El oráculo constituía una parte fundamental del pensamiento religioso de los antiguos griegos y otros pueblos mediterráneos, en la medida en que constituía una manera directa de entrar en contacto con la sabiduría de un dios y recibir advertencias o respuestas sobre cuestiones particulares, que podían incumbir ya fuera a un solo individuo o a una comunidad completa que buscaba su orientación. La palabra ha sido usada de manera indistinta ya sea para designar el lugar sagrado a donde se acudía para formular una pregunta, a los oficiantes que ejercían de intermediarios con la divinidad consultada, así como también a la respuesta dada por el dios, la cual muchas veces era consignada y entregada al consultante como parte de su interacción oracular. Fueron numerosos los dioses a los que se les asoció una inspiración adivinatoria, así como muchos los templos dedicados a las diversas manifestaciones de los mismos, con mayor o menor celebridad en el mundo mediterráneo, algunos de los cuales duraron hasta el auge y expansión general de cristianismo, hacia el final de la Edad Antigua.

El más famoso, con mucho, de todos los santuarios era el oráculo de Delfos, situado a los pies del monte Parnaso y consagrado principalmente a Apolo y a las musas. La leyenda cuenta que en ese lugar habitaba una serpiente monstruosa llamada Pitón, la cual fue eliminada luego por el dios, quien reclamó entonces un santuario para sí y una ceremonia de culto, a fin de poder guiar a los hombres. Allí, una adivina que recibía el nombre de Pitia o Pitonisa recibía las preguntas que se le hacían al dios y, en trance, ofrecía unas respuestas que eran recogidas e interpretadas luego por los sacerdotes encargados del templo. Curiosamente, a pesar del carácter femenino de la Pitia, las mujeres no eran admitidas para formular las preguntas y la historia que explica que el trance de la adivina era producido por los vapores tóxicos que emanaban de una fisura en el suelo solo es recogida por escritores cristianos de un periodo muy posterior, por lo que parece más una invención orientada a ridiculizar al oráculo y presentarlo asociado a prácticas demoniacas y de hechicería. Apolo tenía otros santuarios en Grecia donde también se acudía en busca de oráculos, y quizá el segundo en importancia estaba ubicado en Delos, una isla que, según la leyenda, era el lugar de nacimiento del dios.

Otro lugar donde también se ubicaba un importante oráculo era el templo de Zeus en Dodona, una región al pie de los montes Pindo, en Epiro. Allí, en medio de un bosque de robles, un grupo de sacerdotes descalzos interpretaba las respuestas del dios, que tenían lugar bien fuera por medio de sueños, luego de dormir una noche en el suelo, o también a través del susurro del viento entre los árboles. El oráculo sobrevivió hasta finales del siglo IV después de Cristo, cuando el edicto de adopción del cristianismo como religión única del imperio romano

por parte del emperador Tedosio dio lugar a que se talaran los robles sagrados del bosque. Zeus también tuvo un oráculo hermano de este en el templo de Amón, ubicado en el oasis de Siwa, en Libia, y un tercer santuario en Olimpia, en la región griega de Élide, donde se manifestaba a través de las llamas.

También Afrodita y Poseidón tenían sus propios oráculos: el más importante de Afrodita estaba en Pafos, Chipre, mientras que los de Poseidón estaban ubicados en Tebas, en Oropo y en varios lugares más. Sin embargo, un oráculo de importancia semejante, al que la gente acudía más por razones de salud que para hacer preguntas acerca del futuro, era el santuario del dios Asclepios (el dios de la medicina, a quien se le dedicaron muchos más templos en todo el mundo mediterráneo) en Epidauro, en la Argólide, donde las personas enfermas pasaban la noche con la esperanza de que el dios se manifestara en sueños que luego eran interpretados por los sacerdotes del templo, los cuales prescribían así el tratamiento a seguir. Un santuario similar era el llamado Anfiareo en Psáfide, en las cercanías de Oropo, consagrado al adivino Anfiarao, a quien, según la leyenda, la tierra había tragado durante el sitio de los siete contra Tebas, convirtiéndose de ese modo en el único ser vivo que habitaba el Hades. Los acudientes al Anfiarao debían sacrificar un carnero para luego dormir en el suelo sobre la piel del animal a fin de recibir el oráculo en sueños, y en caso de ser sanados debían arrojar algunas monedas de oro o plata en una fuente que discurría en las cercanías del templo.

Finalmente, en la región de Lebadea, en Beocia, existió un oráculo consagrado a Trofonio, un personaje singular de la mitología griega, constructor con su hermano Agamedes del santuario de Apolo en Delfos. Según una leyenda, luego de esconderse en una cueva y desaparecer en ella, Trofonio exigió por medio de un oráculo délfico la instauración de un templo en el lugar, en el que las personas que acudían debían pasar por una serie de rituales que les inducían estados alterados de conciencia, en el transcurso de los cuales sus palabras eran interpretadas por los sacerdotes oficiantes, obteniéndose de este modo las respuestas.