Desde un principio, muchos de los pueblos que hicieron uso de la escritura lo hicieron con propósitos mágicos y religiosos, pues para ellos la palabra exhibía un poder particular que se prestaba para la consignación de dichos fenómenos. Los primeros poemas épicos de los sumerios y los babilonios mezclan de manera indistinta la dimensión espiritual humana con el mundo material, pero además están escritos, no como narraciones lineales en prosa, sino en forma de cantos poéticos, tanto para facilitar su recitación y su memorización, como para producir esa musicalidad hipnótica que busca atrapar a su auditorio para introducirlo en otras dimensiones fantásticas. Así, la poesía y las expresiones de la espiritualidad, la mística, la visión mágica del mundo y la religiosidad han estado desde sus orígenes íntimamente ligadas, a tal punto de que buena parte de los textos religiosos del mundo en todos los lugares y todas las edades están escritos en forma poética.

Así sucede, digamos, con la Torah, el libro sagrado del Judaísmo, del cual la tradición sostiene que fue entregado místicamente por Yahvé a Moisés durante la Alianza del monte Horeb, y que luego este lo fijó por escrito como testimonio sagrado para la historia de su pueblo. Toda la cultura escrita y la literatura religiosa del Judaísmo posterior sigue los modelos establecidos originalmente en la Torah. La recitación del texto sagrado durante las reuniones se hace manteniendo una rítmica particular, que para los místicos judíos expresa una alegoría de los ciclos cósmicos de la creación.

Pero también otros libros y pasajes del Tanaj, la colección de libros canónicos de la fe judaica, están escritos en forma de hermosas y profundas canciones poéticas, las cuales da una buena muestra del grado de devoción de este pueblo y de las profundidades de su pensamiento religioso. En particular, los Salmos y el Cantar de los Cantares, ambos atribuidos al rey sabio Salomón, casi mil años antes de Cristo, constituyen uno de los momentos más altos de toda la poética religiosa judaica.

También los Vedas, los antiguos libros sagrados de las religiones hinduistas, al igual que el Avesta de Zoroastro, el libro doctrinal de la religión mazdeísta, están escritos en forma de himnos que cantan a las excelencias de la Divinidad y enfatizan la necesidad de presentarle rituales. Como también sucede con los cantos del Ramayana y el Mahabharata, los extensos poemas épicos nacionales de la India. Del Mahabharata surge, como un texto independiente, el Baghavad Gita, el Canto del Señor Krishna, uno de los poemas religiosos más importantes de toda la religión védica.

Algo similar sucede con el Tao Te King, texto fundamental del Taoísmo, el cual constituye más una ética de vida que una religión propiamente, o con el I Ching, un libro oracular chino compilado posiblemente alrededor del primer milenio antes de Cristo, construidos ambos sobre la estructura de pequeñas frases, entrelazadas más por las asociaciones e  imágenes que transmiten que por un discurso expositivo y lineal. La influencia de estos textos se ha extendido por milenios, y persiste hoy en día entre las mismas comunidades en donde nacieron y florecieron originalmente, por más de que con el tiempo se ha visto desplazada por la llegada de otras ideas y de nuevas religiones.

Pero quizá sea el Corán, el libro sagrado de los musulmanes, el libro que constituye la expresión más acabada de la sublimidad poética y la profundidad religiosa del pensamiento humano, o al menos así lo consideran sus devotos. La palabra corán

significa etimológicamente recitación, y alude al hecho de que el texto coránico debe ser recitado con una melodiosidad propia, en su versión árabe original, para que quienes lo escuchan y lo comprendan puedan ser tocados por la fuerza más esencial de su mensaje. Desde la perspectiva islámica, el Corán es un libro tan extraordinario que se basta a sí mismo como única prueba y milagro, al punto que en el mismo texto se desafía a que manos humanas traten de producir siquiera una línea semejante a las del Libro, desafío que fue intentado de manera infructuosa en su momento por los mayores poetas y más grandes eruditos de la sociedad árabe de la época. El libro fue matriz de toda la cultura islámica posterior y definió las formas litúrgicas y literarias de la lengua árabe clásica. Su influencia alcanzó gran cantidad de territorios y pueblos, y todos los poetas islámicos posteriores (Omar Kayyam, Rumí, Ferdousí, Hafiz, etc.) verían en el Corán el pináculo de toda la creación poética.

Finalmente, con respecto a la religión cristiana, si bien en casi todos los libros del Nuevo Testamento abunda la prosa (como en las cartas paulinas), no pueden descartarse del todo las imágenes poéticas, sobre todo en algunos pasajes sugerentes del evangelio teológico y místico de San Juan, así como igualmente en su Apocalipsis, el último de los libros de la Biblia. Por otra parte, durante el periodo medieval europeo la poesía se expresó principalmente a través de los trovadores y juglares, que cantaban principalmente gestas orales de dominio popular, aunque también se dieron otras formas cultas practicadas por cortesanos, clérigos y teólogos, pero todas ellas fundamentalmente construidas alrededor de los imaginarios cristianos. Desde finales de la Edad Media, y durante el periodo de Renacimiento europeo posterior, la poesía religiosa, particularmente en el ámbito católico, experimentó un florecimiento particularmente alto que va desde los escritos en antiguo alemán del maestro Eckhart o la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, pasando los profundos escritos místicos de San Francisco de Asís, hasta la gran cantidad de monjas y monjes españoles y americanos católicos que expresaron mediante la poesía (Sor Juana Inés de la Cruz, Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, etc.) las cotas más sublimes de su experiencia religiosa cristiana y su acercamiento a la Divinidad.