El feudalismo fue una forma de organización social, pero también un sistema de producción económica, que caracterizó en buena medida los tiempos medievales, en sociedades profundamente agrarias y asociadas a la tierra, tanto en su tenencia como en su producción, como fuente primaria de riqueza.
En tiempos del Imperio Romano, la economía principalmente comercial y suntuaria de las ciudades más importantes, poseedoras de grandes riquezas, alimentaba un sistema económico que dependía principalmente de una enorme cantidad de mano de obra esclava para su sustento. Con el paso al Medioevo, la ética cristiana que prohibió la esclavitud determinó un nuevo tipo de relaciones económicas, donde el dinero perdió relevancia en favor de formas agrarias de subsistencia y apareció la figura del siervo como encargado de las actividades de cultivo de las tierras. Estos constituían el grueso de la población, y la relación de servidumbre los ataba perpetuamente a la tierra, negándoles la posibilidad de abandonarla y obligándoles al trabajo en las llamadas reservas señoriales, cuya producción debía ser entregada en calidad de impuesto, entre otras rentas, al señor feudal que tenía la encomienda de la tierra y de las gentes de la provincia. Además de esto, el siervo cultivaba la parcela de terreno que habitaba, el manso, para obtener su sustento a partir de ahí.
Con el esfuerzo de su trabajo, y la riqueza que extraían de la tierra, los campesinos constituían la base de sustento de los otros dos estamentos privilegiados, el clero y la nobleza, encargados del cuidado de las almas y de la organización y defensa de los territorios, respectivamente. Este sistema se perpetuó a lo largo de los siglos del Medioevo, impulsado lentamente por los pocos adelantos tecnológicos que en gran medida eran los mismos campesinos quienes los lograban desarrollar para hacer más llevadera y simplificar su ardua labor. Con el tiempo se extendió el uso de los molinos de viento y agua, de las acequias de riego, de las yuntas mejoradas para los animales y de las herramientas agrícolas de hierro y metal, que pasaban a sustituir a las de madera y piedra.
Mediante la tecnificación, que implicaba una reducción de los tiempos de trabajo, las relaciones económicas empezaron a experimentar pequeños e imperceptibles cambios a comienzos del siglo XI. Mientras que los campesinos más pobres, dueños únicamente de su fuerza de trabajo, continuaban estando atados a la tierra, otros con mayores posesiones, como un arado, una yunta de bueyes o un molino, empezaron a ganar en independencia y en sus rentas personales, al punto que algunos de ellos, campesinos libres, llegaron a poseer grandes extensiones de tierras, convirtiéndose ellos mismos en terratenientes y logrando su propia emancipación.
Paralelamente, la sociedad feudal comenzó a recuperarse demográficamente, luego de los siglos de las invasiones, y el aumento de excedentes fomentó una revitalización de las actividades comerciales, lo cual permitió el surgimiento de una incipiente burguesía de mercaderes, artesanos libres y cambistas de moneda, que no se encontraban insertos dentro del esquema tradicional tri estamental del Medioevo y perfilaron la emergencia de una nueva sociedad que empezaría a adquirir relevancia a partir del siglo XIII. Los burgos y las ciudades comerciales volvieron a ganar importancia, y la realidad de Europa empezó a adaptarse a estas nuevas condiciones de mercado y circulación de la riqueza.
La crisis final del sistema feudal tuvo lugar durante el siglo XIV, tras el término de las primeras Cruzadas que modificaron profundamente las instituciones feudales y los modos de producción e interacción social de su tiempo. La naciente burguesía determinó una apertura económica de los espacios urbanos y demandó una centralización de las leyes que garantizara su trabajo en condiciones de igualdad y competencia. Un virulento brote de peste negra diezmó la población y los campos durante aquellas épocas, y los señores feudales empezaron a experimentar problemas para mantener el nivel de sus privilegios, en tanto los espacios de las ciudades prosperaban e incrementaban sus riquezas. Las alianzas entre los señores y los burgueses comerciantes y banqueros se hicieron ahora sobre intereses económicos, no ya de defensa, y la vieja idea de nobleza de sangre comenzó a ser desplazada por la de nivel de riqueza, que rompía las antiguas barreras entre los estamentos cerrados. Incluso las innovaciones y las nuevas formas de hacer la guerra empezaron a tornar decadente la figura de los caballeros medievales y a requerir la conformación de ejércitos profesionales o mercenarios, que recibían la paga en dinero por parte de los grandes señores, con lo que se dio paso a la consolidación de las grandes monarquías absolutistas y autocráticas de los últimos tiempos del Medioevo. Con los nuevos descubrimientos geográficos, las nuevas relaciones de producción y la revalorización del flujo de dinero que caracterizó los comienzos de la Edad Moderna, la economía feudal llegó a su fin cuando se hizo más sencillo contratar empleados bajo los nuevos modos de economía capitalista que recibir la encomienda de un todo feudo y sus habitantes para hacerse cargo de ellos.