Cuando se empieza un análisis sobre el concepto de Edad Media, a poco que se avanza se puede uno preguntar, lógicamente, si los que vivieron en aquellos tiempos sabían, se sentían como si vivieran en la Edad Media, pensaban en sí mismos como personas medievales. Resulta fácil darse cuenta entonces que la idea en sí de la Edad Media no pudo pertenecer a aquellos tiempos, sino que debió haber sido elaborada después, en una fecha posterior, y que quienes vivieron en aquella época se sentían tan contemporáneos, tan identificados con su propio tiempo como nos sentimos nosotros con el nuestro. Efectivamente, la Edad Media se llama, o es conocida bajo es nombre, porque ella ha sido pensada como un periodo en el medio de otras dos grandes edades: toda la Edad Antigua, cuyo fin estuvo marcado tradicionalmente por la caída del imperio Romano de Occidente, y la Edad Moderna o Contemporánea (son sinónimos), que se origina después del siglo XV, luego de diversos fenómenos de resonancia mundial que trastocaron las viejas ideas medievales y dieron paso a nuevas concepciones del mundo: la caída de Constantinopla en manos de los turcos Otomanos; el descubrimiento por parte de los europeos del nuevo continente llamado América y el inicio de las nuevas rutas transoceánicas hacia el África y al Asia; la invención europea de la imprenta de tipos móviles metálicos, que dio la posibilidad de una mayor y más rápida circulación de las ideas y de una generación de pensamiento crítico; la Reforma Protestante a partir del siglo XVI, y su contra relato, la Contrarreforma, que definieron las nuevas formas de entender y concebir la práctica y la fe cristianas, y tuvieron profundas implicaciones en la configuración del mundo moderno; el Renacimiento europeo de las ideas, las artes y las ciencias, expresión de nuevas ideas y nuevas relaciones materiales y de subsistencia, más dinámicas y diferentes de las antiguas formas medievales. Incluso, las nuevas tecnologías afectaron drásticamente los modos de producción y circulación, así como las técnicas agrícolas y otras, pero también fundamentalmente las maneras de hacer la guerra, haciendo obsoletas las concepciones anteriores del mundo medieval en favor de las nuevas ideas de un mundo más moderno.

Finalmente, entre los muchos eventos posteriores que caracterizaron la llamada Modernidad o Contemporaneidad se encuentra, mucho tiempo después, la Revolución Francesa, que dio origen a múltiples cambios, sobre todo a nivel político, pero también a nivel cultural y técnico, y que significó igualmente el origen de una nueva concepción sobre las maneras de acceder al conocimiento y la verdad científica, cuando se empezaron a desarrollar las llamadas ciencias sociales y la ciencia histórica en particular adquirió un notable impulso. Fue precisamente durante esta época que fue desarrollado el concepto de la Edad Media por los historiadores, sobre todo franceses, que revisaron los hechos pasados y establecieron para Europa esta división particular de su historia en las tres Edades.

Ahora bien, cuando se piensa de ese modo, pareciera en un principio que los límites temporales y culturales entre las tres Edades resultan de algún modo fácilmente identificables, que se pueden señalar con sencillez en la línea temporal de la historia. Sin embargo, también en este caso nos topamos con algunas dificultades, pues como ya se vio en el caso del fin de la Edad Media, por ejemplo, fueron muchos los eventos que se dieron durante aquella época y que se pueden asociar al fin de esta y al surgimiento de la Edad Moderna. Pero, además, otro problema radica en saber cuánto de los anteriores modos de pensar medievales persistieron o se fueron transformando en el transcurso de los tiempos, y en qué medida, y no ver el cambio de Edades tanto como una ruptura total con las ideas antiguas sino más bien como procesos de transformación con sus dinámicas y tiempos particulares.

Algo similar ocurre con el inicio de la Edad Media: la fecha tradicional propone el año 476 como la caída del imperio Romano de Occidente antes las invasiones de los bárbaros godos y germanos. Pero el proceso fue mucho más complejo que eso, y se discute si dicha fecha significó realmente el derrocamiento del último emperador de Occidente, que para esos tiempos ya hacía varios años que no era más que un títere en manos de sus consejeros y asesores militares de origen bárbaro, además de que se pueden señalar otras fechas y otros nombres, distintos a los de Rómulo Augustúlo, correspondientes a otros candidatos a ser considerados como últimos emperadores de Occidente. Más aún, cuando se revisan los alcances y las obras de pueblos como los francos y los godos, el mismo concepto de bárbaros aparece como relativo, ya que eran pueblos que tenían su propia cultura y su propia civilización, en últimas simplemente distinta a la civilización romana y más adaptada a sus condiciones particulares de vida. En todo caso, todo este proceso hace parte de un periodo más largo y que abarca varios siglos, conocido como el Tardo Imperio Romano, que describe el declive de las instituciones imperiales ante la llegada de los distintos pueblos germánicos y sus nuevas formas sociales y culturales. Muchas veces, y sobre todo en los primeros estadios, este arribo de extranjeros se dio principalmente por asimilación y no tanto por guerra o imposición violenta, por lo que no cabe tampoco pensarlo exclusivamente como una invasión, ni es pertinente esa idea de los germanos como hordas de bárbaros presionando sobre las cada vez más débiles fronteras de un imperio que se desmoronaba ante su empuje. Lo cierto es que ambas entidades se necesitaban más de lo que deseaban combatir entre sí, por lo que muchas veces de buena gana se prestaron mejor a colaborar entre ellos que a enfrentarse por la fuerza, a pesar de la existencia también de este tipo de incidentes. Con todo, resulta evidente que puede señalarse un cambio entre las formas del mundo antiguo y las medievales, asociado de manera particular a la caída de las instituciones romanas, y que marcó el inicio de un periodo medieval que duraría varios siglos a partir de entonces, pero su comprensión y definición no resulta tan simple como puede parecer en un principio, además de que parece más adecuado entender este periodo como de transición y de cambio constante hacia la Modernidad en vez de concebirlo como un tiempo esencialmente estático, como una pausa oscura entre los dos periodos luminosos del antiguo imperio y del Renacimiento.

Así, para empezar, solo comprendiendo los diferentes procesos que fueron teniendo lugar durante el largo periodo del Tardo Imperio Romano, el cual abarca quizá los últimos cuatro siglos de su historia, puede tenerse una imagen de las instituciones medievales que empezaron a surgir a partir de entonces, y del origen de sus características y dinámicas particulares.