En la vida de casi todos los hombres de D-os, llegan momentos cruciales donde se ven probados en su valía, y este cambio profundo conlleva a veces un re-nombrarse, adoptar un nuevo nombre y unas nuevas costumbres, una nueva vida en pos de la Divinidad. Jacob, que retornaba a su patria luego de veinte años en tierra de sus parientes lejanos, casado y con múltiples hijos y riquezas, por temor a su hermano dividió a su gente, y los fue haciendo pasar de a poco un torrente, que marcaba la frontera de su patria. Cuando se quedó solo, “alguien”, un ser sobrenatural, se enfrentó con él una noche hasta el amanecer, y no logró vencerlo, así que lo bendijo: “Ya no te llamarás más Jacob, sino Israel, Fuerza de D-os, porque has luchado contra D-os y contra los hombres y no has sido vencido”.
Luego de tan notable episodio, Jacob (que a pesar de todo sigue siendo llamado así en el resto del relato del Antiguo Testamento) se encontró en paz con su hermano Esaú, y pasó a instalarse en Canaán con los suyos, en los alrededores de Siquem, comprando un terreno para establecer su campamento.
Tras una peregrinación con todos los suyos a Betel, donde antaño había tenido una visión, y una purificación de su casa para D-os, en el camino de regreso Raquel tuvo dolores de parto. Y dio a Jacob un último hijo varón, a quien llamaron Ben-Oní, hijo de mi dolor, pues en el esfuerzo murió Raquel, pero a quien Jacob prefirió nombrar Benjamín, hijo de mi diestra, con quien se completó la docena.
La historia que sigue desde aquí tiene como desenlace la llegada del pueblo de Israel, surgido de las doce tribus, a la tierra de Egipto, donde habrían después de padecer esclavitud, tras cuatro siglos de permanencia. En aras de concreción, trataremos de ser breves y restringirla a un solo artículo.
De entre los doce hijos de Jacob, uno de ellos, José, se destacaba sobre los demás en las preferencias de su padre, además de que tenía extraños sueños donde parecía que todos sus otros hermanos se le sometían. Esto generó los celos malignos de algunos de ellos, que urdieron matarle mientras cuidaban de los rebaños en el campo. Pero Rubén, el mayor de todos, los disuadió de tal idea, por lo que terminaron vendiéndolo como esclavo a una caravana que iba en camino de Egipto, y dijeron a Jacob que su hijo había sido atacado por un animal salvaje.
Su padre casi enloqueció de dolor, pues José y Benjamín eran los únicos hijos que tenía de Raquel, su difunta esposa, pero terminó por resignarse a lo que para él era la pérdida irreparable de su hijo querido. Mientras tanto, José arribaba a Egipto, en donde, comprado por Potifar, un funcionario del Faraón, le cayó tanto en gracia que el funcionario lo hizo mayordomo de su casa. Sin embargo, acusado falsamente por la esposa de Potifar de intentar seducirla, fue conducido a prisión, y olvidado. Un tiempo después, dos funcionarios del Faraón, un copero y un panadero, fueron también llevados a la prisión. Ambos tuvieron allí sueños inquietantes, que José interpretó, tras lo cual pidió al copero, que una vez reintegrado en su puesto, como el sueño predecía, intercediera por él ante Faraón.
Las cosas sucedieron como se predijo, pero el copero olvidó la súplica de José, hasta el día en que el mismo Faraón tuvo en una sola noche dos sueños que nadie supo interpretar: siete vacas flacas devoraban a siete vacas gordas, y siete espigas de trigo resecas crecían en torno a otras siete lozanas y las ahogaban hasta marchitarlas. Ante el estupor Faraón, y de sus mejores magos y astrólogos, que no lograban captar el significado del sueño, el copero sugirió llamar a José desde las mazmorras, pues recordó cómo había interpretado anteriormente los sueños de manera correcta. José fue traído ante la presencia de Faraón, y descifró con seguridad ambos sueños: “Vendrán siete años de esplendor y riqueza, donde las cosechas crecerán y Egipto verá la abundancia; pero luego, vendrán otros siete años de miseria y hambre, como las ha habido pocas en toda la tierra. Señor, si sois cuidadoso, y sabéis guardar en tiempos de abundancia para los venideros años de escasez, vuestro pueblo no morirá de hambre”.
Faraón nombró entonces a José como su intendente de cosechas, su Primer Ministro, lo hizo gobernador y lo engrandeció en todo Egipto, pues las cosas sucedieron entonces como habían sido profetizadas. Durante los siete años de abundancia, José se preocupó de recolectar y guardar para los siguientes años de hambre, de manera que, cuando estos llegaron, había reservas suficientes en Egipto para afrontar la miseria. Así que empezaron a afluir gentes de otras naciones hacia allá, buscando comerciar con los egipcios por un poco de comida. Y entre todas esas gentes, también llegaron casi todos los hermanos de José, quien al reconocerlos les jugó una treta, para lograr que se devolvieran y trajeran luego a su hermano menor con ellos, pues quería dar una sorpresa a todos. Finalmente se dio a conocer de ellos, que no le habían reconocido, y tuvieron un reencuentro de intensa felicidad. Al enterarse Faraón, de que los hermanos de José habían aparecido, les mandó a llamar para que se instalaran en la tierra de Egipto, en lo mejor de ella, y permitió entonces que se trasladaran todos ellos, unas setenta personas, incluido su padre Jacob, que no cabía en sí de la dicha, al saber que su hijo perdido había “resucitado”.
Así fue como los hijos de Israel, los padres originales de las “doce tribus”, se instalaron en Egipto, y allá prosperaron y se hicieron grandes, durante casi cuatro siglos, para padecer luego persecución y esclavitud.