falsa analogía: Ocurre se pretende validar lógicamente un argumento haciendo una comparación indebida con otro con el que guarda algún grado de semejanza, pese a las diferencias mayores que pueden diferenciarlos. Una analogía en sí misma no es falaz (las usamos todo el tiempo), pero sí lo es el pretender deducir determinadas conclusiones lógicas que no resultan válidas debido a la omisión de importantes diferencias entre los argumentos comparados. Hace unos años, un presidente comparaba al país con una empresa, lo cual resulta bastante inexacto si se tiene en cuenta que en una empresa solo se dan relaciones laborales mientras que un país es el agregado de múltiples realidades y tejido sociales. La comparación sin embargo resultaba muy útil para justificar determinadas medidas económicas, por lo se mantuvo con persistencia.
– Simplificación de la causalidad: Establece una única causa para un suceso que resulta en últimas provocado por un conjunto más amplio de causas. La existencia de relaciones no asumidas ni consideradas invalida la vinculación entre los dos acontecimientos. Es la situación de quien afirma que la lluvia le causa gripa, cuando en realidad lo que sucede es que el frío y la humedad le predisponen para el contagio de la enfermedad, lo que hace erróneo el razonamiento.
– Maniobra de distracción: Como su nombre lo indica, es una falacia que trata de llevar la atención hacia una cuestión que no resulta relevante en relación al tema que se está tratando para extraer a partir de ahí una conclusión falsa. Es uno de los recursos predilectos en la política, cuando se trata de desviar una determinada discusión hacia otros temas mediante la presentación de convenientes cortinas de humo que permiten eludir hábilmente las cuestiones centrales. Ante las urgentes necesidades a nivel de bienestar social dentro de un país, por ejemplo, un gabinete presidencial poco escrupuloso puede preferir apuntar sus esfuerzos a combatir la amenaza de un determinado “enemigo” externo, ya sea real o figurado, lo que sirve para crear la conveniente ilusión de que es allí donde deben buscarse las razones a las dificultades internas y que, una vez sea eliminada dicha amenaza, todo volverá a una mejor situación dentro del país.
– Alegato especial: Presume que las objeciones hechas a un determinado argumento por la contraparte de una disputa lógica resultan inválidas debido a la incapacidad del otro de captar los detalles más sutiles y profundos de dicho argumento, los cuales supuestamente solo pueden ser conocidos de manera verdadera por quien sostiene lo afirmado. Es un tipo de falacia de autoridad aplicada en primera persona para descalificar los posibles cuestionamientos que llegan a surgir en el transcurso de un ejercicio de argumentación. Sirve como sustento falaz a muchas prácticas anticientíficas, como la elaboración de horóscopos diarios o la lectura del futuro en el poso del café, desde la idea de que solo acceden a estos conocimientos personas con cierta “sensibilidad” particular o con muchos años de estudio y perseverancia en dichas prácticas.
– Cita fuera de contexto: Consiste en distorsionar o deformar el sentido primario de un discurso mediante el recurso de tomar solamente ciertas partes del mismo y reinterpretarlas tendenciosamente para hacerlas aparecer como que sostienen afirmaciones sensiblemente diferentes de la idea original. Puede aparecer como la figura del hombre de paja, cuando se deforma lo dicho por un oponente para descalificar sus palabras, o también bajo una forma de apelación tendenciosa a la autoridad de los expertos para apoyar tesis que nada tienen que ver con lo afirmado por estos. Recientemente se dio el caso de una senadora cristiana que sacó a relucir determinadas afirmaciones hechas en un estudio científico sobre la formación de las identidades sexuales en los jóvenes, que supuestamente apoyaba sus propias tesis en torno a la homosexualidad juvenil. La falacia quedó en evidencia cuando el mismo director científico del estudio salió a desmentir tales afirmaciones, explicando perfectamente que estaban citadas fuera de contexto.
– Moderación o compromiso: Surge a partir de un afán integrador o sincrético entre dos posturas antagónicas, que sugiere que la solución al dilema se debe encontrar en una posición intermedia entre ambas. Por supuesto, esto no necesariamente tiene que ser siempre así y resulta una falacia el tratar de aplicarlo sistemáticamente sin una consideración previa. La Biblia cuenta la historia de dos madres que se acercaron ante el rey Salomón, alegando ambas su maternidad sobre un bebé, por lo que la decisión del monarca (hábilmente pensada para desenmascarar a la impostora) fue decretar que el niño fuera partido en dos y se diera a cada “madre” una mitad. Más que en el ardid del rey, la postura falaz fue sostenida por la falsa madre, quien porfiaba de que esa era la única solución a la que cabía atenerse.
– Conclusión equivocada (Non sequitur): Nombre usado para caracterizar todos los tipos de falacias donde la conclusión expuesta no se sigue de las premisas establecidas, constituyendo de este modo deducciones erróneas. Un ejemplo de esto es el que pretende sostener que el lugar de la mujer es el hogar, dado que los niños, sobre todo los pequeños, necesitan de un acompañamiento constante por parte de sus padres.
– Falacia de piedra (argumentum ad lapidem): Es la posición de la persona que, cerrada y trancada por dentro, se niega a aceptar ningún razonamiento porque desde el inicio ha decidido que nada ni nadie logrará hacerlo cambiar sus posturas, sin importar si estas cuentan con sustento racional o no. Es muy común, por ejemplo, en determinado tipo de personas religiosas recalcitrantes: “Me da lo mismo lo que me vengas a decir; Dios existe y punto, y no se requiere de ninguna discusión, sino solo de fe, para argumentar su existencia”.