Una vez establecida la República Popular en 1949, el gobierno chino inició una serie de reformas de colectivización de la tierra y construcción de la nueva infraestructura industrial que permitiera sacar adelante su economía y dar sustento a los programas sociales requeridos para el país, devastado luego de años de guerra civil. Para esto contó inicialmente con el apoyo técnico de la Unión Soviética, que impuso un plan de desarrollo quinquenal, el cual, si bien dio un impulso inicial al desarrollo urbano industrial, empezó a minar la base campesina sobre la cual se había construido la revolución, presionando la emigración hacia las ciudades y el abandono de las zonas rurales, además de que el país iba adquiriendo una deuda cada vez mayor que dejaba su soberanía vulnerable a la injerencia soviética. Además, las relaciones entre ambos países habían ido enfriándose cada vez más desde los tiempos de la guerra civil, cuando el apoyo soviético fue muchas veces más de palabra que de hecho y el Ejército Rojo chino debió afrontar en muchas ocasiones solo los avatares de la guerra.

Todo esto llevó a que a mediados de la década de 1950 el presidente Mao Zedong buscara implementar un modelo de desarrollo autónomo para el agro, con la expectativa de garantizar el autoabastecimiento de las comunidades rurales y lograr a su vez emanciparse de la influencia extranjera. En 1958 se estableció un primer proyecto piloto que sirvió de base para extender luego el modelo hacia el resto del país, en lo que fue conocido como el Gran Salto Adelante. Mediante su política de colectivización e industrialización, muchas veces forzosa, se crearon decenas de miles de comunas campesinas autosuficientes en principio y que fueron orientadas a la fabricación masiva de acero para desprenderse de las necesidades de importación de maquinaria pesada extranjera.

El modelo pareció ofrecer resultados bastante buenos inicialmente, lo que llevó a los dirigentes chinos a elevar con optimismo las cuotas de producción, destinando la mayoría de ella a pagar la deuda soviética y a mantener nuevos créditos, mientras que el remanente se asignaba a los grandes centros urbanos del país. Los campesinos se vieron entonces en situaciones de sobre explotación, mientras que las autoridades locales empezaron a alterar las cifras para dar la impresión de que llenaban plenamente las expectativas del gobierno central. El acero producido resultó muchas veces de mala calidad, debido a la falta de capacitación técnica y el uso de materia prima inadecuada. Además, aunado al hecho de que se abandonó mucho del trabajo agrario para mantener las tasas de producción industrial, una inesperada sequía durante aquellos años redujo considerablemente la disponibilidad de alimentos, lo que llevó a una de las hambrunas más grandes de las que se tenga noticia en los últimos tiempos. Si bien los datos son discutidos y no han sido establecidos del todo, posiblemente decenas de millones de personas murieron de inanición durante aquellos años.

Ante el fracaso estrepitoso de esta política, Mao Zedong fue apartado de la posición de poder omnímodo que ocupaba hasta el momento y muchas de sus funciones fueron asumidas a partir de 1959 por otros dirigentes del Partido, del cual él conservó la presidencia, con lo que se dio inicio a partir de entonces a una lucha interna por el poder. En 1966, con el fin de socavar las posiciones de sus detractores, Mao Zedong dio inicio a una gran campaña popular que buscaba, supuestamente, acercar las masas al partido, mediante una movilización general de la juventud china en la figura de los Guardias Rojos, contra los sectores más elitistas y derechistas de la sociedad.

Este movimiento, nombrado como la Revolución Cultural Proletaria, surgió como un intento de reafirmación ideológica del comunismo maoísta que alentaba a las masas populares y juveniles a condenar a cualquiera que exhibiera actitudes e ideas críticas frente a la revolución, entre ellos a numerosos cuadros políticos del gobierno, presentándose como una forma de radical culto a la personalidad del presidente Mao e impulsada principalmente por aliados de este dentro del poder, en particular por su esposa Jiang Qing y por su ministro de defensa Lin Biao, quien fue el que recopiló el Libro de Citas del Presidente Mao, más conocido como el Libro Rojo, el cual terminaría por convertirse en la Biblia del comunismo maoísta para sus más fervientes seguidores durante aquella época.

Los Guardias Rojos también protagonizaron numerosos actos de violencia sectaria y de destrucción del patrimonio y la antigua herencia cultural china, en su campaña de supresión de los cuatro antiguos (las costumbres previas, las antiguas obras de arte, los hábitos y vicios, y las ideas tradicionales de la literatura y la religión), considerados como restrictivos para el surgimiento de una nueva sociedad libre y no adoctrinada. Numerosos libros y obras de arte antiguos fueron destruidos, se quemaron bibliotecas y se marginó a los practicantes de religiones como el budismo y el cristianismo, así como a gran cantidad de intelectuales y artistas de la época, acusados de parásitos del dinamismo de la revolución.

Mao recuperó de este modo su preponderancia en el ejercicio del poder, pero debió reconocer finalmente los excesos de algunos de los miembros del movimiento, que empezaron a atacar incluso a los representantes legítimos de autoridad y al ejército, por lo cual se vio abocado a suprimirlo a principios de 1968, en una audiencia con los líderes de la revolución. Ante la resistencia a la disolución, las fuerzas de gobierno entraron a sofocar las manifestaciones juveniles a la fuerza y se presentaron entonces diversos episodios de ejecuciones y encarcelamientos.

En los años siguientes se mantuvieron las luchas entre diversas facciones de poder al interior del partido hasta después de la muerte de Mao en 1976, pues el sucesor nombrado por él mismo, Hua Guofeng, terminó siendo destituido por el reformador Deng Xiaoping, quien puso en marcha nuevos cambios de apertura económica bajo el nombre de socialismo con características de mercado, mientras mantenía el esquema de fuerte autoritarismo político.

A finales de la década de 1980 surgieron diversos brotes de protesta contra el anquilosado régimen gubernamental, que alcanzaron su punto álgido en las manifestaciones estudiantiles de Tian’anmen en 1989, las cuales fueron brutalmente reprimidas por el ejército, con un saldo indeterminado de muertos hasta ahora. Los sucesores de Deng Xiaoping en el gobierno continuaron luego la línea de expansión de la economía china, lo cual ha permitido que en los últimos años el país se ponga por delante de las potencias económicas europeas y del Japón, llegando a ser la segunda mayor economía del mundo después de los Estados Unidos.