Los cuentos gozan de una larga tradición en la historia de la humanidad, en la medida en que aparecen asociados a las memorias de los pueblos, tanto orales como escritas, como reflejo de los imaginarios populares y la cultura inmaterial que se transmite de generación en generación a través de los siglos. En las comunidades que carecen de cultura escrita, los cuentos aparecen, al lado de los mitos y las leyendas, como una muestra elocuente de las creencias y el patrimonio común de todos sus integrantes, diferenciándose de estas en que incorporan elementos más propios del folclor popular, renunciando sobre todo a las explicaciones sobrenaturales acerca del origen primordial de las cosas y la creación del mundo, para centrarse en relatar historias célebres que resultan en últimas conocidas por todos los miembros de la comunidad, al margen de que los detalles cambien de relator a relator, manteniendo una estructura común que permanece sin embargo inalterada. A esta categoría pertenecen historias como las de la araña Anansi en el Caribe, los relatos populares de encuentros con fantasmas y luchas con el demonio de las comunidades que habitan los Llanos y las costas nororientales del Atlántico colombiano, o las universales historias que contraponen la astucia y la inteligencia del conejo a la maldad y la soberbia del tigre, englobadas en Colombia bajo la designación general de las historias de Tío Tigre y Tío Conejo.
Con la posterior aparición de la escritura en las primeras civilizaciones históricas, muchas de estas tradiciones orales fueron consignadas y fijadas en soportes materiales que permitieron una mayor perdurabilidad y continuidad de las mismas. Así, se considera que escritos de carácter mágico religioso y funerario como los Textos de las Pirámides, los Textos de los Sarcófagos y el Libro de Thot egipcios figuran entre las primeras muestras de narraciones consignadas por escrito. A estas colecciones se han sumado muchas más a lo largo del tiempo y podemos nombrar, entre muchas más, las tradiciones consignadas por hindúes, persas y árabes en textos tan antiguos y que han llegado a ser tan universalmente conocidos como el Panchatantra, las historias del Calila e Dimna, o el maravilloso libro de cuentos de Las mil y una noches. Este último en particular, dada su composición, exhibe en muchas de sus relatos una particular estructura de historias anidadas (cuentos dentro de cuentos dentro de cuentos) que se usa como un recurso muy efectivo para mantener cautivados a sus lectores.
Incluso diversas historias de la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento (Caín y Abel, José y sus hermanos, Sansón y Dalila, Débora y Barak, el libro de Ester, Daniel y Nabucodonosor, entre muchas más) como en el Nuevo (Salomé y el Bautista, las parábolas de Jesús) pueden considerarse como historias populares insertadas en el cuerpo del texto con fines morales y doctrinarios.
Sin embargo, vale la pena aclarar que este tipo de tradiciones escritas consignadas a partir de narraciones orales no siempre remiten a compilaciones hechas únicamente en la antigüedad: en el siglo XIX, el médico y filólogo Elias Lonnrot recopiló en la epopeya épica Kalevala, entre otras obras, gran parte del folclor oral de los vikingos finlandeses, mantenido en la memoria oral de sus cantores durante incontables generaciones. Por otra parte, aún hasta hoy persiste en muchas sociedades, no necesariamente analfabetas, el oficio de los narradores orales, como es el caso, para poner unos pocos ejemplos, de los modernos juglares y bardos europeos, herederos de una antigua tradición medieval; los griots africanos, verdaderos depósitos de la memoria de sus comunidades; y en la Guajira colombiana los palabreros o putchipuús, que cumplen un importante papel en muchos de los eventos sociales de los indígenas wayuu.
En los tiempos modernos, el género del cuento como producción escrita ha evolucionado hacia nuevas formas y estéticas particulares, pasando a cumplir múltiples funciones y a tener diversas valoraciones dentro de las comunidades en que se producen. Cuentistas como los hermanos Grimm, Charles Perrault y Hans Christian Andersen escribieron magníficos cuentos infantiles que aún hoy se consideran como importantes recursos pedagógicos para la educación de los más pequeños, mientras que escritores como Emile Zola y Charles Dickens se valieron de sus historias para hacer fuertes críticas a los problemas de su tiempo y de las sociedades en que vivieron, causando una profunda impresión en sus lectores. En Latinoamérica, los escritores de la generación del boom (Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, para nombrar a los más relevantes) produjeron una literatura notable donde reproducían un fiel reflejo de las idiosincrasias populares y reflexionaban acerca de los elementos más esenciales de lo latinoamericano, en tanto que otros escritores de talla verdaderamente universal, como Franz Kafka, Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, por nombrar solo unos pocos, elevaron sus cuentos a la categoría de sublimes obras de arte, perfectas e incomparables.