La historia de la Antigua Grecia resulta importante para nosotros en la medida en que se considera a esta cultura, junto con el cristianismo, el germen desde el cual vendrían a la luz las ideas y las instituciones más fundamentales del mundo occidental.

Para poder hablar de la Antigua Grecia, debemos primero ubicarnos geográficamente en aquella zona del mediterráneo oriental, que para el tiempo que nos ocupa era conocida precisamente por el nombre de Hélade (de helenos, otro nombre para aquellos griegos), y que comprende el sur de Italia y las islas de Sicilia, Córcega y Cerdeña, las costas del mar Adriático y del Egeo que bañan la península balcánica y el territorio griego propiamente dicho hasta el estrecho de los Dardanelos, que conecta el Mediterráneo con el asiático Mar Negro (para los griegos, el Ponto Euxino, el mar hospitalario), donde también había algunas colonias, y por último las costas de Anatolia (actual Turquía) y las múltiples islas de la zona, como Creta, Rodas y Chipre, además de unos pocos asentamientos en Egipto y Libia. ¿Puedes intentar ubicar en un mapa algunos de estos lugares, o todos?

Dentro de los fines históricos, esta zona ha estado habitada desde siempre, es decir, desde mucho antes de la existencia de registros escritos y de archivos, y de hecho se han encontrado restos de actividades humanas que se remontan a la fase inicial de la Edad de Piedra, el Paleolítico, quizá más de cien mil años atrás, y que continúan a lo largo del Paleolítico superior, hace quizá unos doce mil años, y del Neolítico, hacia el 6 000 a.C., hasta los inicios de la Edad de Bronce, donde se empieza a instaurar nuestra historia.

Pero para delimitar de manera más precisa el periodo que nos concierne, diremos que las raíces del mundo griego encuentran su origen en antiguos reinos imperiales y marítimos que surgieron en el transcurso del tercer y el segundo milenio antes de Cristo. Nos referimos, más específicamente, a la civilización minoica de la isla de Creta (entre 2 700 a.C. y 1 500 a.C.) y a la civilización micénica en el Peloponeso griego (entre 1 900 a.C. y 1 100 a.C.). Estas culturas desarrollaron sistemas de escritura (los llamados sistemas de escritura Lineal A y Lineal B), poderosas redes comerciales y fuertes ambiciones coloniales y expansivas. También hablaron una forma primitiva de la lengua griega. Parece que fue hacia el final de la cultura micénica del Bronce (hacia 1 200 – 1 100 a.C.) cuando tuvo lugar la famosísima Guerra de Troya, que reuniría por primera vez a todos los pueblos que se reconocían de alguna forma como pertenecientes a la Hélade, en una coalición de guerra contra una potencia oriental, lo cual tendría importantes repercusiones para la historia posterior, cuando los griegos se enfrentaron unidos a la amenaza del Imperio Persa… pero esa es otra historia que contaremos después.

Sin embargo, la civilización micénica, y con ella todas sus antiguas tradiciones, se derrumbó de manera misteriosa en los últimos siglos del segundo milenio antes de Cristo, posiblemente debido a invasiones extranjeras, desastres naturales (hacia esa época se fecha la erupción volcánica de la isla Santorini, que algunos identifican con la Atlántida, y que pudo tener consecuencias devastadoras sobre toda la región) o quizá agotamiento y corrupción de sus propias instituciones políticas y sociales. Este momento, conocido como el colapso de la Edad de Bronce, dio paso a un oscuro periodo de tiempo del cual no ha sobrevivido virtualmente ningún registro escrito, y que se denomina, precisamente, Edad Oscura o primer periodo de la historia de la Antigua Grecia.

Durante este periodo el comercio y las comunicaciones descendieron abruptamente, y los pueblos griegos, dispersos y aislados, se dedicaron mayoritariamente a una agricultura de subsistencia. Pero también se fueron consolidando las primeras ciudades-estado griegas prominentes, las polis, con sus diversos modos de gobierno, y los habitantes de estas polis fueron tomando conciencia del valor de sus tradiciones y de su autonomía, que permanecían vivas en su memoria y en su tradición oral. Los poetas de aquellas épocas, los aedos, cantaban las leyendas y los mitos de su pueblo y les recordaban las grandes gestas que antes los habían congregado, como la Guerra de Troya y la Expedición de los Argonautas. Aunque todos hablaban una lengua de origen común, el aislamiento dio lugar al surgimiento de múltiples variantes y dialectos entre todos estos pueblos.

Hacia el final de esta Edad Oscura, entre el siglo IX y el VIII a.C., tuvo lugar la composición final de los poemas épicos de La Ilíada y La Odisea, que cantaban los eventos de la Guerra de Troya, y recordaban la grandeza de unos tiempos ya pasados, lo que dio pie a un fuerte sentimiento de conciencia nacional: los griegos ya se sentían hermanados por profundos lazos de parentesco, una historia común y por rasgos culturales bien definidos, y diferenciados de los otros pueblos con los que tenían contacto, asiáticos, africanos y europeos del interior. Para la composición de estos poemas y otros escritos, los griegos, que habían perdido los anteriores sistemas de escritura, adoptaron el alfabeto utilizado inicialmente por los fenicios y lo fueron modificando hasta llegar a crear su propio alfabeto. Si bien la composición de los poemas de La Ilíada y La Odisea se atribuye tradicionalmente a Homero, lo cierto es que se sabe muy poco acerca de este personaje y su época, y se llega incluso a dudar de si Homero fue una persona real o quizá la denominación de un grupo de cantores-poetas, los homéridas, que a lo largo de un lapso indeterminado de tiempo fueron dando forma a dichos poemas.

También, quizá debido a la creciente conciencia cultural, el mundo griego empezó a instituir otros espacios para encontrarse distintos de la guerra y el comercio: surgieron las primeras olimpiadas, que reunieron a los griegos en torno a justas deportivas celebradas cada cuatro años. Esta fue la oportunidad para hacer brillar el nombre propio y de la ciudad de origen en competencia con las otras ciudades griegas, en un ambiente pacífico de tregua, distante de los perpetuos conflictos, a tal punto de que incluso las guerras se detenían durante estas celebraciones para poder permitir a todos acudir a las justas sin peligro ni riesgos. Tan importantes resultaron las olimpiadas para los griegos que las declararon sagradas (fiestas en honor de Zeus Olímpico) y se convirtieron en referentes para fechar su cronología, como para el mundo occidental lo constituye el nacimiento de Cristo. La primera olimpiada se data tradicionalmente en el año 776 a.C. y marca el final aceptado para la Edad Oscura y el inicio de la Edad Arcaica griega.