El largo reinado del emperador Justiniano I durante el siglo V, quien ascendió al trono en el año 527, tras la muerte de Justino, su predecesor y padre adoptivo, marcó para el imperio bizantino un punto álgido de esplendor en los últimos años de la Antigüedad tardía, cuando fueron incorporados a su reino grandes extensiones de territorio que pertenecían a la órbita de influencia romana desde mucho antes, pero que habían ido experimentando un proceso de fragmentación motivado por las primeras invasiones bárbaras. Bajo el mando de su general Belisario, uno de los más brillantes comandantes del mundo antiguo, se llevó a cabo la conquista del reino de los vándalos en el África, así como la del reino ostrogodo de Italia fundado años antes por Teodorico el Grande.
No fueron las únicas conquistas: a lo largo de casi todo su reinado, el imperio se vio involucrado en diversos conflictos con los persas del imperio Sasánida, así como con los pueblos bárbaros de la frontera norte, que protagonizaron varias incursiones vandálicas y de saqueo. También se mantuvo en lucha contra los ostrogodos a fin de ratificar sus conquistas en Italia y reclamó de los visigodos un dominio sobre las costas mediterráneas surorientales de la península ibérica, denominado como provincia de Spania, el cual fue retenido hasta el siglo VII, cuando fueron expulsados definitivamente los bizantinos de la península.
Esta política expansiva de restauración imperial (Recuperatio Imperii Romanorum) respondía a la visión de Justiniano como gobernante de un único imperio romano cristiano, responsable por derecho divino de reclamar su dominio sobre los antiguos territorios romanos. Desde la perspectiva bizantina, el imperio Occidental no había sucumbido ante los bárbaros, sino que era regido por ellos en calidad de súbditos de los bizantinos, a los cuales pertenecía en últimas el derecho de soberanía en tanto que eran los depositarios y continuadores de toda la antigua tradición imperial romana. En consonancia con esto, Justiniano se preocupó por dar una sustentación legal a todo su gobierno, y durante su reinado se llevó a cabo una importante labor de recopilación de todo el derecho romano anterior, además de la promulgación de nuevas leyes y constituciones que rigieran la totalidad del ámbito jurídico e integraran la jurisprudencia romana con la cristiana, en una obra monumental denominada Corpus iuris civilis, la cual se convertiría en la base de estudio para todo el derecho civil europeo posterior.
Justiniano fue también un activo emperador en el campo religioso, como correspondía al carácter absoluto de su mandato, a la idea de un único imperio unificado bajo una única fe, por lo que dispuso medidas que protegieran a la iglesia frente a las numerosas disputas doctrinales y de autoridad que afectaron los primeros siglos del cristianismo. Hizo del credo niceno el símbolo único de la iglesia, dando fuerza de ley a lo establecido en los anteriores grandes concilios ecuménicos. Sin embargo, las tensiones entre la iglesia oriental y la occidental nunca se resolvieron de manera plenamente satisfactoria, por más de que la corte bizantina siempre se avino a reconocer la primacía eclesiástica de la Santa Sede o de que jugó un papel preponderante en la política de algunos papas, así como en el nombramiento de obispos y abades, la fundación de nuevos monasterios e iglesias, o la promulgación de leyes que regulaban la administración eclesial, la burocracia episcopal y hasta las formas del servicio litúrgico.
Uniendo a estas preocupaciones metafísicas un afán imperial por la construcción de proyectos colosales, entre los legados materiales más perdurables del periodo de Justiniano se cuenta la construcción de importantes iglesias y centros de la cristiandad, como la iglesia de San Vital en Rávena o la iglesia de los Santos Apóstoles en la misma Constantinopla. Sin duda, su logro más relevante en este campo lo constituye la reconstrucción de la iglesia de la Santa Sabiduría de Dios, o Hagia Sophia
Por último, pero no por ello menos importante, sino quizás todo lo contrario, Justiniano encarna en gran medida aquella frase que reza que al lado de todo gran hombre hay una mujer igualmente grande. Ya desde antes de ascender al trono, y gracias a una disposición previa promulgada por el anterior emperador que permitía las uniones entre personas de clase distinta, Justiniano pudo contraer matrimonio con su amante esposa Teodora, una extraordinaria mujer que antes había sido actriz y cortesana, y que terminó convirtiéndose para su esposo en un apoyo y complemento durante todo el tiempo que estuvieron juntos. Fue ella la que convenció al emperador para que hiciera frente a los rebeldes que querían derrocarlo a comienzos de su reinado, cuando pronunció la famosa frase: “La púrpura hace un hermoso sudario”, queriendo decir que era preferible afrontarlos y morir sin perder la dignidad real que huir ignominiosamente hacia la salvación y el deshonor. También demostró ser una eficaz gobernante, inteligente y hábil, y fue quizá la primera emperatriz que mostró en Occidente que las mujeres podían estar tan cualificadas para el ejercicio de gobierno como el mejor y más preparado de los hombres, lo que hace de su persona una de las figuras más notables y originales de todo el mundo antiguo.
Hacia mediados de su reinado, el imperio de Justiniano fue afectado por una gran peste que causó innumerables estragos y diezmó la población, lo que dio inicios a partir de entonces a un proceso de declive que tardaría siglos en recuperarse. Justiniano murió en el año 565, a la edad de ochenta y dos años, luego de treinta y ocho años de reinado, sin descendencia masculina que le sucediera. Su obra marcó un hito en la historia del imperio bizantino y tendría una profunda y perdurable influencia en el desarrollo de los siglos posteriores, por lo que su reinado sería conocido dentro del mundo bizantino como una primera edad de oro.