¿Qué fue la Revolución francesa?

La revolución francesa fue un periodo de gran agitación y transformación social y política en Francia y sus colonias, teniendo repercusiones en el resto de Europa e incluso en América, donde inspiraría la independencia de los países colonizados por España y las otras potencias europeas. La revolución francesa tuvo su origen el 5 de mayo de 1789, cuando se dio la apertura a los Estados generales (Clero, Nobleza y Tercer Estado), y tuvo su fin el 9 de noviembre de 1799, cuando Napoleón Bonaparte derrocó al Directorio e instauró el consulado, convirtiéndose el mismo en el primer cónsul de Francia y dando inicio a las guerras napoleónicas. A partir de los acontecimientos que ocurrieron entre estos años, el feudalismo y el absolutismo desaparecieron de Francia, lo mismo que ocurrió en varios países del mundo. De esta forma, hubo un tránsito en la política mundial de las monarquías a las repúblicas.

Todo comenzó con la Ilustración, que promulgaba la razón, la libertad y la igualdad. Esta misma corriente filosófica inspiró la Independencia de los Estados Unidos, demostrándole al mundo que el Estado podía organizarse de una forma distinta a la monárquica. Así, se intentaron llevar a cabo distintas reformas desde el tercer estado (el pueblo) al sistema feudal que todavía imperaba en Francia para crear una sociedad más justa, pero todas estas fueron rechazadas por la aristocracia (la Nobleza y el Clero), que no deseaba perder sus múltiples privilegios. De esta forma, las personas más pobres, afectadas fuertemente por los altos impuestos y el alza de los precios en los alimentos, y los burgueses, una naciente clase social que cada vez tenía más poder económico pero que carecía de poder político, exigieron sus derechos a través del tercer estado, un grupo de líderes sociales que representaba sus intereses en el Parlamento de París. Así, al no tener un acuerdo con el primer estado (el clero) y con el segundo estado (la nobleza), el tercer estado se autoproclamó en Asamblea Nacional y se comprometió a redactar una constitución.

Esta Asamblea en un principio sólo tenía miembros del tercer estado y dejó en claro que lograría sus aspiraciones incluso si los otros dos estados no participaban. Para no perder el impulso, los representantes de este estamento de la sociedad hicieron el Juramento del Juego de la Pelota durante el 20 de junio 1789, prometiendo que se separarían hasta que Francia tuviera una Constitución. Poco a poco, la Asamblea ganó gran popularidad en todo el país y recibió miembros del bajo clero y algunos de la nobleza. Ya para el 9 de julio, la Asamblea se autoproclamó Asamblea Nacional Constituyente, conformada en su ala derecha por las clases privilegiadas, en el centro por los políticos más moderados y en la izquierda por los representantes del pueblo, que eran la gran mayoría. A este hecho le siguió la Toma de la Bastilla, cuando los ciudadanos parisinos tomaron este fuerte militar para impedir que el rey Luis XVI tomara medidas contra la población civil. Así, durante estos hechos que ocurrieron el 14 de julio de 1789, los soldados se unieron al pueblo y se asesinaron al gobernador Bernard de Launay y al alcalde Jacques de Flesselles, cuyas cabezas fueron exhibidas por los manifestantes.

Este sentimiento pronto se extendió por el resto de Francia, con lo cual se crearon ayuntamientos al servicio de la Asamblea Nacional Constituyente. Esta poco después declaró los Derechos del Hombre y del Ciudadano, suprimió el feudalismo, se apropió de los bienes que poseía la Iglesia y redactó finalmente la Constitución francesa de 1791. Ante esta situación, el rey viajó a París y aceptó reconciliarse con el pueblo, lo que provocó la huida de varios nobles, conocidos como émigrés, a otros países de Europa, quienes buscaban apoyo extranjero al rey Luis XVI para suprimir la rebelión. Por su parte, la Iglesia, que era el mayor terrateniente de toda Francia, perdió todos sus privilegios y se volvió dependiente del Estado. Dada la furia que despertaba la riqueza con la que habían vivido anteriormente y los impuestos que le habían exigido a los campesinos años atrás, múltiples sacerdotes y personas del clero fueron masacradas. Esta situación de violencia sólo cesaría con el Concordato de 1801, firmado por la Asamblea Nacional Constituyente.

Dado que estaba claro que los nobles despertaban gran apatía en el pueblo, el rey se vio obligado a trasladarse de Versalles al palacio de las Tullerías en París, de donde también tuvo que huir cuando la violencia fue escalando. No obstante, el rey y su familia fueron descubiertos en Varennes, donde fueron arrestados y trasladados a París. Luego de promulgada la Constitución, se abandonaron todas las pretensiones de continuar con el Antiguo Régimen y se instauró una monarquía constitucional, con lo cual el rey tuvo que compartir su poder con la Asamblea, aunque conservó la autoridad para nombrar ministros y vetar leyes. De esta forma, la Asamblea Nacional Constituyente se disolvió el 29 de septiembre de 1791 y se instauró la Asamblea Legislativa, compuesta en su derecha por 264 diputados feuillants y girondinos (representantes de la alta burguesía), en su centro por 345 diputados independientes, y en su izquierda por 136 diputados jacobinos y cordeliers (representantes del pueblo). De esta forma, la voz del pueblo y de los pequeños burgueses (la gran mayoría de la población) no pudo hacerse escuchar en la Asamblea y gran parte de las leyes que salieron de esta fueron vetadas por el rey.

En consecuencia a lo anterior, estalló una segunda revolución el 10 de agosto de 1792, cuando el pueblo asaltó el palacio de las Tullerías y cuando la Asamblea Legislativa se vio en la obligación de suspender las funciones del rey. Ante la grave situación, la Asamblea convocó elecciones por sufragio universal y se eligió construir un nuevo parlamento, denominado Convención Nacional. Este órgano convirtió la monarquía en república, aunque los ejércitos de Prusia y Austria amenazaron con invadir Francia si no se reponía al rey. Sospechando que el rey estaba aliado con los enemigos extranjeros, se le condenó a muerte y se le ejecutó el 21 de enero de 1793. Al asesinato de Luis XVI le siguieron el de su esposa y el de los sucesores al trono, así como el ascenso al poder de los jacobinos, quienes instituyeron el sufragio universal y desarrollaron el Reinado del Terror, presidido por Jacques Robespierre.

Durante este periodo se condenaron a más de 10.000 personas a la guillotina por sus acciones contrarrevolucionarias, por lo cual los moderados sintieron que el país estaba tomando un rumbo hacia su propia destrucción y se aliaron con el pueblo llano para derrocar a Robespierre y a los líderes del poder ejecutivo, el Comité de Salvación Pública. Así, se formó un nuevo gobierno encabezado por el Directorio y regido por una nueva Constitución. Esta abolió el sufragio universal y realizó políticas que motivaron la oposición de los jacobinos y de los monárquicos.  Por tanto, el país se encontraba en una situación caótica y se encontraba enfrentado con los reinos circundantes. Fue entonces cuando Napoleón Bonaparte volvió de su expedición en Egipto y dio un golpe de Estado al Directorio el 9 de noviembre de 1799 para instaurar el Consulado, convirtiéndose él mismo en primer cónsul. A partir de entonces, Bonaparte tomó las riendas del país y se impuso militarmente a los enemigos de Francia en las llamadas guerras napoleónicas.