Judaísmo: Moisés, salvado de las aguas

El libro del Génesis termina con la muerte de Jacob en ancianidad, y la de su hijo José, luego de que todos los hijos de Israel, junto con sus familias (unas setenta personas según el libro del Éxodo), se instalaran en la fértil tierra de Gosén, en Egipto. Jacob, por un pedido propio, fue enterrado en la tumba “familiar” que había sido comprada en Canaán por el ancestro Abraham (donde yacía el junto a su esposa Sara, y los demás miembros difuntos del clan; de hecho, una tradición judaica sostiene que dicha tumba era, originalmente, el lugar de reposo de los primeros verdaderos padres, Adán y Eva). José, a su vez, pidió a sus hermanos recordar la promesa divina acerca de la “tierra prometida”, de manera tal que, una vez retornaran como les había sido profetizado, llevaran sus huesos hasta el lugar que consideraban su definitivo “hogar”.

Y aunque vivieron bien tratados en Egipto, donde medraron y prosperaron, estos primeros “hebreos” no olvidaron las promesas (la “alianza” o “testamento”) hechas a sus padres, por lo que vivían en el constante anhelo del retorno a su verdadero “hogar”. Pero transcurrieron varias generaciones, y la promesa parecía no hacerse realidad. Y sucedió que, mientras tanto, subió al poder en Egipto un nuevo Faraón, de una nueva dinastía, que no sentía tener ningún vínculo particular por Jacob, José y los suyos, sino que, inquieto por el crecimiento desmedido de los hebreos en su país, y la amenaza potencial que podían constituir para su reino, se decidió primero a someterlos a duros trabajos, obligándoles a construir dos ciudades de almacenamiento, cuyos nombres nos han llegado como recuerdo del infausto Faraón: las ciudades de Pitom y Ramsés. Luego, viendo los egipcios que eso no mermaba la fuerza ni la determinación de los hijos de Israel, los trataron entonces con mayor brutalidad, reduciéndolos a la condición de esclavitud, y Faraón tomó drásticas medidas para evitar que el pueblo esclavizado se hiciera fuerte para levantarse, llegando al extremo de mandar a matar los niños varones recién nacidos, en un episodio de horror que habría de repetirse nuevamente en diversas ocasiones, para vergüenza humana.

Y aquí entra la historia de la mano del mito, pues, en un incidente que encuentra ecos en las historias de otros grandes legisladores como Sargón el acadio, o Rómulo y Remo, una madre hebrea depositó a su pequeño recién nacido en una cesta tejida, y lo dejó a merced del río Nilo, confiando quizá que D-os le deparara un destino diferente. En efecto, la canasta fue hallada luego por una princesa egipcia, la hija del Faraón, quien adoptó al bebé como propio, nombrándolo Moisés, que quiere decir, “salvado de las aguas”.

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Así creció Moisés entre los egipcios, criado como uno más de ellos, pero igualmente consciente del sufrimiento y la esclavitud a la que eran sometidos sus hermanos hebreos, pues desde pequeño había tenido también contacto con ellos. Y cuando ya era mayor, alguna vez vio a un egipcio maltratando con saña a un hebreo, por lo que, llevado de furia, mató al egipcio, enterrándolo luego en la arena. Pero luego, cuando trataba de mediar entre dos hebreos que discutían, recibió un trato injurioso por parte de ellos: “¿Quién eres tú para hacer de juez entre nosotros? ¿Acaso nos matarás como hiciste antes con el egipcio?”. Con dificultad empezaban, pues, las relaciones entre Moisés y los suyos, y no sería la única ni la última oportunidad en que tendría oportunidad de experimentar la ingratitud de sus hermanos, en carne propia.

Pero por lo pronto, y ante el temor de las posibles represalias que pudieran darse debido a su crimen, pues ya el Faraón buscaba una razón para matarlo, Moisés decidió que lo mejor sería huir, y comenzar una nueva vida. Así, se movió al país de Madián, un pueblo de pastores semi nómadas que habitaban las cercanías de la península del Sinaí, hermanados hasta cierto punto con los hebreos. Allí fue recibido y guiado por un sacerdote de la tribu, llamado Ragüel (o también Jetró), quien le atendió bien y terminó por darle como esposa a una de sus hijas, Séfora, de quien tuvo un hijo al que llamó Guersón, que viene de fuera

, pues se sentía extranjero en una tierra extraña. Y mientras en Egipto moría el antiguo Faraón, pero el pueblo de Israel continuaba esclavizado, en su nueva vida, vida sencilla de pastor del desierto, Moisés se dedicó a cuidar las ovejas de su suegro, hasta el día en que vivió en su momento la experiencia transformadora del llamado de D-os, que cambiaría su vida y la vida de sus hermanos de raza, profundamente y para siempre.
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