A Qin Shi Huang Di, el Primer Emperador histórico de China, se le debe la unificación efectiva del país y la instauración de un sistema gubernativo y burocrático que sentó las bases imperiales de las dinastías posteriores por los siguientes dos milenios. Su aporte resultó tan decisivo que incluso el país tomo su nombre actual a partir de Qin, el nombre de la dinastía.
Sin embargo, el reino fundado por el Primer Emperador resultó ser más breve de lo que él había proyectado inicialmente, pues en sus anhelos esperaba que durara por las siguientes diez mil generaciones. En 206 a.C., tan solo quince años después de ser instaurada, la dinastía Qin moría entre las llamas de la guerra y la disensión, en las que se consumieron incluso hasta sus archivos imperiales.
La dinastía que siguió, llamada Han por el príncipe del estado de Han, Liu Bang, quien la instauró en 202 a.C., se apoyó en las estructuras administrativas, económicas y de gobierno instauradas por Qin para afianzarse en el poder, logrando de este una notoria estabilidad que le permitió gobernar, con algunas interrupciones, durante los cuatro siglos siguientes.
A lo largo de este periodo se produjeron importantes avances e invenciones, la agricultura, las técnicas y el comercio florecieron y la población del país experimentó un notable crecimiento, extendiendo su influencia cultural más allá de la cuenca del Hoang Ho y el Yang Tze (los dos ríos principales de China) sobre buena parte de los pueblos continentales del extremo oriente. También se revitalizaron la literatura, el arte y los estudios académicos. Sima Qian, quizá el historiador más importante de la China antigua, que ha venido a ser llamado el Plutarco chino, compuso alrededor del año 100 a.C. unos Registros Históricos donde escribe la crónica de la historia de su pueblo desde los inicios legendarios de Huang Ti y la dinastía Xia hasta los tiempos del emperador Han Wu Di, durante los cuales vivió el historiador.
La dinastía Han y el imperio romano fueron contemporáneos y constituyeron los dos imperios más grandes e importantes de su tiempo, ubicados en los extremos opuestos de la tierra conocida (recordemos que América desarrolló una historia paralela y aislada hasta el siglo XV d.C. y que solo hasta aquellas épocas fue posible la circunnavegación del globo). Aunque no establecieron relaciones directas, sí se forjó un vínculo comercial entre los dos, desde el siglo I a.C., a lo largo de la llamada Ruta de la Seda, que persistiría por los siglos venideros conectando pueblos y reinos, e intercambiaron toda clase de productos suntuarios y valiosos: seda, telas, piedras preciosas y especias por oro y plata.
Durante el mandato del emperador Han Wu Di, entre los años 156 y 87 a.C., recordado como uno de los más grandes emperadores de China, el reino alcanzó una de sus momentos más prósperos y de mayor expansión y el país adoptó oficialmente el confucianismo como religión de estado, sobre cuyas ideas la corte elaboró todo el edificio de su legitimidad imperial. Si la anterior dinastía Qin fue la que estableció la idea de una nación imperial unificada y dio su nombre al país de China, los Han fueron los que lograron establecer su ideario de identidad cultural nacional propia sobre una inmensa cantidad de pueblos y pequeños y grandes estados a base de estandarizar la religión, las costumbres y la lengua imperial, particularmente en la escritura.
Desde aquella época y hasta la actualidad, el grupo étnico mayoritario de China ha sido la etnia han, que han alcanzado a ser al noventa por ciento de la población total, los cuales se reconocen a sí mismos, y se diferencian del resto de pueblos y naciones distintas que existen dentro y fuera del territorio chino, sobre todo por la unidad del lenguaje escrito. A pesar de que existen múltiples variaciones del chino hablado, y muchas son tan distintas que son ininteligibles entre sí, los han utilizan una forma estandarizada de chino escrito que les permite entender perfectamente lo escrito por otro.
En el año 9 d.C., un usurpador llamado Wang Mang se hizo con el trono imperial tras sostener que los monarcas de Han habían perdido el mandato del Cielo, con lo que fundó su propia dinastía, Xin, la Nueva, y fue proclamado emperador en el año 10 d.C. Sin embargo, su dinastía fue efímera, y los Han recuperaron el poder luego de dar muerte a Wang Mang, luego de lo cual siguió un terrible periodo de caos y guerra civil que duró hasta el 36 d.C. A partir de allí, los Han inician un nuevo periodo, conocido como de Han oriental, que duraría por otros doscientos años hasta su colapso total, luego de lo cual China volvería a fragmentarse.