Se produce un falso dilema cuando se presenta un razonamiento disyuntivo donde se ofrece a escoger entre dos alternativas que en últimas inducen a un error, en la medida en que, o no son las únicas y existen otras opciones, o no son incompatibles entre sí, por lo que no es absolutamente forzoso decantarse solo por una de las dos (“¿Tu casa o la mía?”). También puede suceder que el contenido de al menos una de las alternativas no sea verdadero, con lo que la disyunción queda igualmente invalidada.

Cuando las alternativas presentadas no son exhaustivas siempre puede explorarse la posibilidad de uno o varios términos medianos que maticen las posiciones extremas a las que se nos quiere inducir. Resulta harto conocida la “anécdota” histórica, posiblemente falsa, que cuenta que, llegados los ejércitos musulmanes del califa Umar hasta la famosa biblioteca de Alejandría, donde se colectaba desde hacía siglos toda la suma del saber antiguo, se le preguntó al califa qué disposición iba a tomar con respecto a los textos allí guardados. Después del meditarlo, se dice que Umar respondió lo siguiente: si lo que se encontraba escrito en los textos estaba conforme con lo que aparecía en el Corán, ya no lo necesitaban; por otra parte, si lo que se encontraba en los textos contradecía lo escrito en el Libro Sagrado, estaba evidentemente equivocado y debía por tanto ser destruido. Después de esto, los musulmanes quemaron la biblioteca de Alejandría, perdiéndose así valiosos textos antiguos de manera irrecuperable. Por supuesto, una mente aguda que hubiera estado presente en aquel momento (de ser cierta la anécdota) habría podido argumentar ante el califa que, no por no decir lo que estaba en el Corán, necesariamente los otros textos debían contradecirlo, sino que podrían encontrarse conocimientos que complementaran aquello que ya estaba expresado en el Libro Sagrado.

También puede suceder que los términos no sean absolutamente incompatibles entre sí, de tal manera que la aceptación de una de las dos opciones no necesariamente implica negar de modo tajante la otra. Por ejemplo, en nuestros tiempos actuales, nos enfrentamos al falso dilema que sostiene que los objetivos de una agenda ecológica que respete el cuidado del ambiente no son compatibles con las necesidades de crecimiento económico de las naciones, por lo que resulta imperativo que nos decidamos solo por una de las dos posibilidades. Resulta evidente que esto no tiene por qué ser necesariamente así, y que se pueden perfectamente hacer coincidir ambas agendas en un punto intermedio que recoja lo mejor de ambas y posibilite un crecimiento armonioso y al mismo tiempo respetuoso de la naturaleza.

En la construcción de este tipo de disyunciones generalmente se dejan excluidas las soluciones intermedias, en la medida en que resulta más simple categorizar las afirmaciones y los hechos en posiciones dialécticas extremas que realizar un análisis en profundidad acerca de los diversos matices que pueden implicar conexiones entre ambas posturas. Es más fácil aceptar que Hitler era el malo y los demás los buenos que analizar cómo las profundas raíces políticas del fascismo se reproducían en gran parte de las sociedades europeas de su tiempo y gozaban (¡y gozan aún!) de gran popularidad y “respetabilidad” entre muchos gobiernos con pose “democrática”. Más aún, resulta incluso más complicado aceptar los posibles aportes que dichos sistemas dictatoriales pudieran haber ejercido sobre las sociedades posteriores, sin que eso implique para nada simpatizar con dichos regímenes ni tratar de justificar lo que no tiene justificación.

En nuestros días, el ejercicio de la política continúa apelando a este tipo de patrones de la manera más insidiosa, atribuyendo a una de las posiciones las características más censurables a fin de inducir la aceptación de la otra sin mayor reflexión ni consideración: “En estas elecciones lo que se juega es el futuro del país entre el progresismo o el caos y la anarquía”. Cuando de lo que se trata es de razonar de manera lógica y argumentada, toda simplificación de la realidad, toda dicotomía que presente la realidad en términos de blanco o negro, buenos o malos, amigos o enemigos, resulta como mínimo sospechosa, si no abiertamente artificial o manipuladora.

Por último, puede darse la situación de que alguno de los condicionales no resulte válido, o no lo sea la conclusión que pretende derivarse a partir de los mismos, con lo que nos encontramos con una situación de falsa condicionalidad. Es el caso del típico razonamiento de algunos grupos: “O están con nosotros y nos apoyan o son necesariamente enemigos nuestros y por ello no podemos admitir siquiera su existencia”. No tiene que ser estrictamente así, ni puede considerarse verdadera la segunda premisa, lo cual puede señalarse de manera puntual para mostrar el error al que dicho tipo de declaraciones pretende inducirnos.