Si la Historia restringe su estudio a los documentos de carácter escrito (y ya se ha visto cuán dificultosa puede llegar a ser la delimitación precisa de tal objeto de estudio), la Prehistoria se centra entonces en los registros escritos de carácter no escrito dejados por las más antiguas manifestaciones del hombre, hasta el nacimiento pleno de la Historia, con la aparición de la escritura, quizá entre el cuarto y el tercer milenio a.C., aunque aún no aparece claro si fueron varios fenómenos de aparición independiente en distintos lugares y tiempos, o si fue el resultado de un proceso interrelacionado de difusión cultural.
Frente a esta definición, lo menos que cabe decirse es que en algunos casos puede resultar algo arbitraria y dudosa, en la medida en que siempre han existido, y persisten hasta hoy en día, múltiples comunidades ágrafas, quizá muchas más de las que pudiera pensarse inicialmente, que no depositan su memoria en registros escritos, sino que la mantienen viva en la oralidad de sus tradiciones, cantos y leyendas, generación tras generación, en tanto que en otros pueblos coexisten, algunas veces de manera paralela, algunas veces en oposición, algunas veces en proceso de fusión, ambas aproximaciones, la escrita y la oral. Incluso también quizá nuestras generaciones presentes no están del todo excluidas de este fenómeno en la medida en que, con la irrupción de las nuevas y modernas tecnologías, las pantallas y los módems, mucha parte del lenguaje y la comunicación pasa a tener una fuerte componente audiovisual, preponderante incluso sobre la lengua escrita, que experimenta por ello sensibles variaciones y simplificaciones. En la medida en que dichas tecnologías resultan disruptivas, es decir, configuran distintos y nuevos campos de interacción no previstos con anterioridad, el futuro de tales desarrollos cuestiona, al menos en más de un sentido, la importancia primaria concedida hasta ahora al soporte fundamentalmente escrito. Lo cual no implica necesariamente que las buenas novelas y los buenos libros tengan por esto que desaparecer…
Y aunque la impresión inicial pudiera ser la de que, efectivamente, debido a su analfabetismo, algunas de estas comunidades ágrafas se encuentran de algún modo en la Prehistoria, que no tienen historia, no es menos cierto que para algunos de estos pueblos (piénsese por ejemplo en los aborígenes nómadas del Amazonas, como los reconocidos Nukakh Makuh, o las comunidades inmemoriales, también nómadas, habitantes de desiertos como el gran Sahara africano) la necesidad de llevar registros escritos de su diario vivir resulta menor, frente a, digamos, las exigencias propias de la supervivencia en ambientes extremos y hostiles, mientras que a otros, que mantienen un sentido muy alto, algunas veces incluso sagrado
Pero más allá de estas cuestiones, surgen distintas facetas por considerar a la hora de definir, propiamente, el objeto de estudio, la metodología y las herramientas de las que se valen los pre-historiadores para llevar a cabo su tarea. Quizá uno de los que primero se nos puede venir a la cabeza, es la cuestión básica acerca de la edad y el origen remoto del hombre… ¿desde hace cuánto que los hombres (en un sentido claramente lato y generalizado, que no quiere ignorar ni pasar por alto, ni mucho menos, a los ancianos, las mujeres y los niños) recorren el ancho y dilatado mundo, en sus extensas y casi interminables correrías? Lamentablemente, en el estado actual de las investigaciones, las fechas no están del todo ni absolutamente claras: una primera aproximación de rango corto sitúa el surgimiento de las comunidades plenamente humanas como tal, comunidades nómadas de cavernícolas cazadores y recolectores, de dieta omnívora, entre cincuenta mil y ochenta mil años… ¡ochenta mil años! Comparado con eso, los escasos seis mil o siete mil años desde la aparición de la escritura hasta nuestros días parecieran poco menos que un lapso relativamente corto. Sin embargo, algunos registros de carácter fósil parecieran apuntar a una antigüedad de orden mucho mayor, remontándose a edades fabulosas, no ya de centenares de miles, sino incluso de millones de años ya.