Tetis era una nereida, la de los pies argénteos, hija de Nereo, el anciano dios del mar, y de la oceánide Doris, quien dio a Nereo cincuenta hijas preciosas, ninfas de los mares, con quienes convivía en medio del mar Egeo. Tanto el gran Zeus como el temible Poseidón pretendieron a Tetis, pero ante una profecía que anticipaba que el hijo de Tetis sería superior a su padre, los dos olímpicos acordaron arreglar entonces el matrimonio de Tetis con un mortal, Peleo, quien era nieto de Zeus y rey de los mirmidones, los hombres guerreros que habían sido transformados a partir de hormigas, cuando una plaga amenazaba con despoblar por entero la isla de Egina.

Peleo debió luchar para obtener la mano de su esposa, pero una vez que lo hubo conseguido se celebró una gran boda, a la que acudieron casi todos los dioses y muchos de los héroes griegos de la antigüedad. Sin embargo, Nix, la diosa de la oscura noche (o, en otras versiones, su hija Eris, diosa de la discordia), y sus hijas, no fueron invitada a la fiesta, por lo que envío a Eris, quien se apareció en medio de la boda y arrojó una manzana dorada y maravillosa del Jardín de las Hespérides, con una inscripción escrita en ella: Para la más bella. Inmediatamente, las tres grandes diosas, Hera, Atenea y Afrodita, reclamaron para sí la manzana de la discordia, pero al no poder ponerse de acuerdo, convocaron a Zeus para que dirimiera la cuestión. Este, no queriendo verse metido en problemas, ya que tenía a Hera como esposa y a las otras dos como sus hijas, nombró como juez a Paris, también llamado Alejandro, un joven príncipe troyano, y le mandó llamar para que decidiera acerca del concurso de belleza.

Cada una de las tres diosas trató de sobornar entonces a Paris con diversos dones para ser escogida: Hera le ofreció el poder y el dominio, Atenea la fuerza y la sabiduría, y Afrodita lo tentó con permitirle tener el amor de la más bella de las mujeres, quien era a la sazón Helena de Esparta, esposa del rey Menelao. El príncipe era joven e impetuoso, así que terminó por elegir a Afrodita y entregarle a ella la manzana, dejándose seducir primero por su ofrecimiento. Pero esta decisión no dejó de traer problemas, porque con ella se ganó la enemistad de las otras dos diosas, y es en este episodio donde encuentra su origen la posterior Guerra de Troya.

Helena era tan hermosa que muchos príncipes de toda Grecia la habían pretendido como esposa, por lo que su padre, el rey de Esparta, había pedido a todos los pretendientes que juraran lealtad a aquel que resultara elegido y que respetaran la decisión tomada, tras lo cual había sido elegido Menelao, hermano del poderoso Agamenón, el rey de Micenas y esposo de Clitemnestra, quien era a su vez hermana de Helena. De este modo, se logró una forma de alianza entre todos los príncipes griegos, liderada por los reyes de Micenas y Esparta.

Las relaciones entre Grecia y la poderosa Troya nunca habían sido las mejores, por lo que años después Paris fue enviado a donde los griegos en una embajada diplomática, y terminó hospedándose en la casa de Menelao, en el reino de Esparta. Allí, aprovechando que el rey debió ausentarse para acudir al funeral de su abuelo, Paris, con el concurso de Afrodita, enamoró y raptó a Helena, llevándosela consigo a Troya.

Ultrajado, Menelao se reunió con su hermano y con Néstor, el anciano y sabio rey de Pilos, y discutió con ellos sobre la posibilidad de armar un ejército griego y marchar en conjunto a Troya, a lo que los dos poderosos monarcas accedieron, convocando así a todos los príncipes y guerreros del mundo griego de entonces. Así se dio inicio a la Guerra de Troya, que está en la base de la poesía épica griega y dio origen a las ideas sobre el valor y la guerra, así como a numerosos cultos heroicos, comunes en todo el mundo griego posterior.

Antes de partir, el viaje fue objeto de todo tipo de incidentes curiosos y proféticos que auguraban las consecuencias aciagas como resultado de la guerra. Así, el rey Ulises de Ítaca, el más ingenioso de todos los griegos, a quien estos necesitaban para la guerra, se fingió loco para no ir, pero fue descubierto y obligado por su juramento a unirse al resto por Palamedes, a quien terminó por dar muerte luego durante la guerra. Otra situación se dio cuando la diosa Artemisa, irritada contra Agamenón, detuvo a la flota de los griegos en Aúlide con una gran tempestad, lo que el adivino Calcante interpretó como que, para apaciguar a la diosa, debían ofrecerle en sacrificio a Ifigenia, hija de Agamenón y Clitemnestra. Agamenón se dispuso a hacer el sacrificio, pero finalmente Ifigenia fue salvada por la misma Artemisa, llegando a ser luego su sacerdotisa en Táuride, y una corza fue sacrificada en su lugar, tras de lo cual la flota pudo partir.

Por último, otra profecía había predicho que los griegos no podrían ganar la guerra si no llevaban a Aquiles, el hijo de Tetis y Peleo, a quien su madre había logrado hacer inmortal en todo su cuerpo excepto en el talón, luego de haber fallado con sus seis hijos anteriores, quienes habían muerto todos en el proceso. Tetis, conocedora a su vez de un oráculo que decía que a Aquiles aguardaba una vida simple y sencilla pero muy larga, o una vida corta y fugaz pero llena de gloria, destinado a morir como el más grande de los héroes de la Guerra de Troya, había refugiado a su hijo en la corte del rey Licomedes y lo había disfrazado de mujer, para evitar que fuera a la guerra. Hasta allá llegó Ulises, disfrazado de mercader, y ofreció a las hijas del rey y a las mujeres de la corte vestidos y armas. Todas ellas tomaron vestidos para sí, excepto Aquiles, quien se decidió por las armas, con lo que fue descubierto y llevado con los demás príncipes griegos, cumpliéndose de este modo el oráculo.