Tras los tiempos difíciles de la dinastía frigia de mediados del siglo IX, del reinado de Miguel el Beodo y los episodios turbulentos que desembocaron en el llamado Cisma fociano entre oriente y occidente, el imperio bizantino comenzó a estabilizarse y experimentó después un próspero periodo de recuperación que lo llevó en los próximos ciento cincuenta años a convertirse en uno de los estados más poderosos sobre toda la cuenca del Mediterráneo oriental. De la mano de Basilio I, la nueva dinastía macedónica empezó a posicionarse como un nuevo poder que surgía para hacer contrapeso en Europa al imperio islámico de la dinastía abásida, así como al imperio franco germano de Occidente, consolidándose a través de nuevas conquistas, recuperando pueblos para la evangelización y ganando otros territorios para Bizancio, especialmente en el reino de Bulgaria y más zonas del mundo eslavo, sobre las cuales terminó por ejercer una influencia decisiva en su proceso de conversión al cristianismo.

Así, durante todo el siglo X los gobernantes macedonios posibilitaron un renacimiento en muchos ámbitos, económicos, intelectuales, artísticos y teológicos, lo que determinó una particular forma de religiosidad en el cristianismo ortodoxo oriental, que se hizo más místico y ritual, y que quedaría posteriormente como herencia para todos los pueblos eslavos, griegos y orientales que quedaron bajo la influencia bizantina. Con el fin de las querellas iconoclastas, el arte representativo alcanzó particularmente nuevos impulsos, verificándose una recuperación de las formas clásicas de representación greco latina dentro de las producciones artísticas de la cristiandad, además de diversos logros en campos tan diversos de las ciencias y las técnicas como la producción de libros y manuscritos, la arquitectura y hasta la ciencia militar. Particularmente, los avances en la producción figurativa y las artes plásticas ejercieron importante influencia incluso en los movimientos pre renacentistas de la Europa medieval.

Como se dijo, los logros de la dinastía no solo fueron artísticos y teológicos, sino que también en otros ámbitos como el de la guerra, así como en el derecho de gentes, alcanzó el imperio nuevas y superiores cotas. Bajo el largo reinado de uno de sus últimos gobernantes fuertes, Basilio II Bulgaroktonos, se llevó a cabo la conquista final del reino de Bulgaria, que durante los últimos tres siglos se había convertido en una amenaza real contra el imperio en la zona de los Balcanes, dando así final a su Primer Imperio. También se iniciaron durante esta época los primeros acercamientos evangelizadores de los bizantinos con los pueblos rusos, antes feroces enemigos paganos del Imperio, que tendrían como consecuencia la posterior evangelización y conversión de toda la Rusia eslava, lo que marcaría desde entonces poderosamente el carácter del imperio y el pueblo rusos y los colocaría entre los sucesores de Bizancio, una vez que este cayera en manos de los turcos otomanos.

Mientras tanto, las circunstancias hacia el final de la dinastía macedonia, a mediados del siglo XI, se habían asentado al punto singular de permitir la aparición y permanencia en el trono de Bizancio, no solo de una, sino de dos emperatrices, las hermanas Zoe y Teodora Porfirogénetas, que se alternaron sucesivamente en el poder con diversos co emperadores hasta el ascenso final de las casas que se repartirían el poder bizantino durante los próximos ciento cincuenta años, los Comnenos y los Ducas, antes de la caída de Constantinopla en manos de los cruzados latinos a principios del siglo XIII.

La dinastía macedónica marcó así el último de los momentos de verdadero esplendor del imperio romano de Oriente, cuando la cultura de Bizancio sirvió como faro, luz y guía para todo el mundo cristiano y cristalizaron definitivamente las formas rituales ortodoxas griegas y orientales que aún hoy caracterizan a muchas de las iglesias cristianas de oriente. Luego de su declive, si bien el imperio sobrevivió casi otros dos siglos antes de caer en manos de los latinos durante la Cuarta Cruzada, y aún experimentó un último impulso de renacimiento luego de la expulsión de los cruzados en 1261 y la recuperación de la ciudad por parte de una dinastía griega, ya nunca más pudo recuperar el imperio su antiguo esplendor, y se fue apagando lentamente dentro de la esfera cultural del cristianismo oriental. Su legado pasó luego a los pueblos eslavos y griegos de la cuenca del Mediterráneo oriental, y experimentó una nueva recuperación en la Rusia zarista, la cual definió posteriormente y de manera profunda el carácter de su autocrática monarquía y de toda su cultura popular en torno a la fuerza unificadora de la fe ortodoxa.