La estructura general de los argumentos razonados toma como base el establecimiento de premisas claras y conocidas, cuya aceptación puede darse sin mayores inconvenientes, y a partir de ellas, mediante procedimientos de encadenamiento lógico, se intenta llegar a una conclusión específica, que es la que se busca probar y que, dado su carácter derivado de la claridad de las premisas y conclusivo de la cadena de razonamientos, resulta algunas veces polémica, incluso oscura y difícil de aceptar. De este modo, partir de una premisa inicial que afirma gratuitamente aquella conclusión a la que se quiere llegar constituye un tipo de razonamiento erróneo bastante común que recibe el nombre de petición de principio (petitio principii, es el nombre en latín con que se conoce esta falacia en la lógica formal), que resulta falaz en la medida en que no puede probarse una afirmación apelando al contenido de la misma o, dicho de otra forma, las premisas desde las que se parte para demostrar una conclusión no pueden tener apoyo ni estar fundamentadas en la misma conclusión que se desea llegar.

Uno de los ejemplos más comunes de este tipo de falacias se encuentra, por desgracia, en las escrituras sagradas, los libros supuestamente inspirados o revelados por alguna Divinidad. Al margen de los elevados contenidos éticos y espirituales que dichos textos puedan tener, constituye una patética muestra de razonamiento erróneo el tratar de justificar su alegado carácter “divino”, y por lo tanto irrefutable, apelando al hecho de que el mismo texto afirma ser una revelación de Dios. Como puede verse, se tiene aquí una forma de argumentación circular (el libro es una revelación divina porque allí mismo dice que es así) que nada termina probando en últimas.

Por supuesto, no constituyen los únicos ejemplos, ni son solo los libros religiosos y místicos los que incurren en este tipo de sofismas, dando por descontado además de que no necesariamente las escrituras reveladas tienen por qué caer en estos errores. Lo que se pretende aquí es ejemplificar este tipo de argumentación circular que no puede aceptarse como una forma válida de razonamiento.

Cuando la premisa se relaciona con la conclusión de tal manera que, para establecer el fundamento de la premisa se acude a la misma conclusión, se entra en una especie de círculo vicioso que no permite arrojar claridad sobre ninguna de las partes del razonamiento. Es como afirmar que el cielo es azul porque es azul, o que las especies animales se adaptan a ambientes cambiantes porque los mecanismos de selección natural potencian solamente a aquellas especies que están mejor preparadas para adaptarse. Este es el tipo de razonamientos que recibe en lógica el nombre de tautologías, las cuales pueden expresarse de la forma: A se cumple si y solo si se tiene A.

Cabe aclarar que algunas veces el razonamiento falaz se elabora de tal manera que pareciera establecer una diferencia entre la premisa y la conclusión, a pesar de que un análisis más profundo pueda mostrar que en últimas son equivalentes. Un ejemplo de esto surge en el argumento que sostiene que los hombres están justificados en ganar mejores sueldos que las mujeres, dado que ellos constituyen en últimas el sostén fundamental del hogar, lo que equivale a decir que el hombre debe ser el sostén de la familia porque es el hombre, con lo que se elude sutilmente el meollo de la discusión. En El principito

, la maravillosa historia de Antoine de Saint-Exupéry, la justificación del borracho es que bebe para olvidar de que se siente avergonzado por ser un borracho, lo cual constituye una elegante muestra de este tipo de falacia.

También es cierto que hay razonamientos que se retroalimentan entre sí, sin que necesariamente reproduzcan este esquema erróneo, como por ejemplo, cuando se aduce, en línea con el ejemplo anterior, que muchas personas depresivas acuden al consumo de drogas o alcohol como escape ilusorio, lo que en últimas incide negativamente en su condición de depresión, con lo que se entra en un círculo vicioso del cual resulta difícil salirse luego. Esto de ninguna manera puede tomarse como una argumentación falaz.

Por último, puede darse el caso de un razonamiento que basa sus conclusiones en premisas supuestas que no resultan probadas o aceptadas universalmente. Se encuentran ejemplos en afirmaciones como esta: “Nadie puede escapar de la ley del Karma, todo lo que hagas mal en esta vida te será cobrado, ya sea en esta misma vida o en las siguientes encarnaciones que tengas”. Aquí se da por aceptada la idea de la transmigración de las almas, que constituye en sí misma una forma de petición de principio, en la medida en que, si no acepta esta premisa, el razonamiento anterior queda invalidado o al menos endeble. En los tiempos medievales de la inquisición, se afirmaba que las mujeres acusadas de brujas eran culpables por el mero hecho de recibir dicha acusación ya que, de no ser así, Dios no hubiera permitido que sobre una inocente cayera la culpa, y en la política y la publicidad de hoy resulta muy común el uso constante y recurrente de dichos argumentos artificiosos: “La gente de bien se distingue porque no vota por tal candidato”. En últimas, se trata en todos estos casos de probar una cosa que no es del todo clara apelando a argumentos inciertos y aun menos claros.